domingo, 23 de agosto de 2009

¿Por qué suceden cosas malas? Por Israel Banini

Reflexiones sobre la omnipotencia de Dios

Las erupciones volcánicas, los maremotos, la muerte accidental de un ser amado, las tormentas, los tornados, los huracanes, los terremotos –todos en general llegan imprevistamente–, nos hacen pensar si hay un Dios solícito sobre el trono del universo, o si el universo se le ha ido de las manos. Muchísimas personas que se ven obligadas a enfrentar el dolor, las pérdidas familiares y otras calamidades personales, levantan sus manos con angustia y dicen: “¿Es Dios omnipotente? ¿Controla Dios este mundo?”

Los sacerdotes, los escribas y los ancianos se preguntaron lo mismo durante la crucifixión de Cristo. Podemos leer sus palabras en Mateo 27:42, 43: “A otros salvó, pero a sí mismo no se puede salvar. Si es el Rey de Israel, que descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios, líbrelo ahora si le quiere…” Estaban asombrados de que Dios, un Ser con todo el poder a su disposición, no se dignara en salvar a su Hijo, de ser necesario mediante el poder de la naturaleza.

¿A qué se debe esto?

Lecciones de un encuentro deportivo

Estaba observando un encuentro de fútbol entre dos antiguos rivales africanos, el Accra Hearts of Oak y el Kumasi Ashanti Kotoko, en el Estadio Deportivo de Accra, Ghana. Con apenas cinco minutos de juego, los Hearts of Oak recibieron un gol. Su entrenador, votado como el mejor de África ese año, vio impertérrito como sus jugadores cometían falta tras falta por ignorancia, desatino o simple descuido.

Lo que noté es que el entrenador no se desesperó por ayudar a sus jugadores. En su lugar, sufrió la decepción de ver como su equipo perdía, mientras con tremenda paciencia les seguía ofreciendo todos los consejos posibles. Al hacerlo, ayudó a que el equipo se recuperara.

Dios es como ese entrenador que mira desde el costado del campo, mientras su corazón sufre al ver nuestros tropiezos, desatinos, pecados y sufrimientos. Sería fácil que corriera al campo y jugara por nosotros, pero eso sería pasar por alto las reglas del juego.

Es así que mira cómo nosotros, sus jugadores, recibimos “tarjetas amarillas” y “tarjetas rojas”. Mi hijo fallece; mi esposa está en agonía; la casa de mi hermano se incendia; suceden otras calamidades. Algunas por culpa nuestra; otras sin culpa alguna. Pero en todo momento, Dios está allí ayudándonos, aconsejándonos y guiándonos.

Si corriera al campo de juegos, estaría aceptando que se equivocó. Significaría admitir que su plan, concebido desde el principio, no fue el más adecuado. Nuestro Dios no es un entrometido descuidado y caprichoso. En su infinita sabiduría, nos ayuda a jugar según las reglas. Pero como expresión de su omnipotencia, ha impuesto una limitación sobre sí mismo y nos ha dado libre albedrío, algo a lo que nunca renunciaría. Hay algunas cosas que él definidamente no hará sin nuestra cooperación.

Agentes humanos

Cuando Dios quiere lograr algo en este mundo, no moviliza a sus ángeles. En su lugar, hace que dos personas se unan, no por fuerza, sino como resultado del amor. Esas personas tienen un bebé que es David o Sansón, Abraham o Noé. Si quiere construir un templo, le enseña a Salomón cómo hacerlo. Y cuando desea un mundo libre, exclama desde la limitación que él mismo se impuso: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?” Y hasta que decimos: “Heme aquí, envíame a mí”, este Dios omnipotente ha decidido cooperar con nosotros de tal manera que se torna, por así decirlo, incapaz de revelar plenamente su naturaleza o de cumplir sus propósitos.

Dios puede expresar su tremendo poder en la catarata de agua, en el viento destructor, en la tormenta furiosa, en el relámpago que enceguece. Puede brindar suficiente agua como para satisfacer las necesidades de la humanidad. Pero no utilizará su tremendo poder para impedirnos que contaminemos el agua. El libre albedrío y los desatinos humanos han llegado a ser obstáculos que el Dios omnipotente se pone a sí mismo. En cierto sentido, Dios es incapaz de hacer que un estudiante llegue a ser médico, si usando su libre albedrío ese estudiante se rehúsa vez tras vez a estudiar. Cada decisión es nuestra decisión; cada elección es nuestra elección.

