miércoles, 31 de diciembre de 2008

El mensaje especial de Dios para hoy. Por Elena G. de White.

La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. (Rom. 13: 12).

En un tiempo como éste deberíamos tener un solo objetivo en vista: Emplear todo medio que Dios ha provisto para sembrar la verdad en los corazones de los hombres. . . Es deber de todo cristiano esforzarse al máximo para difundir el conocimiento de la verdad.

Dios ha esperado largo tiempo, y todavía está esperando, que los seres que son suyos por creación y por redención escuchen su voz y le obedezcan como hijos amantes y dóciles que desean estar cerca de él y que la luz de su semblante los ilumine. Debemos llevar al mundo el mensaje del tercer ángel, amonestando a los hombres que no adoren a la bestia ni a su imagen e invitándolos a tomar ubicación entre los que "guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús" (Apoc. 14: 12). Dios no nos ha revelado cuándo terminará este mensaje o cuándo concluirá el tiempo de gracia. . . Nuestro deber consiste en velar, trabajar y esperar, y trabajar continuamente por las almas de los hombres que están a punto de perecer.

Ahora mismo debemos velar, trabajar y esperar. . . El fin de todas las cosas se acerca. . . El Espíritu del Señor está obrando para tomar la verdad de la Palabra inspirada y grabarla en el alma, de modo que los profesos seguidores de Cristo tengan un gozo santo y sagrado que puedan impartir a los demás. El momento oportuno para realizar nuestra obra es ahora, ahora mismo, entre tanto que el día dura...

Se necesita un testimonio más profundo, más decidido, más convincente del poder de la verdad, manifestado en la piedad práctica de los que profesan creerla...

Debemos tener la verdad implantada en el corazón, y debemos enseñarla a los demás tal como es en Jesús. El mundo está pasando por un período muy solemne, porque las almas están decidiendo cuál será su destino eterno. Satanás y sus ángeles están conspirando continuamente para invalidar la ley de Dios y esclavizar de esa manera las almas de los hombres mediante los afanes del pecado. La oscuridad que cubre la tierra es cada vez más densa, pero los que andan humildemente con Dios no tienen nada que temer.

Fuente: ¡Maranata: el el Señor Viene! p.106.
Autor: E. G. de White. Los adventistas creemos que ejerció el don bíblico de profecía durante más de setenta años de ministerio público.

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sábado, 20 de diciembre de 2008

Sirvamos al Maestro. Por Elena G. de White.

Cada talento tiene su lugar.

Es el propósito divino que el plan de salvación no sea llevado a cabo en forma independiente de los instrumentos humanos. A fin de proclamar el evangelio a la raza humana, Dios no ha elegido a los ángeles, sino a hombres con pasiones semejantes a las nuestras. Pablo dice: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros”. Fue para que Dios reciba la honra que esta obra fue encomendada a los débiles y descarriados mortales… Es importante que todos los que han sido hechos partícipes de esta gran salvación comuniquen a los demás lo que les ha sido dado a conocer.

Demos lo mejor

Todos los que han recibido la luz de la verdad son colocados bajo solemnes obligaciones para permitir que la luz se esparza hacia los demás. Cada uno puede, dentro de su humilde esfera, hacer algo para el Maestro. Puede ser que no sea capaz de realizar ofrendas magníficas para colaborar con el avance de la causa de Dios, pero puede dar el servicio dispuesto y alegre de un corazón obediente. No todos pueden ser predicadores; no todos pueden ser generales en el ejército del Señor; pero todos pueden ser soldados fieles, que siguen en humilde obediencia las órdenes del Capitán de su salvación. Pueden animar a sus compañeros con palabras de valor y esperanza y, al hacerlo, revelarán las alabanzas de aquel que los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. Dios requiere de todos el mejor servicio que puedan dar…

Que cada uno se pregunte diligentemente: ¿Qué he hecho por Cristo?… Y entonces, que en humildad cada uno se entregue sin reservas a Dios, diciendo: Heme aquí, Señor, envíame a mí.

En ese gran día, cuando toda obra sea traída a juicio, los labios del Maestro dirán estas palabras sobre los atónitos oídos de los obreros humildes y pacientes: “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me vestisteis”. Los que escuchen estas palabras no recordarán haber 
hecho algo digno de tal encomio, por lo que preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos así?” La respuesta no se hace esperar: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”… y agregará: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo”…

Hay una obra para todos

Dondequiera se erija una iglesia, el ministro no debería considerar que su deber está cumplido hasta que todo haya sido organizado y puesto en correcto funcionamiento. Todo miembro debería llegar a ser un misionero. Todos deberían hacer algo para contribuir a esparcir la luz de la verdad; esa actividad les ayudará a crecer espiritualmente…

El obrero que establece pequeños grupos aquí y allí, jamás debería dar la impresión, a los que recién han aceptado la fe, que Dios no requiere que ellos trabajen de manera sistemática para contribuir a sostener la causa mediante sus esfuerzos y medios personales…

Recibisteis de gracia, dad de gracia

Los que han sido hechos partícipes de la gracia divina no deberían demorarse en mostrar su aprecio por el don recibido. No deberían creer que el diezmo es el límite de su liberalidad… Ninguno debería olvidarse de dar ofrendas de agradecimiento y voluntarias para Dios…

El Señor brinda a algunos la oportunidad de honrarlo con la abundancia del sustento. Otros, si no les es posible hacer más por Dios, pueden honrarlo igualmente al buscar la oportunidad de dar una copa de agua fresca al discípulo cansado y sediento. No solo los que ostentan grandes posesiones tienen el privilegio y el deber de ser fieles, sin escatimarle nada al Señor… El que sigue el plan divino en lo poco que le ha sido dado recibirá en retorno lo mismo que el que ofrenda de su abundancia…

¡Oh, si pudiera impresionar a todos con la importancia 
de seguir el plan de Dios en todas las cosas, y en llegar a ser obreros para él! Humillemos nuestros corazones ante el 
Señor y, cuando lleguemos a ser sus verdaderos seguidores, sentiremos que debemos confesar que hemos hecho 
demasiado poco por el amado Salvador que tanto hizo por nosotros.


