viernes, 23 de julio de 2010

El extranjero que está dentro de tus puertas. Por Herold Weiss

Reflexión sobre los "inmigrantes ilegales" adventistas y el adventismo.

Mi primer trabajo como empleado denominacional fue como pastor de la Iglesia Hispana de Broadway en Manhattan. Su salón de cultos ocupaba el segundo piso de un edificio comercial con un cambalache que vendía antigüedades en el primer piso y un club social en el tercero. Quedaba sobre la famosa avenida neoyorkina un poco más de cincuenta cuadras al norte de Times Square. Los miembros puertorriqueños, por supuesto, eran ciudadanos estadounidenses, pero la mayoría de los dominicanos, colombianos, ecuatorianos y ciudadanos de otros países latinoamericanos habían llegado a Nueva York con visas de turista y se habían quedado. Entiendo que irlandeses, polacos y otros hacen eso hoy en día.

Las damas trabajaban en la industria de la aguja en el “Garment District” un poco al sur de Times Square. Los hombres trabajaban de lavaplatos en los restaurantes o de lavapisos en los edificios de oficinas o de apartamentos. Los que habían podido acumular algún dinero estaban pagando un abogado para que les tramitara la residencia en el país. Esto no era fácil pues ganaban entre 45 a 50 dólares por semana y tenían que pagar unos 75 dólares por mes para alquilar un apartamento en un edificio del siglo XIX con mal olor y 8 pisos sin ascensor. Casi todos habían llegado a Nueva York ya siendo adventistas. Unos pocos tenían parientes adventistas y se habían bautizado en Nueva York. La situación era más o menos la misma en las 13 iglesias hispanas del Gran Nueva York en los años 1962-65, cuando fui pastor de Broadway.

Pocos años después, ya viviendo en Berrien Springs, Michigan, por iniciativa del pastor Elías Gómez, el doctor Humberto Rasi y el hermano Ismael Olivares se organizó la Iglesia Hispana de Berrien Springs, y mi esposa, Aida, y yo fuimos de los miembros fundadores. Hasta el día de hoy lo somos. En sus comienzos la membresía constaba de unas pocas familias establecidas en esta localidad y de alumnos de países hispanos que habían venido a Andrews University por cuatro o cinco años de estudio. Desde un principio la iglesia trató de atraer a los hispanos inmigrantes que llegaban a Michigan a cosechar fresas, pepinos, tomates, cerezas, damascos, duraznos y manzanas. A fines del invierno agricultores locales viajaban a México para contratar un camionero que les trajera un cierto número de trabajadores para tal y tal fecha. El “traquero”, el dueño del camión (truck), conseguía los trabajadores y los transportaba amontonados en su camión como fardos de heno bajo un toldo. Al llegar, el agricultor les daba para vivir unas casas rodantes desechadas cuyas instalaciones ya hacía años que no funcionaban. Estas casas estaban escondidas en un rincón del campo con un par de letrinas y un pozo de agua para las ocho o diez familias que vivían en el campamento.

El traquero les cobraba a los trabajadores por el viaje y cobraba del agricultor por el trabajo de los inmigrantes a su cargo. Luego les pagaba a los trabajadores lo que quería. Siendo que el traquero tenía en su posesión los papeles de inmigración adquiridos al cruzar la frontera, y era el único que sabía dónde estaban y los podía llevar de vuelta a México una vez terminada la cosecha, tenía pleno control sobre los trabajadores. Pocos trabajadores lograban zafarse de la mano de hierro del traquero que los llevaba de aquí para allá a trabajar en diferentes fincas. En México les había prometido 16 semanas de trabajo. Muchas veces se pasaban dos o tres semanas sin trabajar esperando que llegara el tiempo de cosechar los vegetales o las frutas. Al fin del verano sólo habían trabajado tal vez 10 semanas y habían ganado menos de la mitad de lo que se les había prometido. Cuando uno observaba a los trabajadores en los campos veía que muchos de ellos eran niños y niñas de 8 años para arriba.

Ya para fines de la década de los 70 el Departamento de Trabajo y el de Bienestar Social comenzó a implementar las leyes existentes en los libros que condenaban las viviendas asquerosas y la labor de menores de edad. En estas circunstancias los agricultores dejaron de contratar traqueros y de proveer vivienda. Los agricultores, sin embargo, seguían necesitando mano de obra y los trabajadores migratorios norteamericanos que pasaban el invierno recogiendo naranjas en Florida y venían a recoger fresas y manzanas en Michigan no eran los suficientes. En el nuevo sistema los trabajadores que llegaban del extranjero venían en sus autos y conseguían vivienda por su cuenta. Esto les permitía buscarse trabajos que los emplearan durante todo el año en restaurantes, centros de jardinería, empacadoras de vegetales y frutas, fábricas de queso, etc.

La Iglesia Hispana de Berrien Springs ya cuenta con muchos miembros de familias que se han radicado permanentemente, y de vez en cuando bautiza inmigrantes recién llegados. Nadie pregunta por sus papeles de residencia. Si los inmigrantes sin documentos están aquí es porque tienen trabajo. El que no tiene trabajo se va. En Nuevo México y Arizona, donde la mayoría de la membresía adventista es hispana, se calcula que más de la mitad de los miembros hispanos están en el país sin documentos. Con la amenaza de la ley SB 1070 muchos ya se han ido y los diezmos de la Conferencia de Arizona disminuyeron en 140,000 dólares en el mes de abril. El lenguaje del dinero habla fuerte, y los pastores hispanos lo están oyendo con claridad.

