jueves, 9 de agosto de 2007

APRECIACIONES SOBRE EL FRACASO, por Nerly Dominguez*

“Súper-diente de ajo” en acción.


Una vez vi en el supermercado un aparato para sacarle jugo a un diente de ajo. Me recordó una pinza en miniatura. Uno ponía el diente de ajo, apretaba y listo. Era un poco grotesco, no muy elegante, pero parecía fuerte. No lo compré porque pensé que gastar en algo sólo para sacarle unas gotas de jugo a un ajo, era un derroche, pero ocurrió que tiempo después en la casa de unos amigos vi el mismo aparato en acción, me gustó y pensé en comprarme uno, solamente que para entonces ya se había agotado el stock en el supermercado.

Desde entonces, cada vez que miraba el escaparate de un bazar, o las góndolas en el supermercado me acordaba del “apreta-ajos” y miraba a ver si descubría alguno, hasta que una vez di con algo parecido. Era elegante, muy bonito, aparentemente de acero inoxidable, y además, con grifa extranjera: “Made in China”. Lo compré. Ni bien llegué a casa tomé un diente de ajo, lo puse en el aparatito y apreté con todas las ganas, y el resultado fue que decidí que jamás compraría nada que fuera chino a no ser vajilla de porcelana o flores. Un miserable diente de ajo pudo más que la tecnología oriental de exportación.

¡Cuidado con tus conclusiones!


Esta pequeña historia de cocina, de otra manera y en otras formas puede darse en la vida. Mirando hacia atrás en mi pasado encuentro muchas situaciones que no supe resolver, decisiones que no supe tomar, o que tomé mal, algunas de las cuales, como una enfermedad crónica me dolieron durante años. Fueron como el diente de ajo que superó al aparato diseñado para dar cuenta de él y que terminó en la basura. Para colmo, siempre he tenido la tentación de trasladar esta situación a mi relación con Dios y a pensar que Dios, mi Amo y Señor, el Propietario de mi persona y a quién sin duda he fallado en tantas ocasiones... ¿en qué tarro de basura me tirará?

“¿A qué pues me haréis semejante o me compararéis? Dice el Santo” (Isa. 40:25)

A veces ese es el problema. Tendemos a reducir a Dios a nuestra imagen, y concluimos que él reaccionaría como lo hacemos nosotros en iguales situaciones. A esto nos ayudan tanto nuestra lógica pesimista, como los pasajes bíblicos con los que nos condenamos. Con ayuda de un poco de depresión colocamos todo bajo la sombra del desánimo y dictamos el fallo: “¡Fracasaste! (pecaste, te rebelaste, no pudiste, fuiste débil,...) al patíbulo contigo!”

Quizá, ese debió ser el sentimiento de Moisés mientras huía de Egipto. No era perseguido injustamente, ni tampoco víctima de una conspiración: era un asesino. Había quebrado la ley de Dios, y la del país donde vivía. Sin derecho alguno se había tomado las atribuciones de Dios y del gobierno de turno. Se había erigido en juez y en verdugo al mismo tiempo y ahora huía como lo hubiera hecho un malhechor cualquiera.

Atrás quedaban sus sueños de ser el libertador de Israel. Sus ilusiones, sus planes, los proyectos que habrá tenido para liberar a su gente, todo ello debió ser como una herida abierta que tardó años en cicatrizar. Cambiar los lujos y las sofisticaciones de Egipto por la rudeza del desierto y la vida primitiva de los pastores, ¡le debe haber costado mucho!. Tener que perseguir ovejas errantes, cuidar de animales enfermos, sufrir el rigor del sol de verano, las frías noches de invierno ... ¡Cuántas veces habrá añorado los tibios lechos de los palacios, la servidumbre que doblaba rodilla delante de él, los soldados que lo obedecían, y que dirigidos por él regresaban de las lides coronados de victoria!. Ahora las luchas eran con los chacales del desierto, o con las aves de rapiña defendiendo a los animales heridos. ¡Necesitó cuarenta años de desierto para olvidar, o por lo menos para lograr recordar sin dolores ni añoranzas!

Cuando cuatro décadas después Dios lo llamó para que realizara sus sueños de otrora, Moisés estaba tan convertido a la vida pastoril, que le dijo que no, de todas las maneras que pudo, al punto que el Señor “se enojó contra Moisés” (Éxodo 4:14).

Y sin embargo fue por medio de este hombre que Dios sacó a su pueblo de Egipto. Es que “...para Dios todo es posible” (Mat. 19:26), y a través de Moisés demostró que puede hacer llover agua junto con fuego, dividir el mar, hacer brotar agua de la roca, llover pan del cielo... y también transformar en éxito lo que parecía 40 años de fracaso.

Si el éxito es tener mucho, Dios puedo hacer mucho con poco.

Los milagros que nos cuenta la Palabra de Dios están allí para convencernos que con muy poca cosa Dios puede hacer mucho. Bastó la vara de un pastor para que brotara un río de la roca. Una piedra lisa de arroyo lanzada por un zagal logró una resonante victoria militar. Una tinaja de aceite alcanzó para saldar las deudas acumuladas por una viuda. Cinco panes y dos peces alcanzaron para saciar a una multitud...

Si Moisés hubiera consultado con algún ingeniero de nuestro tiempo, si David hubiera seguido los consejos de algún estratega militar de nuestra época, si la viuda hubiera seguido las admoniciones de algún economista actual, esas gloriosas páginas en sus vidas jamás se hubieran escrito.

El peligro para nosotros es que tendemos muchas veces a adaptar el concepto que tenemos de Dios y de su poder a las dimensiones estrechas de nuestra lógica, como si Dios procediera como nosotros. Fue con la voz de Balaam que el Señor afirmó “Dios no es hombre para que mienta, ni hijo del hombre para que se arrepienta” (Num. 23:19).