Fuente: Adventist World. Este artículo es un fragmento del que apareció en la Advent Review and Sabbath Herald, conocida ahora como la Adventist Review, el 24 de agosto de 1886.
Autor: Elena G .de White. Los adventistas creemos que ejerció el don bíblico de profecía durante más de setenta años de ministerio público.

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martes, 9 de diciembre de 2008

¿Puede entenderse la realidad sin Dios? Por Clifford Goldstein

“El mundo —decía Arthur Schopen-hauer— es mi idea”.1


Si el mundo real es lo que Schopenhauer concibe en su mente, entonces también es sólo lo que cada uno de nosotros piensa o imagina. Según Schopenhauer lo que conocemos “no es un sol, y no es una tierra, sino tan sólo un ojo que ve un sol, una mano que siente la tierra; el mundo que nos rodea está allí solamente como idea, esto es, sólo en relación con algo más, con aquel que concibe la idea, que es él mismo”.2 Y puesto que somos diferentes ojos, diferentes manos, diferentes conciencias, conocemos diferentes soles, diferentes tierras. Si el mundo es una idea, entonces el mundo es una idea diferente para cada uno de nosotros.

Este interrogante, acerca de qué es real en oposición a qué es percibido, es tan antiguo como la metafórica caverna de Platón, en la cual todos los seres humanos estaban encadenados de cara a la pared posterior, de modo que toda la realidad se les presentaba como sombras proyectadas en ese muro por un fuego que ardía a sus espaldas.

Únicamente por medio de la educación filosófica y racional, argumentaba Platón, podía alguien escapar de la caverna y ascender al mundo de la luz plena, esto es, a la realidad tal como verdaderamente es. Por muy apropiada (o imperfecta) que sea la metáfora de Platón, ¿qué pasaría si de veras pudiéramos colocarnos detrás de las apariencias, las sensaciones y los fenómenos para explorar la realidad auténtica, sin los inevitables filtros humanos que nos la colorean y empaquetan como apariencias y fenómenos? ¿Cómo se vería, cómo se sentiría, qué olor y sabor y color tendría la realidad misma? Todo lo que podemos conocer de la realidad, aun lo que surge de la razón pura, llega a nosotros como resultado de procesos neuro-eléctrico-químicos que chisporrotean silenciosamente dentro de la húmeda oscuridad cubierta de piel y cráneo que es nuestra corteza cerebral.

Aun si fuera posible deslizarnos y colocarnos detrás de las apariencias para percibir la realidad, ¿cómo podríamos percibirla con otra cosa que nuestros sentidos, que siempre tienen preferencias y límites en sus preconceptos? Cualesquiera sean los sensores que nos conectan con lo que está fuera de nosotros, cualesquiera sean los dispositivos que nos comunican con el mundo, cada uno tiene su propio foco, sus tendencias y sus limitaciones. Diferentes combinaciones crean diferentes realidades. ¿Cómo puede la realidad ser nada más que lo que nuestros sentidos perciben de ella; lo cual significaría, entonces, que tendría que estar totalmente en nuestra mente?

La realidad y la Mente divina

Tal vez sólo si hubiera un ser, alguna Mente divina que pudiera ver todas las cosas desde cada perspectiva posible al mismo tiempo podría decirse que la realidad objetiva existe. Como argumentaba el obispo George Berkeley, ¿puede algo existir realmente, es decir, tener características o cualidades propias que no estén en última instancia en una mente que las percibe? Porque ¿qué son, en esencia, las características o cualidades (caliente, frío, rojo, amarillo, dulce, agrio, duro, blando) sino impresiones sensoriales? ¿Cómo pueden existir las impresiones sensoriales sin una mente que las perciba? ¿Cómo puede haber dolor sin nervios, o sabor sin sensores gustativos? Sin una Mente divina, ¿tiene sentido siquiera hablar acerca de lo que verdaderamente está fuera de nosotros, si todo es subjetivo, fluctuante, y a menudo nada más que impresiones sensoriales engañosas?

¿Puede haber verdadera moral (o verdadera realidad) si toda moral (o realidad) existe solamente como un conjunto de reacciones electro-químicas en mentes subjetivas? Intuimos que la moral existe independiente de nosotros; de otro modo, ¿cómo puede ser inmoral el asesinato de bebés tan sólo porque son judíos, si toda mente humana piensa lo contrario? Aún más, intuimos que la realidad existe independiente de la mente humana. De no ser así, ¿dejaría de existir el Monte Everest si ninguna mente lo percibe? Pero, ¿cómo pueden existir absolutos morales y ontológicos válidos para todos los seres humanos, si tanto la moral como la existencia se hallan sólo en la mente, no fuera de ella?