La negativa de Dios de interferir en la libertad humana le costó el Calvario. Su poder, expresado según nuestra manera, anularía la capacidad de decisión humana, lo que a su vez frustraría el plan divino de educarnos, de ayudarnos a desarrollar el carácter.

¿Cuál es entonces el propósito de Dios? ¿Podemos tener un mundo sin pobreza, sin enfermedad, sin catástrofes, sin muerte? ¿Es posible gozar de una condición de completa felicidad y prosperidad?

La perspectiva de Dios

Siempre tenemos que hacernos la pregunta sincera: “¿Estamos cumpliendo nuestra parte del contrato que nos lleve a ser responsables y a involucrarnos en tareas útiles para el bien de la sociedad y edificación de la humanidad? ¿No somos nosotros mismos los que impedimos que exista un mundo perfecto? ¿Es posible que en el silencio de nuestra alma y aun en medio del sufrimiento, analicemos en qué nos hemos equivocado, en lugar de pensar en qué se equivocó Dios?”

Permitamos entonces que Cristo nos señale cuál es ese rincón de nuestras vidas donde nuestro corazón aún resiste a su poder, donde nuestro pecado contamina el río, donde nuestra ignorancia construye una estructura de piedra en zona de terremotos.

Si tan solo dejamos de resistirlo, Dios nos mostrará su poder así como en el día de Pentecostés, cuando “de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba” (Hech. 2:2). Si podemos hacer esto, el resultado final no será tan solo la victoria completa de Dios y una muestra de su omnipotencia, sino que los pasos que llevan a ella, que ahora parecen ser derrotas, se transformarán también en victorias. En efecto, la más grande humillación de Cristo –la cruz– es ahora el mayor símbolo de victoria del cristianismo.

Los sucesos que ahora denominamos “desastres” terminarán siendo con nuestra colaboración y más allá de lo que podemos pensar o imaginar, sucesos para la gloria de Dios. Cooperar con Dios es ayudar a cumplir sus propósitos –propósitos vastos y gloriosos que sobrepasan nuestros actuales sufrimientos, angustias, agonías y desastres, que nos abruman y hasta amenazan quebrantar nuestra fe. Finalmente, cuando su omnipotencia sea liberada y su poder se muestre ya sin ataduras, cantaremos: “¡Gloria, gloria a Dios en las alturas!”


Fuente: Adventist World
Autor: Israel Banini ha trabajado como reportero de avanzada en muchas de las operaciones de las Naciones Unidas, siendo la última de ellas la misión del organismo a Sierra Leona.

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domingo, 9 de agosto de 2009

Nuestra misión, el mundo. Por Elena G. de White

Debemos hacer la obra del que nos envió.

Las vidas de los que están conectados con Dios son fragantes en obras de amor y bondad. El dulce sabor de Cristo los rodea; la influencia que ejercen eleva y bendice a los demás. Son árboles que dan fruto. Los hombres y mujeres con semejante marca de carácter servirán a sus prójimos mediante actos de bondad y trabajo serio y sistemático.

La importancia del yo, la vanidad y el orgullo, jamás deberían interferir con la obra sagrada. Los que han sido exaltados porque pueden hacer algo en la causa de Dios, estarán en peligro de echar a perder la obra por su presunción, y arruinarán así sus propias almas.

Todos los que trabajan en la obra de Dios deberían hacer que su misión sea lo más atractiva posible, para que su comportamiento no produzca aversión por la verdad. El yo debe estar escondido en Cristo, y los que trabajan para Dios deben poseer caracteres de sabor fragante. Ahora es el momento de realizar los esfuerzos más serios. Se necesita a hombres y mujeres para trabajar en el gran campo misionero con determinación; hombres y mujeres que oren y clamen para poder sembrar la preciosa semilla de la verdad, imitando así al Redentor, el príncipe de los misioneros.

Cristo dejó los atrios celestiales; dejó su puesto de honor, y por nuestra causa se hizo pobre, para que por su pobreza fuéramos hechos ricos. Trabajó en la viña en las colinas de Galilea, y finalmente regó con su propia sangre la semilla que había sembrado. Cuando la cosecha de la tierra sea reunida en los graneros del cielo y Cristo observe a los santos redimidos, verá el trabajo de su alma y estará satisfecho.