La voz que se oye por los medios públicos es la de los que insisten en la ilegalidad reinante. Según ella se trata de “la ley y el orden”. Pero más que de la ley y el orden se trata de la justicia. La Iglesia de Cristo, sin duda, no debiera dejarse llevar por la voz popular.

Si tres conductores de automóviles están yendo a 20 kms. por hora por encima del límite de velocidad y el policía para a uno de ellos y le da una multa, nadie piensa que se hizo justicia. El que quiere imponer la ley debe ser consistente. Como bien dijera Pablo: “El que quiere ser justificado por la ley debe cumplir toda la ley”. Pablo, sin duda, tenía en mente los 612 mandamientos registrados en el Antiguo Testamento. El que insiste que se debe imponer obediencia a las leyes, estaba callado cuando los traqueros y los agricultores las desobedecían y ahora no insiste que los que emplean a trabajadores sin documentos deben ser llevados ante el juez. Los que quieren que se imponga la obediencia a las leyes que regulan la inmigración no insisten con igual entusiasmo en la obediencia a las leyes que regulan la extracción de carbón o de petróleo. Los que no son consistentes en la imposición de las leyes pierden toda credibilidad. La iglesia que no condena el pecado más condenado por Cristo, la hipocresía, también la pierde. El Dios de la Biblia es un Dios de leyes, pero más aún es un Dios de justicia, y nadie debiera confundir estas dos cosas.

Durante los últimos seis mil años los seres humanos han sido un género migratorio. Lo que comenzó en los cuatro ríos del Edén (el Tigris, el Eufrates, el Nilo y el Pisón) pronto se esparció sobre la faz de la tierra por pueblos migratorios. Siempre ha habido extranjeros, peregrinos y advenedizos sobre la tierra. El Dios de la Biblia nunca se cansa de recordar a sus hijos que ellos también fueron y son extranjeros y advenedizos.

Si miro a mis antepasados, mis tatara-abuelos emigraron de Alemania a Rusia en el siglo XVIII. Mi bisabuelo de Rusia a Brasil, de allí a Argentina, de Argentina a los Estados Unidos y de vuelta a Argentina en el siglo XIX. Mi abuelo, como su padre, nació en Rusia pero vivió la mayor parte de su vida en la Argentina. Yo nací en Uruguay de padres argentinos, y a los 19 años vine a los Estados Unidos. Ahora mis hijos son estadounidenses. ¿Por qué esta cadena de migraciones? Porque como sucedió en tiempos de Abraham, Isaac y Jacob, había hambre en la tierra.

La moral toma forma cuando enfrenta dilemas. En el Antiguo Testamento se hace claro que cuando escasea el pan y hace falta trabajar más, el extranjero y el advenedizo deben tener pan para comer y deben descansar en sábado. Pablo hace claro que cuando la verdad y el amor crean una encrucijada difícil hay que darle preferencia al amor. Cuando a día de hoy se le dice a los pastores hispanos que no deben bautizar, ni tener como miembros, a quienes carecen de documentos, se está actuando en contra de uno de los valores más caros de la Biblia. Frente al dilema creado por la contraposición de la ley y la hospitalidad debida al extranjero la iglesia no hace justicia cuando le da preferencia a la ley antes que a las demandas del amor.

Una de las reglas más importantes tanto para los padres como para los legisladores es la de no establecer leyes cuando se carece de los medios o la voluntad para imponer su obediencia. Últimamente, en Estados Unidos las leyes que regulan la inmigración han sido olvidadas. Es difícil decidir si la razón es la falta de recursos o la falta de voluntad. La mayoría de los ciudadanos piensan que es necesario establecer nuevas leyes que las autoridades puedan hacer respetar. Los políticos que se opusieron a la legislación de reformas en el sistema de los seguros médicos, y se oponen a la reforma de las leyes que regulan las actividades de la bolsa de Wall Street, definitivamente no quieren ni siquiera considerar nuevas leyes que regulen la inmigración. Siendo que la infiltración ilegal de inmigrantes, como la importación de drogas ilegales, es promovida por los patrones que buscan mano de obra barata y drogadictos que buscan drogas no importa a qué precio, no es difícil ver por qué las leyes que regulan la inmigración fueron olvidadas cuando su olvido beneficia a los capitalistas que tienen tanto interés en mano de obra barata como en consumidores con dinero en el bolsillo. Si la presencia de doce a veinte millones de inmigrantes no-documentados se ha convertido de un día para otro en la papa caliente de la política nacional se debe a la crisis laboral que aflige al país. Pero precisamente en tiempos como éstos es cuando la Iglesia debe proclamar la palabra de Dios a los poderosos. Cuando la Iglesia se acobarda, se acomoda a las presiones políticas del momento y le niega hospitalidad al extranjero no documentado deja de ser el cuerpo de Cristo Resucitado que testifica del poder vivificador de Dios en la tierra. La iglesia que se declara abierta sólo para el inmigrante documentado se ha olvidado que en vez de sistemas de leyes y doctrinas, Cristo le enseñó un estilo de vida.





Fuente: Adventist Forums / Café Hispano
Autor: Herold Weiss, Southern Missionary College; M.A., B.D., Andrews University; Ph.D. Actualmente es profesor emérito de Saint Mary's College, Notre Dame, Indiana. Por veinte años, fue profesor afiliado del Nuevo Testamento en el Northern Seminary, Chicago. Es el autor de "A Day of Gladness: The Sabbath Among Jews and Christians in Antiquity" (Un día de alegría: El Sábado Entre Judios y los cristianos en la Antigüedad).
* Originalmente este subtitulo no era parte de la nota, vale aclarar que ha sido insertado por nosotros. Editor

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