Estos interrogantes y sus implicaciones se han debatido por siglos. El empírico británico John Locke argüía que si el conocimiento humano procede solamente de la experiencia, entonces ¿cómo podemos conocer alguna cosa en sí misma? El conocimiento no puede ir más allá de la experiencia. Nada existe en el intelecto, escribió, que no haya sido percibido antes por los sentidos, y porque lo que está en los sentidos siempre es limitado, contingente y cambiante, nos quedamos con un insignificante conocimiento real del mundo.

Avanzando más allá de sus propias presuposiciones empíricas, George Berkeley acuñó su famosa fórmula, esse est percipi (“Ser es ser percibido”), alegando que las cualidades y las características de las cosas, aun sus cualidades más primarias (tales como la extensión), no existen fuera de la mente, y que únicamente cuando un objeto es percibido puede decirse que existe. “Porque ¿qué son los objetos antes mencionados [casas, montañas, ríos] sino cosas que percibimos por los sentidos? —escribió—. Y ¿qué percibimos fuera de nuestras propias ideas o sensaciones? Y ¿no es claramente repugnante que cualquiera de estos objetos, o cualquier combinación de ellos, pudieran existir sin ser percibidos?”3 Por cuanto la realidad se nos presenta únicamente como una sensación, no hay sensación (por tanto, no hay realidad) sin percepción. El obispo Berkeley no negaba que estas cosas estén allí, sino que afirmaba que cuando se dice que algo “existe”, significa tan sólo que es percibido por una mente.

Kant: Noumenon y phenomenon

Asumiendo la realidad a partir de proposiciones sintéticas a priori, sobre las cuales basó su revolucionaria filosofía, Immanuel Kant sostuvo que la mente en sí misma construye la realidad. No es que crea la realidad, sino que a raíz de estructuras preexistentes que hay dentro de ella, nuestra mente sintetiza y unifica la realidad, no de acuerdo con el mundo mismo, sino de acuerdo con cada mente. La mente se impone por sí misma sobre el mundo, que solamente se presenta según es organizado, filtrado y categorizado por la mente. La mente no se conforma al mundo; el mundo se conforma a la mente. Nuestro cerebro no modifica el mundo-tal-como-es—escribió Kant mucho antes de la revolución quántica—, sino que llega a nosotros solamente según nuestro cerebro lo permite.

Una persona que observa una montaña con binoculares verá algo diferente de alguien que la mira con un microscopio. La montaña está allí, por cierto; lo que vemos depende de que nuestra mente funcione como un microscopio, o como binoculares, o como un par de ojos humanos. A diferencia de los idealistas fenomenalistas posteriores (tales como Johann Gottlieb Fichte), que suprimirían toda realidad fuera de la que existe en nuestra mente, Kant no rechazó el noumenon, esto es, la realidad independiente de la cognición humana. El phenomenon (la realidad tal como se nos presenta) no puede existir sin noumena (la realidad tal como realmente es), así como el dolor no puede existir sin nervios. Lo que Kant asevera, en cambio, es que nunca podemos conocer la noumena, el mundo real, por lo que es. Hay una impenetrable y oscura barrera entre lo que existe fuera de nosotros y lo que finalmente aparece como realidad en nuestra conciencia.

Ninguno de estos filósofos, y ninguna de sus filosofías, han permanecido incontrovertibles. No obstante, es difícil argumentar contra el asunto fundamental: Las limitaciones del conocimiento, especialmente del conocimiento que nos llega tan sólo por medio de la percepción sensorial. Escribiendo contra la máxima de que “El hombre es la medida de todas las cosas”, Platón dijo que si lo único que se requeriría para conocer la verdad es la percepción sensorial, entonces un “cerdo o un mandril con cara de perro” también serían “la medida de todas las cosas”.

El punto que Platón quiere destacar es que la realidad no puede ser medida y juzgada solamente por los patrones humanos, porque diferentes individuos miden y juzgan la realidad de manera diferente, aun contradictoria. El argumento de que no hay realidad objetiva aparte de lo que perciben nuestros sentidos —aunque defendible con cierto rigor lógico y racional —no termina de convencernos, y en particular no persuade a alguien que apenas sobrevivió al estrellarse de cabeza contra un parabrisas. Esa persona sabe que algo real, sólido, objetivo existe fuera de ella misma.

Desde la caverna de Platón hasta el argumento epistemológico de Kant, nos acosa la pregunta: ¿Qué más hay allí, fuera de nosotros? ¿Qué existe y se mueve más allá del estrecho y finito espectro de las apariencias en la mente humana, en el vasto e infinito ámbito de lo totalmente real? Como los sonidos agudos que sólo el oído del perro puede captar, o los sonidos y las partículas tan reales como las pelotas de fútbol o las cantatas de Bach, ¿qué más existe como noumena que simplemente no podemos sentir, ver, palpar o intuir?
Dimensiones más allá del espacio y del tiempo

Los científicos hablan de otras dimensiones más allá del espacio-tiempo; algunas ramas de la física las demandan (la teoría del superstring requiere por lo menos diez dimensiones). Algunos matemáticos sostienen que los números puros existen en una “realidad” independiente, distinta de nuestro mundo de percepción sensorial. Otros afirman que lo sobrenatural, lo oculto, el reino de la fe, de los ángeles, y la esfera del bien y del mal existen en el noumenon, más allá de las continencias y limitaciones humanas. El autor del libro del Nuevo Testamento a los Hebreos escribió que “lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos 11: 3, VRV). El apóstol Pablo se refirió a realidades “que hay en los cielos y... que hay en la tierra, visibles e invisibles” (Colosenses 1: 16). ¿Qué son esas cosas que no aparecen? ¿Qué son esas realidades invisibles, no tanto en el cielo sino en la tierra?