El que da mayores talentos a los que han perfeccionado sabiamente los talentos que se les han encomendado, está listo a reconocer los servicios de sus fieles seguidores en el Amado, ya que éstos han batallado mediante su poder y gracia. Los que han procurado desarrollar y perfeccionar el carácter cristiano mediante el ejercicio de sus facultades en buenas obras y en la siembra de las semillas de la verdad junto a toda agua, cosecharán, en el mundo venidero, lo que han sembrado. La obra iniciada en esta tierra será consumada en la vida más excelsa y santa, y durará por toda la eternidad. La negación y el sacrificio del yo que se necesitan para que el corazón realice las obras de Cristo, serán superados infinitamente por la rica recompensa del eterno peso de gloria, por los gozos de una vida a la altura de la vida de Dios.

Vivir por Cristo

Ninguno debería sentirse satisfecho de salvar solamente su alma. Los que aprecian el plan de salvación, el precio infinito que se pagó por la redención del hombre, no vivirán para sí. Estarán profundamente interesados en salvar a sus prójimos, para que Cristo no haya muerto por ellos en vano.

Todo el cielo está interesado en la salvación de las almas, y todos los que participan de los beneficios celestiales sentirán una ansiedad intensa para que el interés manifestado por el cielo no sea en vano. Cooperarán en la tierra con los ángeles del cielo, al manifestar su aprecio por el valor de las almas por las que Cristo murió. Mediante sus esfuerzos sinceros y sensatos, traerán a muchos al redil de Cristo. Nadie que sea partícipe de la naturaleza divina estará indiferente ante este asunto.

El mundo es nuestro campo de trabajo. Aferrados a Dios para recibir su poder y su gracia, podemos avanzar en el camino del deber como colaboradores con el Redentor del mundo. Nuestro trabajo es esparcir la luz de la verdad y adelantar la obra de la reforma moral, a fin de elevar, ennoblecer y bendecir a la humanidad. En todo curso de acción, deberíamos aplicar los principios de Cristo en el Sermón del Monte, y confiar entonces los resultados a Dios.

El gozo del servicio

“Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”. “Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”.

Si Dios, Cristo y los ángeles se regocijan cuando un pecador se arrepiente y se torna obediente a Cristo, ¿no debería estar el ser humano imbuido del mismo espíritu, y trabajar por el futuro y por la eternidad con esfuerzos perseverantes para salvar no solo su alma sino las almas de los demás?

Si trabajáis en esta dirección con interés sincero como seguidores de Cristo, cumpliendo todo deber, mejorando cada oportunidad, vuestras almas se adaptarán gradualmente al molde del cristiano perfecto. El corazón ya no se mostrará indiferente e insensible. La vida espiritual no se verá disminuida. El corazón brillará con la impresión de la imagen divina, porque estará en estrecha relación con Dios. La vida entera fluirá con alegre presteza en canales de amor y simpatía por la humanidad. El yo será olvidado, y sus acciones estarán de acuerdo con Dios. Al ofrecer el agua a los demás, sus almas también serán regadas.

El río que fluye de sus almas proviene de una fuente de agua viva, y fluye hacia los demás en buenas obras, en sinceros y abnegados esfuerzos por la salvación de ellos. A fin de ser un árbol fructífero, el alma debe apoyarse y nutrirse de la Fuente de Vida, y debe estar en armonía con el Creador.

La necesidad de consagración

Todos los que son fieles obreros de Dios entregarán de buena gana sus espíritus y todas sus energías como un sacrificio para Dios. En respuesta al toque divino, el Espíritu de Dios que opera sobre el espíritu de ellos convoca las sagradas armonías del alma. Esta es la verdadera santificación, según se revela en la Palabra de Dios, y es obra de toda la vida.

La obra que el Espíritu de Dios ha comenzado sobre la tierra para perfeccionar al hombre, será coronada por la gloria en las mansiones de Dios… Los momentos que se nos otorgan son pocos. Estamos ante los umbrales mismos de la eternidad. No hay tiempo que perder. Cada momento es sagrado y muy precioso como para ser dedicado meramente en beneficio propio.

¿Quién buscará a Dios con sinceridad, y tomará de él la fuerza y la gracia para ser su fiel obrero en el campo misionero? Los esfuerzos individuales son esenciales para el éxito de esta empresa.


Fuente: AdventistWorld.com / Este artículo es un fragmento del que apareció en la Adventist Review and Sabbath Herald, ahora llamada Revista Adventista, el 2 de enero de 1879
Autor: Elena G. de White, los adventistas creemos que ella ejerció el don bíblico de profecía durante más de setenta años de ministerio público.

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