viernes, 31 de octubre de 2008

ORAD CON ACCION DE GRACIAS. Por Alejandro Bullón

Por nada estéis angustiados, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Filipenses 4:6.

Hope Mac Donald, en su libro Enséñanos a orar, cuenta que una noche, cuando sus hijos Tomás y Daniel eran pequeños, estaba orando con ellos, arrodillados cerca de la cama. Tom hacía la última oración y ya había empleado más de cinco minutos agradeciéndole a Jesús por todas las cosas que se podía acordar. Había citado a toda la familia y a los parientes próximos y distantes. Le había agradecido al Señor por todos los amigos que tenía en la escuela, nombre por nombre; por todas las flores y árboles, por el Sol, la lluvia, la Luna, las estrellas y todo lo que existe en la naturaleza. Después de agradecerle a Dios por todas las personas del mundo, paró, se dio vuelta hacia el padre y dijo: "¿Qué más debo decir, papá?" Y antes de que el padre pudiese responder, su hermano replicó en un rapto de inspiración: "¿Qué tal si dices 'Amén'?"

Sin duda, estás sonriendo. Pero el cuadro presenta la sinceridad con que los niños hablan con Jesús. ¡Toda la oración fue empleada solamente para agradecer! ¿Cuántas veces hicimos lo mismo en nuestra devoción personal?

¿Por qué ser agradecido si todavía no presentamos nuestro pedido y no hemos recibido la respuesta? Eso dependerá mucho de tu concepto de la oración. Si crees que, antes de salir de nuestros labios, todas las peticiones ya fueron respondidas por Dios, y que todo lo que necesitamos hacer es abrir la puerta del corazón a Jesús, que viene con todas sus bendiciones, entonces la oración de gratitud tiene sentido. Pero si continúas pensando que tienes que orar para cambiar la posición de Dios respecto de tu persona, entonces, naturalmente, todavía no tienes motivos para ser agradecido.

Si te detienes a pensar un poco y comienzas a enumerar todas las bendiciones que ya recibiste en la vida, verás que ni el tiempo ni la memoria alcanzan para mencionarlas a todas. Dios es un Dios de salvación y es también un Dios de bendiciones. No somos nosotros los que deseamos ser bendecidos, es él quien está deseoso de bendecirnos. Tenemos que alabar su nombre porque es grande. Tenemos que agradecer su amor porque mucho tiempo antes de que supliquemos alguna cosa, su Espíritu trabajó en nuestra vida creando en nosotros el deseo de buscarlo, haciéndonos sentir la necesidad de sus bendiciones.

Antes de salir hoy al trabajo diario, derrama tu vida a los pies de Jesús. Agradécele las bendiciones que tus ojos todavía no vieron, pero que él ya preparó para ti. Canta un himno de alabanza y mantén ese cántico en el corazón a lo largo del día. No salgas ansioso. No tienes motivo para eso. Tu Dios es el mismo Dios de Moisés, Abraham, Daniel y Pablo. El puede cerrar la boca delos leones, librarte de la prisión o abrir el Mar Rojo.

¡Créelo!

Fuente: Meditaciones Matinales 1994: página 359
Autor: Alejandro Bullón Paucar. Nació en Jauja, Perú, y estudió y se graduó de Teología en el Seminario de la Unión Peruana, cercano a Lima. Trabajó diez años en su país como consejero de jóvenes, y luego fue invitado a continuar el desarrollo de dicho ministerio en el Brasil (primero sirvió en la Unión Este Brasileña, y luego en la unión Central Brasileña).
Actualmente es evangelista de la Voz de la Esperanza, un programa radial con sede en la División Norteamericana. Hasta el año pasado se desempeñó como secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana de los Adventistas del Séptimo Día, y también como evangelista para toda América del Sur. El se define a si mismo como predicador, y su mensaje principal subraya la necesidad de conocer a Jesús como la solución para todos los problemas humanos. Ha escrito varios libros, tales como Conocer a Jesús es todo, La crisis existencial, Tú eres mi vida y vuelve a casa hijo

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lunes, 27 de octubre de 2008

El cristiano ante la FE y la RAZON. Por Humberto M. Rasi

"Señor, haz que nunca emplee mi razón contra la Verdad". --Oración Hebrea.

Cuál es la relación apropiada entre la fe y la razón en la vida del creyente? Esta pregunta ha concitado apasionado interés entre los cristianos a quienes les gusta pensar. El tema preocupa en particular a los universitarios, investigadores y profesionales que desean integrar la fe y la razón en su vida. La tensión se agudiza porque muchos de nuestros contemporáneos dan por sentado que las personas inteligentes no son religiosas o, si lo son, prefieren que mantengan en privado sus convicciones.

¿Cómo han enfrentado este dilema los intelectuales cristianos de otros tiempos? En este artículo vamos a perfilar varias opciones, repasar las enseñanzas bíblicas sobre el tema y proponer una aproximación que satisfaga nuestra pasión por creer en Dios y por cultivar a la vez una fe razonable.

Premisas y definiciones

Según la Biblia, Dios creó a Adán y a Eva al comienzo de la historia humana y los dotó de racionalidad, "con la facultad de pensar y hacer".1 Mientras ejercían esta capacidad, nuestros primeros padres desobedecieron a Dios y como resultado perdieron su dignidad y su hogar edénico. Aunque hemos heredado los efectos de su caída, Dios ha preservado nuestra facultad de pensar, confiar y tomar decisiones. En efecto, uno de los objetivos de la educación adventista es formar "a los jóvenes para que sean pensadores, y no meros reflectores de los pensamientos de otros hombres".2

Antes de proseguir, convendrá que definamos algunos términos:

La fe, desde una perspectiva cristiana, es un acto de la voluntad que decide depositar su confianza en Dios, respondiendo a su auto-revelación y a los llamados del Espíritu Santo a nuestra conciencia.3 La fe religiosa es más fuerte que una creencia, porque incluye la decisión de vivir y aun morir por nuestras convicciones.

La razón es el ejercicio de la capacidad mental para comprender, examinar, discernir y aceptar un concepto o una idea. Nuestro raciocinio busca claridad, coherencia y evidencias aceptables.

Creer es el acto mental de aceptar como real o verdadero un concepto o una persona. Por supuesto, es posible creer en algo o en alguien que no son verdaderos ni reales.

La voluntad es la capacidad y el poder de escoger una creencia o un curso de acción en preferencia a otras opciones. Decidir consiste en el libre ejercicio de esa capacidad.

La razón y la fe se relacionan de manera asimétrica. Es posible creer que Dios existe (razón) sin confiar en él (fe).4 Pero no es posible creer y confiar en Dios (fe) sin creer que él existe (razón).

He decidido concederle la prioridad a la fe en mi vida intelectual, aceptando dos afirmaciones clásicas: Fides quaerens intellectum ("La fe desea entender") y Credo ut intelligam ("Creo para poder entender"). La razón desempeña un papel importante en la vida de fe, pero no puede reemplazar la fe. Para el cristiano, el propósito último de la vida no es adquirir más conocimiento. El máximo objetivo es establecer una relación de amistad íntima con Dios, que nos lleva a obedecerle y a servir a otros motivados por el amor.

La relación entre la fe y la razón

¿Qué posturas han asumido los cristianos ante la relación de la fe con la razón? ¿Cómo deberíamos hacerlo nosotros? Veamos cuatro aproximaciones diferentes:5

1. Fideísmo: La fe ignora o minimiza el rol de la razón como medio para alcanzar la verdad última. Según esta perspectiva, la fe en Dios es el criterio fundamental para conocer la verdad y todo lo que el cristiano necesita para lograr certeza y salvación. El fideísta afirma que Dios se revela a los seres humanos mediante la Biblia, el Espíritu Santo y la experiencia personal, que son suficientes para conocer las verdades esenciales. Un dicho popular resume esta postura: "Dios lo ha dicho. Yo lo creo. Eso es suficiente".

Tertuliano (160?-230?), un defensor del cristianismo ante la cultura pagana de su tiempo, fue el primero en expresar el fideísmo radical al afirmar: Credo quia absurdum ("Creo en ello porque es absurdo"). Más tarde otros autores cristianos han exaltado el valor supremo de la "fe ciega" en contraste con la razón humana. En su modalidad extrema, el fideísmo rechaza el pensamiento racional, considera innecesarios los estudios avanzados y la investigación científica, y puede conducir a una religión mística.

Los críticos del fideísmo, especialmente de su versión radical, han señalado que la fe en Dios y en Jesucristo presupone que existe un Dios que se ha revelado a la humanidad en la persona de Cristo, y a menos que pueda mostrarse que esta premisa es razonable, o por lo menos que no es contraria a la razón, no resulta más apropiado creer en tales afirmaciones que creer en un absurdo. Por otra parte, los cristianos que consideran la Biblia como una revelación de origen divino necesitan de la razón para comprender y aceptar sus declaraciones y exhortaciones. Si la Biblia constituye una expresión de la voluntad de Dios y la base de la fe cristiana, necesitamos de la razón para comprenderla.