La distinción de Kant entre phenomenon y noumenon, aunque no prueba la presencia de lo sobrenatural, al menos ha abierto un espacio para su existencia. Él postuló, aunque no fuera más que eso, una residencia física factible, un lugar donde lo sobrenatural pudiera existir. Un millón de llamadas a teléfonos celulares cruzándose silenciosamente a nuestro alrededor implican la posibilidad —no la probabilidad— de otros intangibles (¿ángeles, tal vez?). Lo primero muestra que la actividad inteligente e intencionada puede funcionar en derredor de nosotros, y sin embargo permanecer más allá de nosotros, aun cuando nos afecte. (¿Quién, por ejemplo, olió, oyó, vio, gustó o palpó el elevado nivel de radiación que, en un tratamiento contra un cáncer avanzado, destruyó el revestimiento interior de sus intestinos, debilitó sus defensas inmunológicas y precipitó su muerte?)

El noumenon está allí, en más de una forma, todo el tiempo, y más allá de nuestras limitadas percepciones. El phenomenon es, quizá, la punta del iceberg del infinito noumenon que nuestra mente percibe y absorbe, como una oscura esponja. El que apenas podamos percibir un mínimo de la realidad total no significa que no percibimos una parte de ella. El que no la podamos conocer plenamente no significa que no podamos conocerla a lo menos parcialmente. En Éxodo, cuando Moisés le pidió a Dios: “Te ruego que me muestres tu gloria” (33:18), Dios respondió: “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá”. Y entonces dijo: “He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro” (Éxodo 33:20-23). Tal vez en eso consiste el phenomenon, la espalda, no el rostro, del noumenon.

Los matemáticos han encontrado increíble coherencia y belleza en el mundo de los números. Las matemáticas parecen estar “más allá” de las sensaciones, no como estructuras físicas sino más bien como precisas y delicadas relaciones entre entidades preexistentes, más permanentes y firmes que el mundo material. Aunque el cerebro procese las fórmulas matemáticas de manera abstracta, intuimos que se trata de realidades que se presentan más consistentes, confiables y estables que los caprichos efímeros, vacilantes y artificiales del phenomenon. Tres kilos de arroz, no importa cuán exacta sea la balanza, siempre serán más o menos que tres kilos (siquiera apenas por unas pocas moléculas); sin embargo, el número tres, como número en sí mismo, es absoluto y puro, sin necesidad de ajustes o refinamientos.

Por consiguiente, ya sea como concepto o como sensación, algo del noumenon nos llega, aun cuando lo percibamos como phenomenon. Estamos diseñados, por decirlo así, para interactuar con el noumenon, con lo auténticamente real, o al menos con parte de él. Hay una adecuada armonía, una concordancia estéticamente placentera entre nuestros sentidos y la porción de la realidad que entra en nuestra conciencia.

¡Cuán afortunados somos al poder observar la parte del espectro electromagnético emitido por la estrella más cercana a nuestros ojos —el Sol— que no sólo nos permite ver los objetos sino además verlos en toda su belleza! ¿Hay alguna razón lógica, necesaria o siquiera práctica para que las puestas de sol o los pavos reales sean representados tan placenteramente en nuestra mente? Sea cual fuere la cosa-en-sí-misma que emana de las hojas de menta, ¡cuán agradable resulta que, al penetrar en la nariz, nuestra mente la perciba como una fragancia deleitosa! No importa qué sea en-sí-misma una naranja (o un durazno, o una ciruela, o una uva), no sólo interactúa tan sabrosa y deliciosamente con nuestra boca, sino que además viene saturada con elementos químicos y nutrientes que satisfacen perfectamente nuestras necesidades físicas.

Por supuesto, los mismos dispositivos que proyectan el bien y el placer en nuestra conciencia, hacen lo mismo con el mal y la fealdad. La puesta de sol que arroja incandescentes rayos de luz desde el horizonte también deja detrás una fría estela que afecta a los pobres que quedan acurrucados y temblorosos en umbrales hostiles. No importa cuán exquisita sea una uva o sabrosa una manzana, la peste a menudo las descomponen antes que lo haga el vientre humano. Y ese vientre también provee amplio terreno para el surgimiento de tumores voraces. Por lo tanto, por más inherentemente bueno que sea el phenomenon, el mal con frecuencia lo malogra.

El mal: Un parásito

El mal siempre aparece después de la realidad fundamental, como un parásito. San Agustín, en La Ciudad de Dios, afirmó que el mal es una disminución, un abandono del bien. El bien vino primero; el mal lo siguió. No hay causa eficiente del mal, decía él, sólo una causa deficiente. Lo que llamamos mal “es meramente la ausencia de algo que es el bien”.4

Como el silencio, como la oscuridad, el mal surge solamente de una carencia, de un vaciamiento. “Ahora —continuaba Agustín—, tratar de descubrir las causas de estos defectos —causas, como he dicho, no eficientes, sino deficientes— es como si alguien procurase ver la oscuridad o escuchar el silencio. Sin embargo, ambos son conocidos por nosotros, y el primero sólo por medio del ojo, el último sólo por medio del oído; pero no por su realidad positiva, sino por su ausencia”.5

Observemos cuidadosamente: un durazno podrido requiere, en primer lugar, la existencia de un durazno sano. No puede haber enfermedad sexual sin que haya, primeramente, una relación sexual. Y antes de una criatura violada existe solamente una criatura normal. Los adjetivos son secundarios, no originales, intrusiones después-del-hecho, posteriores a él; y el hecho mismo, como realidad pura, es bueno.