De millonario a mendigo y viceversa

Cuando Cristo narró la parábola del Hijo Pródigo, presentó la experiencia de ese pobre infeliz que lo perdió todo: prestigio, dinero, amigos, posición social, después de haber sido el hijo consentido de un padre millonario. Cuando tocó fondo cuidando cerdos ajenos, decidió volver atrás en su vida. No contaba con que el padre lo estaría esperando con ropa limpia, un anillo, y la posición de siempre en la familia.

Entre otras cosas Jesús quiso decirnos que Dios, nuestro Padre, no nos hecha en cara nuestros errores, nuestros pecados, nuestros fracasos, sino que espera que retornemos a él para que nos ayude a solucionar los problemas de nuestra desnudez laodicense, de nuestra ceguera, de nuestra pobreza en esas áreas en las que debiéramos haber sido ricos.

El peor de los fracasos: Condenada a muerte.

El caso de la mujer pecadora es otra ilustración. La tomaron en el acto. Ese delito estaba castigado por las leyes del estado, y también por las de Dios. Ningún abogado hubiera podido salvarla, y ningún abogado tuvo en ese momento. Acusada por los celosos inquisidores de su tiempo, y teniendo a Cristo delante suyo por juez creyó estar segura de cuál sería su suerte, por eso no pidió clemencia, ni tampoco esperó un milagro. Cuando Cristo dijo que el que estuviera sin pecado arrojara la primera piedra (Juan 8:7) la mujer esperó aterrada la primera pedrada que nunca llegó.

Además de ser una lección de oro sobre el amor de Dios y su capacidad para perdonar, esta historia ilustra la omnipotencia divina para salvar aún a aquellos que están condenados por las inmutables leyes de Dios. Sin alterar ni una jota ni un tilde de la constitución del universo, Dios pudo salvar a una pobre prostituta acusada por los mas altos fiscales de su nación que hasta entonces era el pueblo elegido, los custodios de las cosas santas.

Entonces ... ¡Por qué no pensar que en tu vida Dios PUEDE...!

No recuerdo en qué libro estaba. Lástima: perdí la cita, pero parte de ella quedó grabada en mi memoria. Una maestra, compañera de trabajo en un colegio ingles donde yo trabajaba la había copiado y la guardaba en su monedero junto con sus documentos. La sacó de uno de los libros de Rodó, donde se leía: “...cuando el sentimiento de tu pequeñez te oprima, recuerda ... “ que no hay dos hojas iguales en un árbol, ni tampoco dos estrellas idénticas en el firmamento. En el universo en que vives eres algo único, irrepetible. Creo que esta idea es correcta. Por lo tanto, tú no eres uno del montón. No eres un producto más de una serie de cosas fabricadas idénticas como los envases de los refrescos. Fuiste creado por Dios con un propósito, dotado con dones y cualidades que te hacen irremplazable: Nadie como tú para cuidar de los tuyos, alcanzar a tu gente, y sembrar la semilla de la verdad en la mente de tus amigos y vecinos.

Cuando en el Sermón del Monte, Cristo hablaba de los lirios del campo y de los gorriones, estaba usando como ilustración a esos entes de poco valor que los humanos no tienen escrúpulos en destruir: las plantas que son arrancadas para alimentar a las bestias o para que cedan su lugar a los rascacielos, los pájaros que a veces son plagas que se combaten con espantapájaros o con productos venenosos. Cristo dirá que ninguno de ellos cae sin que Dios tome nota de ello. Y si Dios cuida esas cosas tan pequeñas “¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?” (Mat. 6:30)

Porqué no pensar pues, que en la escala que va de lo diminuto –el electrón, el átomo, la molécula- a lo gigantesco – los otros mundos, las constelaciones ignotas, el universo entero, tú tienes un lugar de privilegio. Mucho más grande que una corola, mucho mayor que un ave, con la talla del Cristo hombre y con tu nombre escrito con un cincel de clavos en sus palmas. (Isa. 49:16) Por ti en Cristo dio su vida la Deidad poniendo en riesgo al universo para salvarte “Porque a mis ojos eres de gran estima, eres honorable y yo te he amado; daré pues, hombres a cambio de ti, y naciones a cambio de tu vida”. (Isa. 43:4).

Por eso, cuando te sientas herido por la crítica, por haber tomado una decisión errada, o no compartida por los que piensan de otra manera, o cuando caigas y te duelan las heridas del golpe, o cuando revisando de tu pasado esas zonas de tu vida que sólo tú y Dios conocen, y entonces te sientas tentado a desanimarte y a sentirte rechazado por Dios como quizá rechazarías a alguien que contigo hiciera las mismas cosas ... Recuerda entonces las palabras de Cristo a la pecadora “Ni yo te condeno...” (Juan 8:11) o su aserto a los “santos” de la época: “...no he venido a llamar justos, SINO A PECADORES al arrepentimiento” (Mat. 9:13) o su lección a Pedro, enseñándole cuántas veces debía perdonar (o cuán generoso es Dios con el perdón): “...hasta setenta veces siete” (Mat. 18:21,22)

Y sobre todo recuerda esta aseveración que encontrarás en TU Biblia, porque es PARA TI “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13) ¿Leíste bien? Dice TODO. Es lo absoluto, la totalidad, todas las situaciones. Incluye la superación de todas las frustraciones, de todos los errores y los fracasos. Todo lo puedes en Cristo, hasta hacer las cosas que hasta ahora no has podido. Es Dios el que lo dice, y la Deidad no tiene necesidad de mentir.


* Un amigo y gran obrero del ministerio de las publicaciones, a travez del Servicio Educacional Hogar y Salud, en Montevideo, Uruguay.

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