2. Racionalismo: La razón humana cuestiona, ataca y eventualmente destruye la fe religiosa. El racionalista sostiene que la razón constituye la base principal del conocimiento y del acceso a la verdad, y a la vez provee el fundamento de toda creencia digna de confianza.

El racionalismo moderno rechaza la autoridad religiosa y la revelación divina como bases de información fidedigna. A partir del Renacimiento europeo (siglos XIV al XVI), que exaltó la creatividad humana, el racionalismo alcanzó su apogeo durante el Iluminismo (siglo XVIII), con su crítica sistemática de las doctrinas e instituciones tradicionales. Desde allí fue evolucionando hacia el escepticismo y más tarde hacia el ateísmo contemporáneo, que niega la existencia de Dios. Friedrich Nietzsche, Karl Marx y Sigmund Freud representan esta postura.

En su oposición a la fe, el racionalismo arguye que la religión promueve creencias que con frecuencia son irracionales y frustra la autorrealización de los seres humanos. Los racionalistas señalan que la existencia del mal en el mundo es incompatible con un Dios poderoso, amante y sabio, como enseña el cristianismo.

3. Dualismo: La fe y la razón actúan en esferas diferentes, de modo que ni se confirman ni se contradicen.

Muchos investigadores contemporáneos afirman que la ciencia se basa en datos objetivos, mientras que la religión se ocupa de asuntos éticos desde una perspectiva subjetiva. De modo que la razón y la fe, el conocimiento y los valores no tienen relación mutua.6

Sin embargo, los cristianos que basan sus creencias en la Biblia no aceptan esta postura. Afirman, por ejemplo, que Jesucristo tal como se lo presenta en los evangelios no es sólo el centro de su fe como Dios encarnado, sino también un Personaje real que vivió en este mundo durante un período específico de la historia humana. Sostienen que los eventos y los personajes que se mencionan en las Escrituras también pertenecen a la historia, tal como lo confirma un número creciente de evidencias documentales y arqueológicas.

Quienes separan las esferas de la razón y de la fe relegan al cristianismo al ámbito de los sentimientos y la subjetividad, reduciéndolo en última instancia al nivel de un mito intrascendente.

Tanto los cristianos como los no cristianos tienen creencias diferentes y frecuentemente contradictorias. Si la veracidad o falsedad de tales creencias no pueden evaluarse en base a evidencias y argumentos razonables, entonces ninguna creencia --sea religiosa o filosófica-- puede reclamar la confianza y la certeza de quienes las sustentan.

4. Sinergía: La fe y la razón cooperan y se apoyan mutuamente en la búsqueda de la verdad y el cometido personal a la misma.

Quienes proponen esta postura sostienen que el cristianismo constituye un sistema integrado y coherente de creencias y conducta que merece tanto nuestro compromiso de fe como nuestra afirmación racional. Las esferas propias de la fe y la razón se sobreponen parcialmente. Hay verdades reveladas por Dios que no pueden alcanzarse por la razón (por ejemplo, la Trinidad o la salvación por la gracia mediante la fe). También hay verdades a las que podemos llegar tanto por la revelación divina como por la razón (por ejemplo, la existencia de Dios o la ley moral). Por último, hay también verdades que la mente humana puede descubrir sin auxilio directo de la revelación de Dios (por ejemplo, las leyes físicas o las fórmulas matemáticas).

El apologista cristiano C. S. Lewis afirma que para ser realmente morales los seres humanos deben creer que los principios morales básicos pueden ser conocidos por todos. Lewis también sostiene que la existencia de tales principios éticos universales presupone la existencia de un Ser que posee el derecho y es capaz de promulgarlos.7

Si el mundo en que vivimos puede entenderse mediante la razón humana en base a la investigación y la experiencia, se trata de un mundo inteligible. Al estudiar el universo del que somos parte tanto en su dimensión celular como galáctica descubrimos leyes que proveen evidencias de que un Ser inteligente lo ha diseñado y lo sostiene. Este diseño detallado de los aspectos más complejos del universo no sólo mantiene la vida en este planeta sino que revela a un Diseñador sobrenatural.

En efecto, la experiencia religiosa y la conciencia moral perciben la existencia del mismo Ser que, por su parte, la investigación científica descubre como el Diseñador del cosmos y el Sustentador de la vida.

La razón puede ayudarnos a avanzar desde la comprensión hacia la aceptación e, idealmente, hacia la creencia y la fe. Sin embargo, la fe en Dios es una decisión de la voluntad que trasciende la razón. Nuestro raciocinio, dirigido por el Espíritu Santo, puede despejar los obstáculos en el camino hacia la fe. Y una vez que abrazamos la fe, la razón puede ahondar nuestro cometido religioso.8

La fe y la razón desde la perspectiva bíblica

La cosmovisión del pueblo hebreo, tal como la refleja el Antiguo Testamento, concebía la existencia humana como una unidad integrada que abarcaba tanto las creencias como la conducta, la confianza en Dios y el pensamiento racional. Durante la mayoría de su trayectoria histórica, el pueblo de Israel aceptó sin cuestionamientos la realidad de Dios, cuya revelación estaba documentada en las Escrituras y cuyas intervenciones sobrenaturales eran parte de la historia vivida por este pueblo. Para los hebreos, los enemigos de la fe en Dios no eran el escepticismo ni la incredulidad sino la adoración a los dioses paganos, meros productos de la imaginación humana descarriada. Los hebreos no buscaban el conocimiento teórico sino la sabiduría, vale decir, el pensar correctamente para tomar decisiones acertadas y vivir una vida recta a la vista de Dios. "El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia" (Proverbios 9:10).

El Nuevo Testamento refleja la transición cultural hacia un contexto diferente, en el que el monoteísmo hebreo se ha fragmentado en diversas sectas judías y ha sido influido por el politeísmo greco-romano, el culto al emperador y el agnosticismo. Al interactuar con este ambiente religioso y filosófico, la Iglesia Cristiana comenzó a expresar con claridad la relación entre la fe y la razón, concediendo primacía a la fe en la vida del creyente.

Podemos resumir las enseñanzas de la Biblia sobre la fe y la razón en estos conceptos fundamentales:

1. El Espíritu Santo despierta la fe e ilumina la razón. Si no fuera por la influencia del Espíritu Santo sobre la conciencia humana, nadie llegaría a ser cristiano. En nuestra condición natural, no buscamos a Dios (Romanos 3:10, 11), no reconocemos nuestra necesidad de su gracia (Juan 16:7-11), ni comprendemos las cosas espirituales (1 Corintios 2:14). Es el Espíritu Santo quien nos lleva a aceptar, creer y confiar en Dios (Juan 16:14). Un vez que hemos experimentado esta transformación (Romanos 12:1, 2), el Espíritu nos guía "a toda la verdad" (Juan 16:13) y nos ayuda a discernir la verdad del error (1 Juan 4:1-3).

2. La fe debe ejercitarse y desarrollarse durante toda la vida. Cada ser humano ha recibido de Dios "una medida de fe" (Romanos 12:3) --vale decir, la capacidad de confiar en él-- y se espera que cada cristiano crezca en la fe (2 Tesalonicenses 1:3). "Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios, crea que él existe y recompensa a quienes le buscan" (Hebreos 11:6). De ahí el ruego angustiado que le dirige a Jesús el padre de un hijo enfermo: "Creo; ayuda mi incredulidad" (Marcos 9:24) y el pedido insistente de los discípulos: "Auméntanos la fe" (Lucas 17:5).

3. Dios apela a la razón humana porque la valora. Aunque los pensamientos de Dios son infinitamente superiores a los nuestros (Isaías 55:8, 9), se comunica con nosotros de manera inteligible, revelándose mediante la Biblia (2 Pedro 1:20, 21), la vida de Jesucristo, quien se llamó a sí mismo "la verdad" (Juan 14:6), y mediante la naturaleza (Salmo 19:1). Durante su ministerio, Jesús dialogó con sus oyentes utilizando argumentos racionales (por ejemplo, con Nicodemo, Juan 3, y con la mujer samaritana, Juan 4). A pedido del oficial etíope, Felipe le explicó las profecías mesiánicas de las Escrituras para que pudiera comprenderlas y creer (Hechos 8:30-35). Por su parte, los cristianos de Berea fueron elogiados porque "escudriñaron las Escrituras para ver si estas cosas eran así" (Hechos 17:11).