Los niños, los duraznos, las relaciones sexuales —antes de cualquier defecto o imperfección— revelan el toque creativo de un amor tierno y gentil. Pensemos en ellos, sin todos los adjetivos negativos; imaginemos a la criatura, sin modificación. Por más rudamente que haya sido afectada, la naturaleza aún puede trascender la lógica pura y permitirnos intuir indicios de un futuro más prometedor que la entropía cósmica. Al relacionar lo que está en nosotros (nuestros sentidos) y lo que está más allá de ellos (lo sentido), la ecuación computa un resultado bello, los números se conectan, aunque tengan que ser calculados en nuestro corazón, no en nuestra cabeza.

Pensemos por un momento en la doctrina bíblica de la encarnación. Es una afirmación casi inconcebible: Dios mismo se encarnó en un ser humano. El Creador y Sustentador del vastísimo universo asumió nuestra carne, vivió entre nosotros y en la cruz cargó con cada adjetivo y adverbio y verbo malvados. Y el peso de toda esa maldición —su culpa, su consecuencia, su penalidad— fue suficiente para matarlo. Dios no es inmune a nuestro dolor ni a nuestro mal. Por el contrario, quebrantaron su vida, en Jesús, en la cruz.

Pero si la Cruz es una realidad, lo es como evidencia incontestable de que Dios nos ama con un amor que se extiende por encima de la fría expansión de lo infinito hasta entrar en los febriles rincones de nuestra vida temerosa y frágil. Nos confirma, también, que habiendo asuntos tan importantes en juego, Dios no habría ido a la cruz sin darnos razones para creer que lo hizo. Y una de esas razones es su plan de restaurar el mundo y las criaturas a su condición original, prístina. Imaginemos la creación despojada de todos sus viles modificadores; y entonces imaginemos esos modificadores cayendo, con todo su enorme peso, sobre Jesús.

Si alguien rompiera el vidrio y dañara con un cuchillo el cuadro de la Mona Lisa, ¿esas cuchilladas disminuirían el amor que Leonardo invirtió al retratar a esa famosa dama? No puede haber hambruna sin que primero haya campos de trigo y maíz. ¿Y qué nos dicen el trigo y el maíz acerca de Alguien que primeramente envolvió su semilla en la cáscara antes que el agua, la tierra, el aire y el sol hicieran asomar el tallo y lo cubrieran con espigas? ¿De Alguien que también diseñó nuestro organismo para que esos granos de trigo y maíz tostados tuvieran tan buen sabor en nuestra boca y cuyos nutrientes se adecuaran tan saludablemente a nuestras células?

Por cierto, los campos cubiertos de cereales no validan el argumento moral de la existencia de Dios, así como el aroma inconfundible de las orquídeas no invalida el materialismo a priori. Hay que admitir que las luminosas puestas de sol revelan los límites de la lógica y la razón para conocer el amor de Dios. Y aun un bebé en su admirable inocencia no demuestra que Cristo murió en la cruz por nosotros. Reconozcamos los límites de estos argumentos; pero no les neguemos su importancia y su peso.

“Pregunta a las bestias o a las aves: ellas te pueden enseñar. También a la tierra y a los peces del mar puedes pedirles que te instruyan. ¿Hay alguien todavía que no sepa que Dios lo hizo todo con su mano? En su mano está la vida de todo ser viviente” (Job 12:7-10, VP).


Fuente: Diálogo Universitario Este ensayo ha sido adaptado de su libro God, Gödel, and Grace: A Philosophy of Faith (Hagerstown, Maryland: Review and Herald Publ. Assn., 2003).
Autor: Clifford Goldstein, autor prolífico. Editor de la Guia de estudio para adultos para la Escuela Sabática. Desde 1992 hasta 1997, fue redactor de ‘Liberty’, y 1984-1992, editor del Shabat Shalom. El tiene M.A. in Ancient Northwest Semitic Languages de la Johns Hopkins University (1992). Es autor de unos 18 libros, los más reciente son "God, Godel, and Grace" y "Graffiti in the Holy of Holies".
Referencias. 1. Arthur Schopenhauer, The World as Will and Idea (Londres: J. M. Dent, 1955), p. 4. 2. Ibíd. 3. George Berkeley, On Principles of Human Knowledge, extractado en The Speculative Philosophers (Nueva York: Random House, 1947), p. 254. 4. San Agustín, The City of God (Nueva York: Doubleday, 1958), p. 217. 5. Íd., p. 254.

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viernes, 28 de noviembre de 2008

UN LIBRO ABIERTO. Por Elena G. de White

“Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres” 2 Corintios 3:2.


De manera especial, los que tienen la bendición de estar conectados con Dios, deberían, mediante una estrecha aplicación a su santa Palabra, imitar al gran Modelo para hacer el bien, ejemplificando así la vida de Cristo en su conversación diaria, en caracteres puros y virtuosos. Los cristianos corteses y benefactores adornan la doctrina y muestran que la verdad de origen celestial embellece el carácter y ennoblece la vida… Sus palabras diarias y nobles acciones recomiendan la verdad a los que han tenido prejuicios contra ella por causa de los profesantes nominales, de los que han tenido forma de piedad, aunque sus vidas han testificado que no sabían nada de su poder santificador.

