sábado, 18 de octubre de 2008

SALUDOS DE PABLO. Por Reinder Bruinsma

Después de décadas de malentendidos, 
pude ver el lado tierno de Pablo.


Cuando se le preguntó qué aspecto habría tenido el apóstol Pablo, se dice que Martín Lutero expresó que seguramente se parecía a su colega Felipe Melancton.
Los retratos de la época muestran que Melancton era un individuo de aspecto más bien adusto, y que tenía expresiones faciales que –para decirlo suavemente– no expresaban demasiado gozo de vivir. De alguna manera, yo también pensaba que Pablo era así. Aunque tenía una imagen mental de Pedro como la de un individuo optimista, alguien a quien me habría gustado invitar a comer y a conversar, pensaba que Pablo era un estricto 
académico que prefería luchar con 
interrogantes teológicos escabrosos antes que compartir una buena 
comida con un amigo. No me parecía una persona muy sociable, ni alguien que abrazara a otras personas, dedicara tiempo a hablar de cosas simples o a cultivar sólidos lazos de amistad.

El último capítulo de Romanos 
cambió mi forma de pensar al respecto.


Dedicado a las personas

Cuando Pablo escribió la epístola desde Corinto, alrededor del año 55 d.C., aún no había visitado Roma. Su carta a esta iglesia que en ese entonces se reunía en los hogares de los feligreses, se convirtió en su epístola más destacada, donde describió en forma más detallada su teología de la redención en Cristo. En este artículo, sin embargo, me concentraré en el epílogo de la epístola, en la lista de salutaciones que se encuentran en el capítulo 16.
Febe, a quien Pablo menciona al comienzo del capítulo, fue probablemente la que llevó la carta a Roma. Febe era una cristiana destacada en la iglesia de Cencrea, cerca de Corinto. El texto griego parece indicar que era diaconisa. La carta que llevó contenía salutaciones para no menos de veintinueve individuos de Roma.

Priscila y Aquila, ex compañeros de Pablo en la confección de tiendas, son mencionados primero (vers. 3). El matrimonio había huido de Roma durante las persecuciones del emperador Claudio (Hech. 18:2). Pablo trató con ellos en Corinto y en Éfeso, y aquí los llama “mis colaboradores en Cristo Jesús”. Pablo saluda entonces a Epeneto (vers. 5), el primer converso al cristianismo en lo que hoy es Turquía. A continuación menciona a María, uno de muchos personajes bíblicos que lleva ese nombre. Dice Pablo que ella trabajó “muy duro” por la iglesia (vers. 6). (Recordemos buscarla en la Nueva Jerusalén para ver quién era).
No puedo comentar aquí los veintinueve nombres. Pero Andrónico y Junias (vers. 7) merecen una breve mención. Ellos eran “muy estimados entre los apóstoles”, dice Pablo. Esta es una declaración extraordinaria, ya que hay grandes posibilidades de que Junias fuera una mujer. El nombre “Junias” puede ser masculino o femenino y, por más de mil años, los teólogos se han referido a esta persona como mujer. El escritor Juan Crisóstomo, del siglo IV d.C., expresó inclusive su sorpresa sobre el hecho de que aparentemente una mujer se hallara entre los apóstoles. 
(Sin embargo, a partir del siglo XIII se comenzó a pensar en Junias como 
nombre masculino).
Pasamos por alto a Amplias, Urbano, 
Estaquio y Apeles (dado que solo sabemos sus nombres), y llegamos a Aristóbulo (vers. 10). Puede ser que haya sido uno de los nietos del rey Herodes. Herodión (vers. 11) también puede haber pertenecido a la familia de Herodes. Narciso (vers. 11), puede haber pertenecido a la alta sociedad. Algunos sugieren que puede haber sido un 
secretario privado en la corte imperial.
Más abajo encontramos a Rufo 
(vers. 13). Su nombre nos recuerda a Marcos 15:21, donde Simón de Cirene (que llevó la cruz de Cristo) es descrito como “el padre de Alejandro y Rufo”. 
Algunos estudiosos de la Biblia creen que el Evangelio de Marcos puede haber sido dirigido inicialmente a los cristianos de Roma y al saber que Rufo finalmente terminó alli Marcos tuvo el gesto de insertar ese detalle.
Después de mencionar unos pocos nombres adicionales, Pablo concluye la carta animando a sus receptores a saludarse unos a otros con “beso santo” (vers. 16), una costumbre que aconsejó que siguieran sus lectores de otras de sus epístolas.

Un Pablo diferente

Pablo aún no había estado en Roma y, sin embargo, ¡conocía a casi treinta personas por nombre! Resulta singular que nueve de las veintinueve personas mencionadas son mujeres. ¿Puede ser que Pablo no haya sido el tipo de misógino que a veces se piensa? Asimismo, aunque algunos de la lista eran personas de un estatus considerable en la sociedad romana y en la iglesia, Pablo también recordó los nombres de otras personas “simples”, trabajadoras y confiables que no poseían alcurnia o un trasfondo académico destacado.
Cuando miramos a Pablo desde la perspectiva de Romanos 16, surge una nueva imagen del apóstol: la de alguien que estaba profundamente interesado en otras personas. Al tener en cuenta este aspecto al releer el resto de Romanos y las otras epístolas, vemos una clara confirmación de esta imagen en muchos lugares. Entre medio y por detrás de la teología y las críticas y amonestaciones a menudo severas, vemos a un hombre que amó a las personas y que se preocupó genuinamente por ellas. ¿Dónde se halla esto más visible que en sus cartas a Timoteo, a quien ama como si fuera su propio hijo (2 Tim. 1:1-5)? Y la pasión que sentía por su propia nación se ve con claridad en Romanos 9:2-4: “Tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón, porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son parientes según la carne; que son israelitas”.


El rostro humano

Como administrador de la iglesia, paso gran parte de mi tiempo en reuniones, analizando todo tipo de temas de organización y administración: reglamentaciones, programas, edificios, dinero, puestos vacantes, informes a ser evaluados. Todo esto constituye gran parte de mi trabajo. Pero en último término habría fallado si no hubiera visto el rostro humano detrás de todo, si no valorara a las personas por sobre los reglamentos. Si lo que yo y otros líderes de la iglesia hacemos, carece de un rostro humano, sería mejor dejarlo sin hacer.
Si queremos trabajar en cualquier nivel de la iglesia, ya sea como voluntarios o empleados pagos, tenemos que amar a las personas. Resulta significativo que la carta a los Romanos no culmina en declaraciones o teología doctrinal altisonante, sino con personas reales que son mencionadas por nombre. De manera que hoy, ya sea estemos hablando de teología, doctrinas, temas sociales o morales difíciles, nuevos reglamentos o lo que fuera, veremos que todas las perspectivas cambian cuando permitimos que esos temas adopten un rostro humano.
Romanos 16 ha transformado mi pensamiento sobre Pablo. Ahora lo veo más humano. ¡Conocía veintinueve personas en una iglesia que jamás había visitado! ¿Cuánto conoce usted a las personas de su iglesia?





The Apostle Paul, c. 1657. Rembrandt van Rijn. Widener Collection, National Gallery of Art, Washington, DC

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