4. Dios provee evidencias suficientes para que podamos creer y confiar en él. El observador sin prejuicios percibe en el universo manifestaciones del poder creativo y sustentador de Dios (Isaías 40:26). "Los atributos invisibles de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ven claramente desde la creación del mundo, y se entienden por las cosas que han sido creadas". Por eso los que niegan su existencia, a pesar de las evidencias, "no tienen excusa" (Romanos 1:20, NRV). Sin embargo, cuando Tomás expresó dudas acerca de la resurrección, Cristo le ofreció evidencias físicas y le dijo: "No seas incrédulo, sino creyente" (Juan 20:27-29). Al hacer frente a cuestiones sobre el origen del universo, nuestro punto de partida debe ser la fe basada en la revelación de Dios: "Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía" (Hebreos 11:3).

5. Dios nos ofrece clara orientación para la vida, pero respeta nuestras decisiones. En el Jardín del Edén, Dios concedió a Adán y a Eva el poder de decidir --la capacidad de obedecerle o desobedecerle-- y les advirtió de las terribles consecuencias de elegir la desobediencia (Génesis 2:16, 17). Y al comunicarse mediante Moisés, Dios repitió las opciones: "Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal...; escoge, pues, la vida para que vivas tú y tu descendencia" (Deuteronomio 30:15, 19). Sus invitaciones son exquisitamente corteses: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo" (Apocalipsis 3:20). Por sobre todo, Dios desea que le amemos, obedezcamos y adoremos como resultado de una decisión libre y razonada (Juan 4:23, 24; 14:15; Romanos 12:1 [loguikén=razonable, espiritual].

6. Tanto la fe como la razón son necesarias en la vida y el testimonio del creyente. Pablo declaró que la aceptación de Cristo como Salvador dependía de una comprensión racional del evangelio: "La fe viene por el oír, y el oír por medio de la Palabra de Cristo" (Romanos 10:17, NRV). Pedro nos advierte: "Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros" (1 Pedro 3:15). Y el mismo apóstol nos exhorta a añadir "a la virtud, conocimiento" (2 Pedro 1:5).

¿Qué hacer con las dudas?

Veamos algunas implicaciones de lo que hemos examinado hasta ahora. ¿Cómo debemos responder los cristianos a la tensión entre la fe y la razón que con frecuencia surge en nuestros estudios e investigaciones o en las experiencias de la vida? Estas sugerencias pueden ser útiles.10

1. Recordar que Dios y la verdad son sinónimos. Dios nos creó como seres racionales e inquisitivos. Se deleita cuando empleamos nuestra capacidad mental para explorar, descubrir, aprender e inventar al interactuar con el mundo. Cuando utilizamos nuestro raciocinio y nuestra creatividad en una actitud humilde y agradecida, estamos amando a Dios con toda nuestra mente. Por eso no debemos temer la investigación y los descubrimientos. Si encontramos discrepancias entre "la verdad de Dios" y "la verdad humana", esto se debe a que hemos malentendido la una, la otra, o ambas. Siendo que en Cristo "están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento" (Colosenses 2:3), todo lo que es verdad proviene de Dios.

2. Reconocer que la Biblia no pretende contener todo lo que se puede saber. El conocimiento que Dios posee es infinitamente superior al nuestro. Por esa causa tuvo que descender a nuestro nivel para poder establecer comunicación con nosotros, dentro de nuestra capacidad de comprender. Jesús les dijo a sus discípulos: "Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar" (Juan 16:12). Además, nuestra condición pecaminosa entorpece y limita nuestro entendimiento. "Ahora vemos por espejo, oscuramente....Ahora conozco en parte; pero conoceré como soy conocido" (1 Corintios 13:12). La Biblia puede ser leída como un libro de historia o de literatura o de legislación o de biografías. Sin embargo, su propósito principal es ayudarnos a conocer a Dios y mostrarnos cómo reconciliarnos con él para vivir vidas nobles y prepararnos para la eternidad. En la Tierra Nueva tendremos el tiempo y la oportunidad de explorar la vasta complejidad del cosmos y conocer a sus habitantes.

3. Distinguir entre lo que dice la Palabra de Dios y las interpretaciones humanas. Nuestras tradiciones y prejuicios a veces nos hacen ver en la Biblia conceptos que no se encuentran en ella. Un ejemplo es el caso de Copérnico (1473-1543), quien, en base a sus observaciones propuso que los planetas, incluyendo la Tierra, giran en torno al Sol. Pero como la mayoría de los astrónomos aceptaban la teoría geocéntrica de Ptolomeo, muchos de los líderes religiosos de su tiempo consideraron que la idea de Copérnico era herética. Creían que debido a la importancia de los seres humanos en los planes de Dios, el Sol y los planetas debían girar alrededor de la Tierra. Cuando Galileo y Kepler presentaron evidencias que apoyaban la propuesta de Copérnico, dicho descubrimiento no eliminó a Dios ni destruyó el cristianismo.

Tres siglos más tarde, Carlos Dar-win polemizó con los teólogos de su tiempo, la mayoría de los cuales creían en el fijismo absoluto de las especies, algo que no requiere el relato bíblico de la creación. Hace algunos años, algunos cristianos afirmaban que Dios no permitiría que el hombre viajara por el espacio o llegara hasta la Luna. Tales ideas resultaron falsas, porque se basaban en interpretaciones y extrapolaciones personales.

4. Aceptar que el quehacer científico explora apenas una parte de la realidad total. Las ciencias experimentales sólo se ocupan de fenómenos que pueden ser observados, mensurados, manipulados, repetidos y falsificados. Contrariamente a lo que leemos en muchos textos de ciencia y escuchamos en los medios de comunicación, los descubrimientos con frecuencia conducen a reajustes. Es cierto que las leyes fundamentales son universalmente aceptadas. Sin embargo, a medida que los científicos continúan investigando saben que las teorías y explicaciones que fueron aceptadas por años pueden ser reemplazadas por otras teorías e interpretaciones que parecen más precisas y dignas de confianza.11 La mayoría de los científicos investigan con premisas naturalistas, que excluyen lo sobrenatural. Un buen número de ellos son agnósticos o ateos; pero sus creencias no se basan en evidencias científicas sino en preferencias personales. Los investigadores que admiten la posibilidad de que Dios existe, encuentran en el mundo natural evidencias abundantes de que un Diseñador Inteligente ha planeado y sostiene el universo y la vida.

5. Crear un archivo mental para asuntos no resueltos. En nuestros estudios, en nuestra experiencia personal y aun en la Biblia tropezamos con cuestiones que no tienen respuesta satisfactoria. A veces encontramos más tarde una explicación. En otros casos, los dilemas no tienen resolución. Un ejemplo clásico es la tensión que existe entre nuestra creencia en un Dios poderoso, sabio y amante, por un lado, y el sufrimiento de los inocentes, por otro. Aunque hay evidencias del amor y el poder de Dios, no podemos explicar el porqué de muchas tragedias humanas y desastres naturales en un universo en el que él es soberano. Como otros creyentes antes que nosotros, procuramos comprender estos y otros misterios profundos. Lo más que podemos hacer es tener paciencia, estudiar con oración estas cuestiones y buscar el consejo de cristianos de experiencia. Algún día Dios resolverá la aparente contradicción. Nuestra fe en Dios y el reconocimiento de nuestras limitaciones requieren que aprendamos a vivir con un cierto número de incertidumbres y misterios.

Conclusión

Es posible ilustrar lo esencial de este ensayo al comparar nuestra mente con una corte de justicia que delibera cada día de nuestra vida, mientras Dios protege nuestra libertad.12 Nuestra voluntad preside en esa corte como juez, mientras la razón y la fe son los abogados que presentan evidencias y hacen comparecer a testigos para ofrecer su testimonio. Tales evidencias y testimonios son de diverso tipo: la influencia de personas a quienes respetamos, el sentirnos amados y el ser capaces de amar, el diálogo con otros, la observación de la naturaleza, la vivencia espiritual de la oración y el servicio, nuestras lecturas e investigaciones, los gozos y tristezas de la vida, el culto de adoración individual y colectivo, el impacto de la belleza y las artes, los efectos de nuestros hábitos y estilo de vida, y la búsqueda de integridad y consistencia.

Nuestra voluntad evalúa cada día estas múltiples percepciones emocionales, espirituales, racionales y estéticas, comparándolas con el código, vale decir, nuestra cosmovisión.13

A veces estas impresiones fortalecerán nuestras convicciones y nuestra fe. Otras veces las evidencias requerirán un reajuste de nuestra cosmovisión y la modificación de algunas de nuestras creencias. Tales cambios, por su parte, influirán sobre nuestra conducta. En ciertas ocasiones, nuestra voluntad preferirá no seguir escuchando los argumentos. En el trasfondo de la corte, el Espíritu Santo aguarda la ocasión oportuna para pronunciar una palabra de advertencia, corrección o afirmación. También se escuchan otras voces de observadores no invitados que expresan objeciones, insinúan dudas o presentan evidencias contrarias. La corte de nuestra voluntad sigue deliberando hasta el día final de nuestra vida consciente.