El ejemplo perfecto
Ningún hombre, mujer o joven puede obtener la perfección cristiana mientras descuida el estudio de la Palabra de Dios. Al escudriñar con cuidado y esmero su palabra, pueden obedecer los mandatos de Cristo: “Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). Esta búsqueda capacita al estudiante para observar fielmente el Modelo divino… A fin de poder imitarlo, el Modelo debe ser inspeccionado a menudo y en detalle. Al familiarizarse con la historia del Redentor, descubre en sí mismo defectos de carácter; sus diferencias con Cristo son tan grandes que ve que no puede ser su seguidor sin realizar grandes cambios. Sigue estudiando, con el deseo de ser como el gran Ejemplo; capta la mirada, el espíritu de su amado Maestro; al contemplarlo, es transformado… No podemos imitar a Jesús si apartamos la mirada de él y lo perdemos de vista, sino cuando habitamos en él y hablamos de él, cuando procuramos refinar el gusto y elevar el carácter buscando acercarnos mediante esfuerzos sinceros y perseverantes, por la fe y el amor, al Modelo perfecto. Si nuestra atención se centra en Cristo, su imagen… llega a instaurarse en el corazón como “el preferido entre diez mil y el más codiciable”. Aun inconscientemente imitamos a aquello con lo que estamos familiarizados. Si conocemos a Cristo, sus palabras, sus hábitos, sus enseñanzas, y si nos apropiamos de las virtudes de carácter que hemos estudiado tan estrechamente, llegamos a estar imbuidos del espíritu de ese Maestro que tanto hemos admirado.

Una fe inconmovible
Después de la resurrección, dos discípulos que viajaban a Emaús hablaban del chasco ocasionado por la muerte de su amado Maestro. Cristo mismo se acercó a ellos sin que los discípulos dolientes lo reconocieran. La fe de ellos había sucumbido junto con su Señor, y sus ojos, cegados por la incredulidad, no discernían al Salvador resucitado. Al caminar junto a ellos Jesús anhelaba revelárseles, pero eligió no hacerlo en seguida; se limitó a ir a su lado como compañero de viaje, y les preguntó de qué estaban hablando entre ellos, y por qué estaban tan tristes. Se sintieron atónitos ante su pregunta, y le preguntaron si en efecto era un extraño en Jerusalén y no había oído que un profeta poderoso en palabra y acciones había sido crucificado por manos malvadas. Era ahora el tercer día, y habían oído informes extraños de que Jesús había resucitado, y que había sido visto por María y algunos de los discípulos. Jesús les dijo: “¡Insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho. ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria?” (Luc. 24:25, 26). Y comenzando con Moisés y los profetas, les explicó lo que decían las Escrituras de él.

Cuando llegaron a Emaús, Jesús hizo como que iba más lejos, pero los discípulos le rogaron que se quedase con ellos, porque ya había oscurecido y era de noche. Pronto se prepararon los alimentos, y mientras Jesús ofrecía las gracias los discípulos se miraron entre sí atónitos. Sus palabras, sus modales y sus manos heridas les fueron reveladas, por lo que exclamaron: “¡Mi Señor y Dios!”. Si los discípulos hubieran sido indiferentes a su compañero de viaje, habrían perdido la preciosa oportunidad de reconocer a ese acompañante que había razonado tan hábilmente de las Escrituras en relación con su vida, sus sufrimientos, y su muerte y resurrección. Cristo los reprobó por no conocer lo que de él decían las Escrituras. Si hubieran estado familiarizados con las Escrituras, su fe se habría visto sostenida y sus esperanzas habrían permanecido inconmovibles, porque la profecía declaraba claramente el tratamiento que recibiría Cristo de aquellos a quienes había venido a salvar. Los discípulos estaban atónitos de no haber podido descubrir a Cristo inmediatamente, cuando hablaba con ellos por el camino, y porque no habían podido emplear en defensa propia las Escrituras que Jesús les había hecho recordar. Habían perdido de vista las preciosas promesas; pero cuando las palabras habladas por los profetas les fueron recordadas, se reavivó su fe, y después que Cristo les fue revelado exclamaron: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?” (Luc. 24:32).

Despertar la llama de pasión por Cristo
La Palabra de Dios hablada al corazón tiene un poder que anima, y los que presenten cualquier excusa para descuidar el estudio de ella, estarán descuidando los mandatos divinos en muchos aspectos. Su carácter se verá deformado, sus palabras y acciones avergonzarán a la verdad. El apóstol nos dice: “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”(2 Tim. 3:16, 17). Uno de los profetas de Dios exclama: “En mi meditación se encendió mi fuego” (Sal. 39:3). Si los cristianos escudriñaran fielmente las Escrituras, más corazones arderían con las verdades vivas allí reveladas. Sus esperanzas brillarían con las preciosas promesas esparcidas como perlas en todos los escritos sagrados. Al contemplar la historia de los patriarcas, de los profetas, de los hombres que amaron y temieron a Dios y caminaron con él, los corazones brillarán con el espíritu que animó estas verdades. Cuando la mente se enfoque en las virtudes y piedad de los santos hombres de antaño, el espíritu que los inspiró encenderá una llama de amor y sagrado fervor en los corazones de los que serán como él en carácter.

Fuente: AdventistWorld.com
Autor: Elena G. de White. Este artículo es un extracto del publicado por primera vez en The Advent Review and Sabbath Herald, ahora la Adventist Review, el 28 de noviembre de 1878. Los adventistas creemos que Elena de White ejerció el don bíblico de profecía durante más de setenta años de ministerio público.