Como cristianos, se nos invita a amar a Dios con nuestra mente y también con nuestra voluntad, integrando las demandas de nuestra fe y nuestro intelecto. Para el creyente intelectual, "no hay incompatibilidad entre una fe sólida y los estudios profundos, entre una vida piadosa y el pensamiento crítico, entre la vida de fe y la vida de la mente".14 Para crecer en estas dimensiones --fe, intelecto y voluntad-- debemos ahondar cada día nuestra amistad con Dios y fortalecer nuestro compromiso con la verdad. El confía que, en vista de las evidencias que poseemos, sabremos vivir como cristianos fieles y ser capaces de tomar decisiones inteligentes.15


Fuente: Dialogo Universitario
Autor: Humberto M. Rasi (Ph.D., Stanford University) se desempeño como director del Departamento de Educación de la Iglesia Adventista del Séptimo Día y redactor en jefe de Diálogo Universitario.
Notas y referencias: 1. Elena White, La educación (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1958), p. 15. 2. Ibid. 3. En el libro citado, Elena White define la fe de esta manera: "La fe significa confiar en Dios, creer que nos ama, y sabe mejor qué es lo que nos conviene" (p. 247). 4. "Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan" (Santiago 2:19). 5. Ver Hugo A. Meynell, "Faith and Reason" en The Encyclopedia of Modern Christian Thought, compilada por Alister E. McGrath (Oxford: Blackwell, 1993), pp. 214-219. 6. Stephen Jay Gould, el recientemente fallecido catedrático de la historia de la ciencia en la Universidad de Harvard declaró que "el conflicto entre la ciencia y la religión existe sólo en la mente de las personas, no en la lógica ni en la utilidad propia de estos campos totalmente diferentes e igualmente importantes". En su opinión, "la ciencia procura documentar el carácter real del mundo natural y de proponer teorías que coordinan y explican estos datos. La religión, por su parte, actúa en el terreno igualmente importante pero absolutamente diferente de los propósitos, significados y valores humanos". Citado por Houston Smith en Why Religion Matters [Harper San Francisco, 2001], pp. 70, 71. 7. El apóstol Pablo declara: "Cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos" (Romanos 2:14, 15). 8. Ver Peter Kreeft y Ronald K. Tacelli, Handbook of Christian Apologetics (Downer's Grove, Illinois: InterVarsity Press, 1994), pp. 29-44. 9. "Dios nunca nos exige que creamos sin darnos suficiente evidencia sobre la cual fundar nuestra fe. Su existencia, su carácter, la veracidad de su Palabra, todas estas cosas están establecidas por abundantes testimonios que apelan a nuestra razón. Sin embargo, Dios no ha quitado toda posibilidad de duda. Nuestra fe debe reposar sobre evidencias, no sobre demostraciones. Los que quieran dudar tendrán oportunidad de hacerlo, al paso que los que realmente deseen conocer la verdad encontrarán abundante evidencia sobre la cual basar su fe". Elena White, El camino a Cristo (Nampa, Idaho: Publicaciones Interamericanas, 1961), p. 105). 10. Adaptado de Jay Kesler, "Un botiquín de sobrevivencia", Diálogo Universitario 6:2 (1994), pp. 24, 25. 11. Thomas Kuhn, en su libro The Structure of Scientific Revolutions, 2ª ed. (University of Chicago Press, 1970) mostró cómo la labor científica se realiza en base a paradigmas conceptuales que cambian con el tiempo. 12. He adaptado esta ilustración de un ensayo de Michael Pearson, "Fe, razón y vulnerabilidad", Diálogo 1:11 (1989), pp. 11-13, 27. 13. Cosmovisión puede definirse como una perspectiva de la vida y el mundo que cada ser humano maduro posee. Una cosmovisión responde a cuatro preguntas básicas: ¿Qué es un ser humano? ¿Cuánto abarca la realidad? ¿Qué anda mal en el mundo? ¿Cuál es la solución a los problemas del mundo? Ver Brian Walsh y Richard Middleton, The Transforming Vision: Shaping a Christian Worldview (Downer's Grove, Illinois: InterVarsity Press, 1984). 14. Arthur F. Holmes, Building the Christian Academy (Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans Publ. Co., p. 5. Ver también William Lane Craig, Reasonable Faith: Christian Truth and Apologetics, ed. rev. (Wheaton, Illinois; Crossway Books, 1994). 15. Ver Richard Rice, "Cuando los creyentes piensan", Diálogo 4:3 (1992), pp. 8-11. Rice también ha publicado el libro Reason and the Contours of Faith (Riverside, California: La Sierra University Press, 1991).

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viernes, 24 de octubre de 2008

UN MENSAJE PARA NUESTRO TIEMPO. Por Elena G. de White


Nuestros mejores afectos, aspiraciones más nobles y servicio más pleno para Jesús.

Si hubo alguna vez un tiempo en el que fue necesario contar con fe e iluminación espiritual, es ahora. Los que velan en oración y escudriñan cada día las Escrituras con el sincero deseo de conocer y hacer la voluntad de Dios, no serán alcanzados por ninguno de los engaños de Satanás…

[El] Señor ayudará a los que se mantengan firmes en defensa de su verdad. Muchos que vean la luz, no la aceptarán, y temerán confiar en el Señor. Jesús dice: “Por tanto os digo: No os angustiéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se angustie, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os angustiáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos”. El gran Artista Maestro nos ha dado las bellezas de la naturaleza… Él es autor del color delicado de las flores y, si ha hecho tanto por una simple flor “que hoy es y mañana se quema en el horno… ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe? Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”.

El cuidado de Dios por nosotros
Dios amó de tal manera al mundo que envió a su hijo unigénito a morir para rescatar al ser humano del poder de Satanás. ¿No cuidará acaso al que ha sido formado a su imagen?... Nuestro Padre celestial no dejará que sus hijos pongan su confianza en él para luego abandonar sus promesas… Comprende todas las circunstancias de la vida. Ve y sabe dónde nos encontramos. Está familiarizado con nuestras penas y angustias. Nos conoce por nombre y se compadece de nuestras enfermedades, porque ha sido tentado en todo y sabe cómo socorrer a los que son tentados. Jesús es nuestro Ayudador, y promete cuidar de todos los que confíen en él.

Confianza creciente en El
A cada uno, Dios ha encomendado talentos que deben ser incrementados por medio del uso. Se nos ha dado una razón con la cual debemos glorificar a Dios. Es preciso que en todas las cosas nos mostremos leales a él. No nos fueron dadas capacidades para que las empleemos meramente en servicio propio, sino que tienen que ser utilizadas para alcanzar ciertos fines, para amar a Dios por sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Los principios cristianos han de ser parte indivisible de nuestra vida y experiencia. Debemos desarrollar una vida de fe en el Hijo de Dios. Hemos de vivir para agradar a Jesús; al hacerlo, nuestra fe y confianza en él serán cada día más fuertes. Podremos entender lo que ha hecho por nosotros y lo que está dispuesto a hacer, y poseeremos la alegría y el sincero deseo de hacer algo para mostrarle nuestro amor. Esta tarea llegará a ser un hábito. No cuestionaremos si debemos obedecer, sino que seguiremos la luz y cumpliremos la obra de Cristo. No buscaremos la conveniencia propia, ni cuestionaremos si obedecerlo responde a nuestros intereses temporales. Los que aman a Jesús sentirán el deseo de obedecer todos sus mandamientos. Escudriñarán la Biblia con cuidado para conocer sus doctrinas. Ninguna otra cosa que no sea la verdad podrá satisfacerlos, porque llegarán a ser los representantes de Cristo en la tierra.

Permaneced firmes
Cristo dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Es necesario que sus seguidores estén tan cerca de él como sea posible. No podemos hablar como él habló, pero hemos de imitarlo, porque es nuestro modelo. No tenemos que erigir luces falsas, ni presentar herejías como verdades. Es preciso que sepamos que toda posición que adoptemos ha de estar apoyada por la Palabra de Dios…

Deseamos la verdad en todo momento. La queremos pura, sin mezcla de error y sin la contaminación de las máximas, costumbres y opiniones del mundo. Queremos la verdad por más inconveniente que sea. La aceptación de la verdad siempre contiene una cruz. Pero Jesús dio su vida en sacrificio por nosotros; ¿no le daremos nosotros nuestros mejores afectos, nuestras aspiraciones más nobles, nuestro servicio más pleno? Hemos de llevar el yugo de Cristo, hemos de levantar su carga. Sin embargo, la Majestad del cielo declara que su yugo es fácil y su carga ligera. ¿Rehuirá acaso nuestra religión a la negación del yo? ¿Evitaremos el sacrificio propio, y dudaremos en renunciar al mundo y todos sus atractivos? ¿Seremos nosotros, aquellos por los que Cristo tanto ha hecho, oidores pero no hacedores de sus palabras? ¿Negaremos con nuestras vidas apáticas e inactivas la fe, y haremos que Jesús se avergüence de llamarnos sus hermanos?...

El futuro victorioso
Solo los vencedores podrán entrar a la Santa Ciudad, al Paraíso de Dios. Estos serán los que hayan permanecido en defensa de la fe, dada una vez a los santos, y que hayan peleado la buena batalla de la fe, “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. Por eso, al igual que Cristo, trabajemos desinteresadamente para traer almas al conocimiento de la verdad. Se necesita todo nuestro corazón, cuerpo, alma y fuerza para esta tarea. Si trabajamos con fidelidad, sin preocuparnos por el aplauso o la censura del mundo, escucharemos el “bien hecho” de la Majestad del cielo, y recibiremos la corona, la palma de la victoria y las ropas blancas que son la justicia de los santos.

Fuente: AdventistWorld.org
Autor: Elena G. de White. Este artículo ha sido extraído del que apareció por primera vez en la Advent Review and Sabbath Herald, ahora la Adventist Review, el 25 de agosto de 1885. Los adventistas creemos que Elena G. de White ejerció el don bíblico de profecía durante más de setenta años de ministerio público.

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sábado, 18 de octubre de 2008

SALUDOS DE PABLO. Por Reinder Bruinsma

Después de décadas de malentendidos, 
pude ver el lado tierno de Pablo.


Cuando se le preguntó qué aspecto habría tenido el apóstol Pablo, se dice que Martín Lutero expresó que seguramente se parecía a su colega Felipe Melancton.
Los retratos de la época muestran que Melancton era un individuo de aspecto más bien adusto, y que tenía expresiones faciales que –para decirlo suavemente– no expresaban demasiado gozo de vivir. De alguna manera, yo también pensaba que Pablo era así. Aunque tenía una imagen mental de Pedro como la de un individuo optimista, alguien a quien me habría gustado invitar a comer y a conversar, pensaba que Pablo era un estricto 
académico que prefería luchar con 
interrogantes teológicos escabrosos antes que compartir una buena 
comida con un amigo. No me parecía una persona muy sociable, ni alguien que abrazara a otras personas, dedicara tiempo a hablar de cosas simples o a cultivar sólidos lazos de amistad.

El último capítulo de Romanos 
cambió mi forma de pensar al respecto.


Dedicado a las personas

Cuando Pablo escribió la epístola desde Corinto, alrededor del año 55 d.C., aún no había visitado Roma. Su carta a esta iglesia que en ese entonces se reunía en los hogares de los feligreses, se convirtió en su epístola más destacada, donde describió en forma más detallada su teología de la redención en Cristo. En este artículo, sin embargo, me concentraré en el epílogo de la epístola, en la lista de salutaciones que se encuentran en el capítulo 16.
Febe, a quien Pablo menciona al comienzo del capítulo, fue probablemente la que llevó la carta a Roma. Febe era una cristiana destacada en la iglesia de Cencrea, cerca de Corinto. El texto griego parece indicar que era diaconisa. La carta que llevó contenía salutaciones para no menos de veintinueve individuos de Roma.

Priscila y Aquila, ex compañeros de Pablo en la confección de tiendas, son mencionados primero (vers. 3). El matrimonio había huido de Roma durante las persecuciones del emperador Claudio (Hech. 18:2). Pablo trató con ellos en Corinto y en Éfeso, y aquí los llama “mis colaboradores en Cristo Jesús”. Pablo saluda entonces a Epeneto (vers. 5), el primer converso al cristianismo en lo que hoy es Turquía. A continuación menciona a María, uno de muchos personajes bíblicos que lleva ese nombre. Dice Pablo que ella trabajó “muy duro” por la iglesia (vers. 6). (Recordemos buscarla en la Nueva Jerusalén para ver quién era).
No puedo comentar aquí los veintinueve nombres. Pero Andrónico y Junias (vers. 7) merecen una breve mención. Ellos eran “muy estimados entre los apóstoles”, dice Pablo. Esta es una declaración extraordinaria, ya que hay grandes posibilidades de que Junias fuera una mujer. El nombre “Junias” puede ser masculino o femenino y, por más de mil años, los teólogos se han referido a esta persona como mujer. El escritor Juan Crisóstomo, del siglo IV d.C., expresó inclusive su sorpresa sobre el hecho de que aparentemente una mujer se hallara entre los apóstoles. 
(Sin embargo, a partir del siglo XIII se comenzó a pensar en Junias como 
nombre masculino).
Pasamos por alto a Amplias, Urbano, 
Estaquio y Apeles (dado que solo sabemos sus nombres), y llegamos a Aristóbulo (vers. 10). Puede ser que haya sido uno de los nietos del rey Herodes. Herodión (vers. 11) también puede haber pertenecido a la familia de Herodes. Narciso (vers. 11), puede haber pertenecido a la alta sociedad. Algunos sugieren que puede haber sido un 
secretario privado en la corte imperial.
Más abajo encontramos a Rufo 
(vers. 13). Su nombre nos recuerda a Marcos 15:21, donde Simón de Cirene (que llevó la cruz de Cristo) es descrito como “el padre de Alejandro y Rufo”. 
Algunos estudiosos de la Biblia creen que el Evangelio de Marcos puede haber sido dirigido inicialmente a los cristianos de Roma y al saber que Rufo finalmente terminó alli Marcos tuvo el gesto de insertar ese detalle.
Después de mencionar unos pocos nombres adicionales, Pablo concluye la carta animando a sus receptores a saludarse unos a otros con “beso santo” (vers. 16), una costumbre que aconsejó que siguieran sus lectores de otras de sus epístolas.

Un Pablo diferente

Pablo aún no había estado en Roma y, sin embargo, ¡conocía a casi treinta personas por nombre! Resulta singular que nueve de las veintinueve personas mencionadas son mujeres. ¿Puede ser que Pablo no haya sido el tipo de misógino que a veces se piensa? Asimismo, aunque algunos de la lista eran personas de un estatus considerable en la sociedad romana y en la iglesia, Pablo también recordó los nombres de otras personas “simples”, trabajadoras y confiables que no poseían alcurnia o un trasfondo académico destacado.
Cuando miramos a Pablo desde la perspectiva de Romanos 16, surge una nueva imagen del apóstol: la de alguien que estaba profundamente interesado en otras personas. Al tener en cuenta este aspecto al releer el resto de Romanos y las otras epístolas, vemos una clara confirmación de esta imagen en muchos lugares. Entre medio y por detrás de la teología y las críticas y amonestaciones a menudo severas, vemos a un hombre que amó a las personas y que se preocupó genuinamente por ellas. ¿Dónde se halla esto más visible que en sus cartas a Timoteo, a quien ama como si fuera su propio hijo (2 Tim. 1:1-5)? Y la pasión que sentía por su propia nación se ve con claridad en Romanos 9:2-4: “Tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón, porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son parientes según la carne; que son israelitas”.


El rostro humano

Como administrador de la iglesia, paso gran parte de mi tiempo en reuniones, analizando todo tipo de temas de organización y administración: reglamentaciones, programas, edificios, dinero, puestos vacantes, informes a ser evaluados. Todo esto constituye gran parte de mi trabajo. Pero en último término habría fallado si no hubiera visto el rostro humano detrás de todo, si no valorara a las personas por sobre los reglamentos. Si lo que yo y otros líderes de la iglesia hacemos, carece de un rostro humano, sería mejor dejarlo sin hacer.
Si queremos trabajar en cualquier nivel de la iglesia, ya sea como voluntarios o empleados pagos, tenemos que amar a las personas. Resulta significativo que la carta a los Romanos no culmina en declaraciones o teología doctrinal altisonante, sino con personas reales que son mencionadas por nombre. De manera que hoy, ya sea estemos hablando de teología, doctrinas, temas sociales o morales difíciles, nuevos reglamentos o lo que fuera, veremos que todas las perspectivas cambian cuando permitimos que esos temas adopten un rostro humano.
Romanos 16 ha transformado mi pensamiento sobre Pablo. Ahora lo veo más humano. ¡Conocía veintinueve personas en una iglesia que jamás había visitado! ¿Cuánto conoce usted a las personas de su iglesia?





The Apostle Paul, c. 1657. Rembrandt van Rijn. Widener Collection, National Gallery of Art, Washington, DC

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miércoles, 1 de octubre de 2008

EL JUICIO PREVIO AL ADVENIMIENTO. Por Dr. C. Mervyn Maxwell

El juicio ya comenzó

En ese momento tiene que haber sido el hombre más feliz de la tierra. Pero sólo por un momento. Era un siervo importante de un rico señor. Al hablarnos acerca de él en Mateo 18:23-35 Jesús nos dice que este siervo había pedido prestados diez mil talentos – una suma muy grande y que no los había podido devolver. Tal vez los había invertido en un cargamento de cerámicas de Italia y que el barco se había hundido, o en una caravana de sedas orientales, y que los bandidos se habían ido con el cargamento.

Sea como fuere, cuando el señor descubrió que su siervo no podía pagar, ordenó que él y su familia fueran vendidos como esclavos y que el valor correspondiente se aplicara a su cuenta.