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viernes, 14 de noviembre de 2008

Cuatro lecciones del alfarero. Por Keisha McKenzie

Una metáfora antigua 
aún plena de significado.


A lo largo de las Escrituras, los profetas y predicadores 
 presentan metáforas de Dios. David, Ezequiel, Juan y Pablo afirman en sus escritos que el Señor es un pastor de ovejas, y Jesús menciona que Dios siembra semillas y cuida de las viñas. Israel era una nación de pastores de ovejas y granjeros, por lo que podía entender estas imágenes que muestran a un Dios que trabaja en, por y por medio de su pueblo.

La Biblia también describe al Señor como alfarero, una metáfora que raramente estudiamos. Dice Isaías: “Ahora bien, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero. Así que obra de tus manos somos todos nosotros” (Isa. 64:8). En Jeremías Dios les dice a sus hijos errantes: “Como el barro en manos del alfarero, así sois vosotros en mis manos, casa de Israel” (Jer. 18:6). Esta imagen, que habló con tanta claridad en la antigüedad, también puede hablarnos hoy día, no importa dónde vivamos.

La mayoría de las metáforas bíblicas del alfarero pueden pertenecer a dos categorías: (a) el juicio de los malvados y (b) la restauración de los justos. Cuando Dios ejecuta su juicio, destruye una vasija de barro cocido, a veces contra el suelo: “Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás” (Sal. 2:9). Sin embargo, cuando Dios manifiesta su restauración, la expresa mediante la creación de una vasija de barro. En Jeremías 18, Dios el Alfarero se muestra constructivo y con un propósito. Se halla en el torno, fabricando una vasija.

Dios dijo a Jeremías: “Desciende a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras” (Jer. 18:2). Al visitar esa casa junto a Jeremías, nosotros también podríamos aprender lecciones que Dios anhela enseñarnos.
Lección 1: La necesidad del Espíritu Santo
Un diccionario bíblico explica que la arcilla se vuelve “cada vez más pastosa y fácil de trabajar al agregarle agua, y más rígida al secarse”. Su naturaleza cambia cuando es combinada con agua.1 Las partículas de arcilla no se unen sin agua, y si no se unen, el alfarero no puede darles forma. El agua –ese agente suavizante y unificador– representa al Espíritu Santo.

Cuando Jesús dice en Juan 7:37-39: “Si alguien tiene sed, venga a mí y beba”, Juan nos dice que “esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él”. Ese Espíritu, nos recuerda Pablo, produce la unidad del pueblo de Dios, por lo que debemos procurar “mantener la unidad del Espíritu que es el vínculo de la paz” (Efe. 4:3). Cuando el Espíritu alcanza a los creyentes, “Él los hace trascender los prejuicios humanos de la cultura, raza, sexo, color, nacionalidad y estado”.2 El Espíritu unifica.

Nuestra primera lección de la casa del alfarero es que necesitamos el agua del Espíritu para volvernos maleables y así ser utilizados por Dios.

Lección 2: Aún no somos vasijas.
La Biblia nos llama “arcilla”. Y aunque existe una similitud química entre la arcilla y la vasija, la Biblia realiza una clara distinción (teológica) entre ambas. La vasija es arcilla consolidada, pero la arcilla misma es una vasija en proceso.

La vasija en sí no es resistente ni reciclable. Si no se tiene cuidado se quiebra fácilmente; los fragmentos inútiles no se desintegran. Los alfareros de la antigüedad los juntaban y arrojaban los deshechos en lugares destinados a tal fin, como el lugar donde se sentó Job mientras se rascaba la carne llagada (Job 2:8). Uno de esos sitios era el Valle de Hinón, cerca de Jerusalén, donde la ciudad arrojaba sus deshechos, incluyendo las vasijas rotas. Allí lleva Dios a Jeremías.

Como lección para Judá (y para nosotros), Dios no solo ordena arrojar, sino también destruir la vasija de arcilla. Cuando Jeremías obedece y la rompe, Dios explica: “De esta forma quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de barro, que no se puede restaurar más” (Jer. 19:11). Dios decreta que la vasija no será restaurada. Ya no puede ser reparada con ningún adhesivo, pegamento o por medio de algún agente humano. La arcilla es destruida. Su “período de prueba” ha terminado.

Al igual que la vasija de Jeremías, cada uno de nosotros enfrentará uno de dos futuros. O somos quebrantados en el Valle de Hinón, o seremos vasijas perfectas, reunidas para ser utilizadas en la Casa de Dios: destrucción eterna o servicio eterno (Mal. 4:1; Juan 14:2, 3). Dios, el Alfarero, pronto completará su obra de construcción en nosotros y el período de prueba habrá llegado a su fin.

Nuestra segunda lección, entonces, es que aún no somos vasijas, sino arcilla en las manos de Dios. Mientras dure el 
período de prueba, Dios aún trabaja con nosotros y en nosotros, moldeándonos y dándonos forma según bien le parece 
(Jer. 18:4).
Lección 3: Tenemos que pasar por el fuego.
A fin de crear el recipiente, el alfarero de la antigüedad tomaba la arcilla de la tierra y la pisoteaba (Isa. 41:25). A continuación suavizaba la arcilla con agua y formaba una pasta. Luego la colocaba en el centro del torno de alfarería, que consistía en un disco plano montado en forma horizontal sobre una barra vertical (Jer. 18:3). Al sostener la arcilla en movimiento giratorio y darle forma con sus dedos y manos, el alfarero creaba la vasija.