Horrorizado, el siervo había caído de rodillas. "Ten paciencia conmigo roga­ba–, que todo te lo pagaré".

"Movido a compasión dice Jesús el señor de aquel siervo, le dejó marchar y le perdonó la deuda". Fue generoso con él.

En ese preciso momento el siervo tiene que haberse sentido ciertamente muy feliz. Pero cuando salió de la oficina de su señor, se encontró con un colega que casualmente le debía "cien denarios" (tal vez veinte dólares, más o menos). Increíblemente tomó del cuello a su deudor y a gritos le exigía que le pagara.

El colega por fin se zafó y cayó de rodillas. "Ten paciencia conmigo que ya te pagaré".

Pero el siervo, enojado porque tenía que esperar para recuperar su dinero, metió al hombre en la cárcel.

Cuando los otros empleados se enteraron de lo que había sucedido, se quejaron de ello ante su señor, quien inmediatamente llamó al siervo y le habló con mucha indignación. "Siervo malvado le dijo, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, como también yo me compadecí de ti?" Y lo envió a prisión.

Jesús concluyó su historia con este mensaje a la vez sensato y que nos induce a meditar: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano" (Mateo 18:35).

Recordemos esta historia mientras proseguimos nuestro estudio de Daniel 8 y 9. Vamos a referirnos a ella nuevamente y en forma definida en la página 246. Tiene una relación directa con la profecía de los 2.300 días.

La fecha final de los 2.300 días. Por más fascinantes y significativas que sean las setenta semanas cuando se las estudia separadamente, debemos recordar de nuevo que Gabriel las menciona como una manera de arrojar luz sobre los 2.300 días de Daniel 8:14.

"Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas [es decir, 2.300 días] –dijo el ángel en Daniel 8: 14–; después será reivindicado [purificado] el santuario".

"Explícale a éste la visión" fue la orden que se le dio a Gabriel, y que él trató de cumplir inmediatamente. Pero después de explicar el significado de las bestias y los cuernos, que también formaban parte de la visión, tuvo que suspender su discurso porque Daniel se desmayó, y los 2.300 días quedaron sin explicar.

Alrededor de trece años más tarde Gabriel volvió a entrevistarse con Daniel y lo invitó a entender "la visión". Inmediatamente habló de tiempo. "Setenta semanal [de años] –comenzó– están fijadas [amputadas o cortadas] sobre tu pueblo" (Daniel 9:24).

Hemos visto que el exacto cumplimiento de la profecía de Gabriel con respecto a las setenta semanas y su relación con la primera venida de Cristo contribuye a que comprendamos los 2.300 días en parte porque prueba que representan 2.300 años. Por ejemplo, sería imposible separar 490 años de 2.300 días comunes.

Hemos llegado a esta conclusión acerca de los 2.300 años al reconocer estos puntos también:

1. Los 2.300 días aparecen en la porción simbólica de Daniel 8, lo que nos revela que ciertamente son tan simbólicos como las bestias, los cuernos, los 1.260 días; y

2. Ezequiel, el profeta contemporáneo de Daniel, cautivo como él y su vecino en Babilonia, recibió información definida en una profecía simbólica en el sentido de que un día equivale a un año (Ezequiel 4:6).

También deberíamos haber tenido en cuenta que en los primeros años de la nación judía, cuando los israelitas todavía estaban viajando de Egipto a Palestina, Dios, por medio de Moisés, relacionó cuarenta días de desobediencia con cuarenta años de castigo (Números 14:34). De esta manera Dios grabó el concepto de "día por año" en la mentalidad judía desde el mismo principio.

El erudito judío Nahawendi escribió acerca de los "2.300 años" en el siglo IX d.C., Amoldo de Villanova, un brillante médico que atendió a papas y reyes, y que combatió a los teólogos de París, afirmó en 1292 que cuando Daniel "dice 'dos mil trescientos días' se puede decir que por días él entiende años". "No es nada fuera de lo común en las Escrituras de Dios –sigue diciendo Villanova– que por días se entienda años… El Espíritu por medio de Ezequiel da este testimonio: 'Yo te he fijado un día por año' ". [1]

Daniel 8: 17 dice que la visión de los 2.300 días "se refiere al tiempo del Fin".

A pesar de la seguridad que nos dan las Escrituras de que los 2.300 días son 2.300 años, todavía queremos saber cuándo comienzan para poder calcular cuándo van a terminar. La clave, una vez más, se encuentra en la profecía de las setenta semanas. ¿Cómo podrían las setenta semanas ayudarnos a "comprender" adecuadamente los 2.300 días? Pues si tomamos en cuenta que la declaración de Gabriel: "Desde el Instante en que salió la orden de volver a construir Jerusalén, hasta un Príncipe Mesías", fija la fecha del comienzo de los 2.300 días, también, sin duda alguna, fija la fecha del comienzo de las setenta semanas.

Descubrimos que las setenta semanas comenzaron en el año 457 a.C. Por lo tanto, los 2.300 días también comienzan en el año 457 a.C.

Entonces, ¿cuándo terminan?

Los 490 años terminaron en el año 34 d.C. Cuando cortamos o amputamos 490 años de 2.300, nos quedan 1.81años después del año 34 d.C. Quiere decir que los 2.300 días terminaron en 1844.

Los 2.300 días-años van del año 457 a.C. a 1844 d.C.

¿Qué ocurrió en 1844? Seguramente usted siente curiosidad y desea saber qué ocurrió en 1844. Usted no recuerda haber leído nada especial acerca de esa fecha en los libros de historia.

El ángel dijo, en efecto, que en 1844 el "santuario" sería reivindicado o purificado. Como hemos visto, el santuario a que nos estarnos refiriendo es "al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre", ubicada en el cielo donde Jesús oficia como fiel sumo sacerdote nuestro (Hebreos 8:1, 2).

El acontecimiento que fijó el fin de los 2.300 días comenzó en el cielo en 1844. Por eso usted no se ha enterado de ello por medio de los libros de historia.

En las páginas 181-188 vimos que las palabras "después será reivindicado el santuario", cuando se las estudia cuidadosamente en su contexto y a la luz de la lengua hebrea, revelan a lo menos cuatro acontecimientos relacionados entre sí:

1. La restauración del tamid de Cristo, es a saber, su ministerio sumo sacerdotal, después de un largo período durante el cual fue "pisoteado".

2. La purificación final del santuario –y de la gente que adora en él–, de todo pecado.

3. En relación con esta purificación, un juicio.

4. Después de esta purificación y este juicio, suenan las trompetas del jubileo, la piedra sobrenatural destruye las naciones, y los santos heredan el reino de Cristo.

La restauración del tamid de Cristo. El ministerio sumo sacerdotal de Jesús fue oscurecido durante la Edad Media por ministros que descuidaron la predicación del Evangelio y le impusieron la confesión y la penitencia a la gente, amenazando con la excomunión e incluso con la pena capital a todos los que no se sometieran a sus disposiciones. El redescubrimiento de la verdad acerca del sacerdocio celestial de Cristo comenzó en torno del año 1517, cuando Martín Lulero volvió a encontrar la enseñanza bíblica de que la salvación es un don de Dios del cual podemos disfrutar por la fe en Jesús. "Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe" (Efesios 2:8, 9). "El salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 6:23).

Una mayor comprensión del ministerio celestial de Cristo ocurrió alrededor del año 1844. Usted está leyendo algo de ello ahora mismo. Vamos a hablar mucho más al respecto cuando comentemos el Apocalipsis.

Todos los cristianos creemos en el Cristo de la historia, que murió en la cruz. Muchos cristianos creen en el Cristo del futuro, que vendrá en las nubes. Pero muchísimos cristianos no saben gran cosa del Cristo de la actualidad, que lleva a cabo ahora una obra especial que comenzó en 1844. Todos deberían saber lo que las Escrituras dicen acerca de la tarea que Jesús está realizando por todos nosotros en este momento.

El santuario y el día del juicio. En las páginas 115-118 vimos que en Daniel 7: 9-14 se nos presenta la fase inicial del juicio final. La obra especial que Jesús está haciendo por nosotros actualmente implica su participación en esta primera fase del juicio, además de sus actividades normales como nuestro Sumo Sacerdote.

En la visión de Daniel 7 el Anciano toma asiento y "he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre" que se acerca a El. El Anciano es Dios el Padre y el Hijo de hombre es Jesús, pero en Daniel 7: 13 la venida de Cristo "en las nubes del cielo" no es lo que los cristianos denominamos su segunda venida. En esa ocasión Cristo vendrá "en nubes" (1 Tesalonicenses 4: 17) a la tierra para rescatar a los santos. En Daniel 7 aparece ante el Anciano para confeccionar la lista de los redimidos antes de venir a rescatarlos.

Este traslado de Jesús de un lugar a otro en ocasión del juicio no es algo extraño. Viajó del cielo a la tierra cuando llegó el tiempo señalado por la profecía de las setenta semanas para que naciera y muriera como nuestro Redentor. También viajará del cielo a la tierra cuando llegue el tiempo de que reine en gloria como rey de reyes. Del mismo modo en 1844, al final de los 2.300 días-años, se lo presenta trasladándose de un lugar del cielo a otro cuando llega el momento de introducir modificaciones significativas a su ministerio como nuestro Sumo Sacerdote.

Si usamos el idioma simbólico, el del santuario, podemos decir que en 1844 Jesús pasó del Lugar Santo del Santuario del cielo al Lugar Santísimo* (vea las páginas 181, 182).

En la página 187 vimos que el juicio de Daniel 7 es el mismo acontecimiento que bajo el concepto de purificación/reivindicación aparece en Daniel 8:14. Esta purifica­ción/reivindicación/juicio, precede a la segunda venida. En Apocalipsis 14:6, 7 San Juan dice: "Luego vi a otro Ángel que volaba por lo alto del cielo y tenía una buena nueva eterna que anunciar a los que están en la tierra… Decía con fuerte voz:… 'Ha llegado la hora de su Juicio' ". Puesto que el Evangelio se predica después del comienzo de la hora del juicio, éste debe comenzar antes de que termine la obra de la predicación del Evangelio. Empieza, entonces, antes de la segunda venida.

¡Por supuesto que sí! La más amplia aplicación del Evangelio a las necesidades humanas se ha visto a partir del comienzo del juicio en 1844.

Las cuatro fases del juicio final. Para evitar confusiones debemos tomar nota de que las Escrituras se refieren de diversas maneras al juicio final. A veces parece que aluden a un solo acto divino. "Porque toda obra la emplazará Dios a juicio, también todo lo oculto" (Eclesiastés 12: 14). "Porque ha fijado el día en el que va a juzgar al mundo" (Hechos 17: 31). "Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios" (Romanos 14: 10).

Pero además de referirse al juicio final en términos generales como éstos, las Escrituras definen a lo menos cuatro fases del juicio final: una antes, otra durante y dos después de la segunda venida.

1. El juicio antes de la segunda venida: El Hijo del hombre comparece ante el Anciano (Daniel 7:9-15, 26, 27), purifica el santuario (Daniel 8: 14), y examina los libros (Daniel 7:10) para averiguar quién está en condiciones de que su nombre se conserve en el libro de la vida.

2. El juicio en ocasión de la segunda venida: El Hijo del hombre, sentado en el trono de su gloria, separa a las ovejas de los cabritos (Mateo 25: 31-46).

3. Juicios después de la segunda venida:

a. Durante los mil años los santos ocupan sus tronos, y se les confía el juicio para examinar los registros de las acciones del mundo y de los ángeles
caídos (Apocalipsis 20:4; 1 Corintios 6:2, 3).

b. Al final de los mil años se pronuncia la sentencia y se ejecuta el juicio contra los réprobos. Ellos, junto con la muerte misma, son arrojados en el
lago de fuego (Apocalipsis 20:12-15).

Aunque estos términos no aparecen en las Escrituras, por conveniencia vamos a denominar las diferentes fases del juicio final de la siguiente manera: "investigación", "separación", "examen" y "ejecución". La fase que comenzó en 1844 –la primera de las cuatro fases del juicio final– es el "juicio investigador" o, tal vez en forma más sencilla, el "juicio previo al advenimiento".

Las Escrituras también mencionan otros momentos de juicio además del juicio final. El rey Baltasar fue "pesado en la balanza y encontrado falto de peso" el 12 de octubre del año 539 a.C. (véase las páginas 86-88). Israel fue juzgado al final de las setenta semanas, cuando su privilegio especial como nación más favorecida por Dios le fue asignado a un nuevo Israel, compuesto por "verdaderos judíos" de todas las razas (Gálatas 3:28, 29), los descendientes espirituales de Abrahán.

Día del juicio y expiación. En la página 185 vimos que la purificación simbólica del santuario del Antiguo Testamento (Levítico 16 y 23) se produjo en el día simbólico de la expiación, que es a la vez un día simbólico del juicio. Al aplicar nuestro razonamiento en sentido contrario, nos damos cuenta de que el actual día del juicio (desde 1844) es también un día de expiación.

Esta es una preciosa conclusión.

El principal propósito de Dios en esta primera fase del juicio final no es condenar sino exonerar. Al "purificar el santuario" Dios trata de eliminar tan completamente el pecado que incluso sean borrados los registros de los pecados confesados. El pecado produce separación (Isaías 59:2). La eliminación del pecado produce reconciliación, y así la expiación llega a ser una realidad. La eliminación del último recuerdo del pecado ("de su pecado no vuelva a acordarme", Jeremías 31:34), contribuye a que la reconciliación sea absoluta y permanente.

Dios examina los "libros" no para poner en evidencia a la gente que ha fallado sino para que se sepa quiénes son los que permanecieron fieles. El terrible juicio tendrá lugar al fin de los mil años concluye con la condenación de los réprobos al castigo de la muerte eterna. Pero el juicio previo al advenimiento que comenzó en 1844 el gran día final de la expiación que cumple el simbolismo del día expiación de Levítico 16 evidentemente culmina con esta emocionante declaración: "De todos vuestros pecados quedaréis limpios delante de Yahvéh" (Levítico 16:30) A su final Jesús deja el cielo para dirigirse a la tierra con el fin de reunir a sus santos y coronarlos de vida eterna.

Otro paralelismo con el Antiguo Testamento adquiere significado ahora. Las únicas personas cuyas vidas eran examinadas en el antiguo día de la expiación eran los israelitas, el pueblo especial de Dios. Esto era así porque los únicos pecados que eran eliminados ese día eran los pecados de la gente que había ofrecido sacrificios en el curso del año anterior. Las tribus infieles que se hallaban fuera de los límites de Israe1 se suponían perdidas sin examen, a lo menos desde un punto de vista humano.

De la misma manera hoy Dios busca a sus fieles entre los "verdaderos judíos” que se han unido al verdadero Israel a lo largo de los siglos. Jesucristo es la verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Juan 1:9] gente que está siendo examinada en esta fase del juicio, investigadora y previo al advenimiento, es la que, de una manera u otra, en algún momento u otro, respondido favorablemente a esta Luz. "Porque no hay bajo el cielo otro nombre a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hechos 4:12).

La expiación abarca más que la cruz. Tal vez usted esté acostumbrado a pensar que la "expiación" incluye sólo la cruz y no el juicio previo al advenimiento también. La cruz fue realmente suprema, un acto especial de expiación llevado a cal nuestro favor. Nuestro Dios lleno de gracia, amante, eterno y santo, sufrió el horrible castigo que merece el traidor, el ladrón y el esclavo. Como nuestro Sustituto derramó su sangre por nosotros. Inclinamos nuestras cabezas y nuestros corazones. Sin comprenderlo del todo, preguntamos: "Oh Dios, ¿tan preocupado estás por nosotros?”

Y El responde: "Sí, estoy tan preocupado y mucho más".

Aprendimos en la página 169 que a fin de que la sangre derramada de los sacrificios pudiera expiar realmente, tenía que ser aplicada a un altar en el santuario por medio de un sacerdote. Y antes de que la expiación pudiera ser definitiva y la sangre tenía que ser aplicada de nuevo por medio de un sacerdote en el santísimo.

Es interesante verificar que las versiones más antiguas de las Escrituras, como la Reina Valera, por ejemplo, jamás emplean la palabra "expiación" para referirse a la muerte de Cristo. La usan casi exclusivamente en relación con las actividades del santuario posteriores a la inmolación del sacrificio.

Quiere decir que la expiación es algo más que la cruz.

Jesús, nuestro Sacrificio, murió una vez por nosotros; pero pensemos en cuánto tiempo ha sufrido por nosotros. Cada vez que el antiguo pueblo de Israel fue afligido, también El lo fue (Isaías 63: 9). Sufre cuando cae un gorrión (S. Mateo 10: 29). Por miles de años "eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba" (Isaías 53: 4).

Jesús murió por nosotros, pero "fue resucitado para nuestra justificación" (Romanos 4: 25). Y "está siempre vivo para interceder" por nosotros (Hebreos 7: 25).

Es bueno que siempre recordemos que Jesús todavía está listo para "lograr que prevalezca su alianza" en nuestras vidas sin contar el costo para El.

La ' 'expiación'' es todo el plan de Dios para hacer frente a nuestras necesidades y reconciliarnos consigo mismo. La cruz y la purificación/juicio posterior a 1844, ambas diferentes pero esenciales, son dos acontecimientos importantes y únicos en el gran drama del plan de salvación (véase las páginas 169, 170).

Fieles hasta el fin. ¿Está usted acostumbrado a pensar que ya está "limpio de todos sus pecados delante del Señor" en vista de la promesa divina que encontramos en 1 S. Juan 1: 9?

En verdad, cuando confesamos nuestros pecados, somos perdonados, tal como el judío del Antiguo Testamento era perdonado tan pronto como la sangre del animal era aplicada al altar (Levítico 4: 35). En 1 S. Juan Dios nos asegura que "si reconocemos [confesamos] nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonamos los pecados y purificarnos de toda injusticia".

Pero Dios no es arbitrario. Si, digamos, una chica adolescente acepta a Jesús como su Salvador durante una serie de reuniones religiosas especiales, y más tarde decide no vivir la vida cristiana, Dios no la va a obligar a vivir junto a El para siempre. ¡Qué incómodo sería esto para ambos!

Es inconcebible, por otra parte, que Dios salve a gente que piensa en El sólo una hora por semana en la iglesia, pero que no quiere vivir la vida cristiana el resto de la semana. ¿Qué clase de vecinos serían esas personas en el nuevo reino?

"Pero el que perseverare hasta el fin, ése se salvará", dice Jesús en Mateo 24:13. En Hebreos 3:14 se nos advierte que "hemos venido a ser partícipes de Cristo, a condición de que mantengamos firme hasta el fin la segura confianza del principio". Pablo advierte a las "ramas" gentiles injertadas en el "olivo" del verdadero Israel de Dios, que puedan ser "cortadas". "Que si Dios no perdonó a las ramas naturales [es a saber, a los judíos de raza], no sea que tampoco a ti te perdone — dice. Dios seguirá siendo bondadoso contigo — si es que te mantienes en la bondad" (Romanos 11:20-22).

Para que seamos declarados limpios al final, debemos seguir "morando" en El hasta el fin (véase Juan 15:1-11).

Cuando reconocemos nuestra pecaminosidad y acudimos a Dios "así como estamos", somos 1) perdonados inmediatamente y 2) aceptados como miembros de la familia del cielo, el verdadero Israel de Dios. La nueva alianza lo promete. No hay que hacer cola ni hay que pagar nada.

Pero la nueva alianza también nos promete 3) poder que nos ayuda a cambiar: a obedecer sus mandamientos y a desarrollar modales bondadosos y un carácter recto. "Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré" (Jeremías 31:33). Dios realmente desea que nosotros estemos en condiciones de hacer frente al juicio.

Una de las principales funciones del juicio que está en marcha, y que sesiona antes de la segunda venida, es descubrir a la gente que ha aceptado el poder prometido por Dios como asimismo su promesa de perdón.

Perdonable, perdonado, perdonando. Dios no puede ser indiferente al egoísmo. Se preocupa demasiado de nuestra felicidad para poblar su hermosa tierra nueva con pecadores empedernidos.

Consideremos, a guisa de ejemplo, uno de los criterios que aplica en el juicio: en su sermón del monte, al final del Padrenuestro, Jesús presentó este principio: "Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas" (Mateo 6:14, 15).

Si esta regla se ubica junto a la promesa de 1 Juan 1:9, surge la imagen de que Dios nos perdona ampliamente tan pronto le decimos que sentimos mucho por los pecados que hemos cometido contra El; pero si no lo sentimos hasta el punto de perdonar a la gente que peca contra nosotros, dentro de un tiempo su perdón ya no recae más sobre nosotros tampoco. En otras palabras, para conservar su perdón, débeme» ser a la vez perdonadores y debemos perdonar.

Pero es difícil perdonar a la gente que nos ha hecho daño.

Por cierto que sí. Pero a la única gente que podemos perdonar es a la que nos ha hecho daño. Nadie más ha hecho algo para que lo perdonemos.

Esta es una aplicación práctica de la nueva alianza. Dios promete escribir su ley de amor en nuestros corazones. Quiere ayudarnos a ser perdonadores. En realidad, promete darnos su espíritu de amor. A nosotros nos corresponde pedir y creer. Y buscar también. Somos transformados por la contemplación (2 Corintios 3:18). Si con los ojos de la imaginación contemplamos a Jesús mientras muere por nuestros pecados y resucita para nuestra salvación, nos resultará más fácil perdonar a los que nos hacen daño. Nos descubrimos a nosotros mismos diciendo con Jesús: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34).

En la historia de Cristo, con la que comenzamos esta sección, el siervo perdonado, pero que no quiso perdonar, necesitaba sentir el amor de Dios en su corazón.

Yo dudo muchísimo de que el problema de este hombre haya sido la ingratitud. Me parece que tiene que haberse sentido muy agradecido de que se le hayan perdonado diez mil talentos. Pero no entendió para nada lo que se le había hecho. Evidentemente creyó que había sido perdonado porque era un siervo tan importante que su señor no se podía pasar sin él. Creo que salió de la oficina transportado de entusiasmo.

Y cuando encontró a su pobre compañero que no le podía pagar en ese momento sus veinte dólares, se sintió indignado, porque el rechazamiento de este hombre le parecía un insulto a su dignidad.

Estaba agradecido de que su señor lo hubiera perdonado. Debería .haberse sentido agradecido de que su señor lo hubiera perdonado incluso a él.

¿Y quién es este siervo incapaz de perdonar? Usted y yo, temo, a menos que nos consideremos tan indignos del menor de sus favores, tan humillados por su bondad y nuestra pecaminosidad, que estemos dispuestos a ser tan bondadosos con todos los demás, así como El lo fue con nosotros.

¿Cómo podemos los cristianos cantar en la iglesia el himno "Maravillosa gracia" para pelear después con nuestros cónyuges en los tribunales, en el momento de tramitar el divorcio, a fin de decidir quién se queda con la cámara fotográfica o con el televisor? Jesucristo murió y resucitó para expiar: para proporcionar perdón y recon­ciliación. ¿Cómo pueden exigir entonces los cristianos, que se les den disculpas? ¿Cómo pueden albergar rencores y llevarse a los tribunales los unos a los otros? ¿Cómo podemos hacer todas estas cosas y esperar que se nos declare al final "limpios de todo pecado delante del Señor"?

¡Que Dios nos ayude!

Y esto es exactamente lo que Dios quiere hacer; quiere ayudarnos ahora, durante este Día de la Expiación del tiempo del fin. El día del juicio/expiación está en sesión en este preciso momento. Bajo la nueva alianza los que al fin sean 1) limpios de sus pecados delante del Señor, y tengan 2) el privilegio de vivir como miembros del pueblo de Dios en un mundo sin pecado, serán los que 3) no sólo hayan confesado sus pecados, sino que habrán aceptado su poder para vivir vidas de servicio y de amor en este mundo pecaminoso.

Gracia para perdonar a un enemigo. Corrie ten Boom, que sufrió terriblemente en un campo de concentración por ayudar a judíos durante la Segunda Querrá Mundial, y que ha llegado a ser bien conocida por su libro y la película The Hiding Place [El refugio secreto], da testimonio de que el Señor nos da gracia para ayudarnos a perdonar.

"Fue en un servicio religioso en Munich –dice–, donde vi al ex SS que montaba guardia en la puerta de las duchas del centro de distribución de prisioneros en Ravensbruck. Era el primero de nuestros verdaderos carceleros que yo había visto desde aquel tiempo. Y de repente lo vi todo de nuevo: la habitación llena de hombres que se burlaban, los montones de ropa, y el rostro de Betsie, pálido de dolor.

"Se me acercó cuando la iglesia se estaba vaciando, radiante mientras hacía una reverencia: '¡Qué agradecido me siento por su mensaje, Fraulein –dijo–. Pensar que, como usted dice, El ha lavado mis pecados!'

"Extendió la mano para estrechar la mía. Y yo, que había predicado tantas veces a la gente de Bloemendaal en cuanto a la necesidad de perdonar, mantuve la mano pegada a mi cuerpo.

"Incluso mientras los pensamientos de furia y venganza bullían dentro de mí, pude apreciar lo pecaminosos que eran. Jesucristo había muerto por ese hombre; ¿necesitaba yo pedir más? 'Señor Jesús – oré –, perdóname y ayúdame a perdonarlo'.

"Traté de sonreír. Luché para levantar la mano. No pude. No sentí nada, ni la más pequeña chispa de afecto o caridad. De manera que nuevamente musité una oración silenciosa: 'Jesús, no lo puedo perdonar. Dame tu perdón'.

"Cuando le di la mano ocurrió algo increíble. Desde el hombro y a lo largo del brazo y hasta la mano pasó una corriente que llegó hasta él, mientras en mi corazón surgió un amor tan grande por este ser extraño que casi me abrumó.

"Y así descubrí que la curación del mundo no depende ni de nuestro perdón ni de nuestra bondad, sino de la suya. Cuando nos dice que amemos a nuestros enemigos nos da, junto con la orden, el amor que necesitamos para cumplirla

Fuente:
El Misterio del Futuro Revelado; pp. 237-247.
Autor: Mervyn Maxwell

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