Una vez formada, podía secarse al sol, pero de esa forma podía combarse y abrirse al incorporarle líquidos. Es por eso que todos los alfareros de la antigüedad cocinaban las vasijas en un horno especial que fácilmente podía alcanzar 1.500 ºC. Después de ser pisoteada, amasada, golpeada, pinchada y 
girada a velocidades vertiginosas, la arcilla era colocada finalmente en un horno abrasador.

No es una experiencia de calma y deleite. Pero eso es lo que nos espera como arcilla. Las fieras pruebas de la vida –las deudas, el divorcio, la decadencia, los trastornos, el dolor y la muerte– nos alcanzan a todos. Sin embargo tenemos el consuelo que detrás de todo hay un propósito eterno. Dijo Elena de White: “El hecho de que somos llamados a soportar pruebas demuestra que el Señor Jesús ve en nosotros algo precioso que quiere desarrollar... No echa piedras inútiles en su hornillo. Lo que él refina es mineral precioso”. 3 Por medio del “fuego de la prueba” compartimos los padecimientos de Cristo “para que también en la revelación de su gloria” nos gocemos “con gran alegría” (1 Ped. 4:12, 13).

Lección 4: Cuanto más calor, mejor la vasija.
El barro cocido, por más que luzca bonitos colores y apariencia vidriada, se quiebra con facilidad si es cocido a bajas temperaturas; esas vasijas no poseen la fortaleza interior necesaria para soportar la presión y el servicio vigoroso. Las vasijas de cerámica esmaltada, que son más fuertes y resistentes, se cuecen al doble de temperatura y la porcelana, que soporta entre 1.300 y 1.500 ºC, es la mejor y más costosa clase de alfarería.

Aun así, el alfarero no somete sus vasijas a cantidades desmesuradas de resistencia. De hecho, cada clase de vasija requiere una dosis diferente de calor, y en la casa del Alfarero ninguna vasija recibe más calor que el necesario. Sin embargo, se necesita el fuego de la prueba para producir buenas vasijas, y el producto del mayor “dolor” es la porcelana, una de cuyas características es que “canta” al ser golpeada. Al igual que Hus y Jerónimo, que cantaron en la hoguera o que Pablo y Silas, que cantaron en la cárcel de Filipos, los cristianos son la porcelana humana. Por medio del Espíritu, día a día los creyentes desarrollan esa capacidad de resonancia, ese rechazo total a la venganza, esa capacidad de amar bajo presión.

La porcelana posee una segunda característica: cuando está cerca de la luz, se vuelve traslúcida. De la misma manera, al haber pasado por el fuego, nos volvemos traslúcidos a la luz de Cristo para alumbrar al mundo en tinieblas (Mat. 5:16).

En su torno de alfarería y por medio de su Espíritu, el Alfarero puede darnos forma. No nos ve como arcilla estropeada, sino como fina porcelana. Promete restaurarnos. Sabemos que él es fiel, y que lo hará ” (1 Tes. 5:24).

Dios el Alfarero nos espera en su casa. ¿Qué estamos 
esperando?


Fuente: AdventistWorld.com
Autor: Keisha McKenzie, quien se describe como “arcilla en el torno del Alfarero”, escribe desde Mandeville, Jamaica.
Referencias: 1 Comentario Bíblico Adventista, ver “arcilla”. 2 F.D. Nichol, ed. SDA Bible Commentary, vol. 6, p. 1021. 3 Ministerio de Curación, p. 373, 374.

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viernes, 31 de octubre de 2008

ORAD CON ACCION DE GRACIAS. Por Alejandro Bullón

Por nada estéis angustiados, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Filipenses 4:6.

Hope Mac Donald, en su libro Enséñanos a orar, cuenta que una noche, cuando sus hijos Tomás y Daniel eran pequeños, estaba orando con ellos, arrodillados cerca de la cama. Tom hacía la última oración y ya había empleado más de cinco minutos agradeciéndole a Jesús por todas las cosas que se podía acordar. Había citado a toda la familia y a los parientes próximos y distantes. Le había agradecido al Señor por todos los amigos que tenía en la escuela, nombre por nombre; por todas las flores y árboles, por el Sol, la lluvia, la Luna, las estrellas y todo lo que existe en la naturaleza. Después de agradecerle a Dios por todas las personas del mundo, paró, se dio vuelta hacia el padre y dijo: "¿Qué más debo decir, papá?" Y antes de que el padre pudiese responder, su hermano replicó en un rapto de inspiración: "¿Qué tal si dices 'Amén'?"

Sin duda, estás sonriendo. Pero el cuadro presenta la sinceridad con que los niños hablan con Jesús. ¡Toda la oración fue empleada solamente para agradecer! ¿Cuántas veces hicimos lo mismo en nuestra devoción personal?

¿Por qué ser agradecido si todavía no presentamos nuestro pedido y no hemos recibido la respuesta? Eso dependerá mucho de tu concepto de la oración. Si crees que, antes de salir de nuestros labios, todas las peticiones ya fueron respondidas por Dios, y que todo lo que necesitamos hacer es abrir la puerta del corazón a Jesús, que viene con todas sus bendiciones, entonces la oración de gratitud tiene sentido. Pero si continúas pensando que tienes que orar para cambiar la posición de Dios respecto de tu persona, entonces, naturalmente, todavía no tienes motivos para ser agradecido.

Si te detienes a pensar un poco y comienzas a enumerar todas las bendiciones que ya recibiste en la vida, verás que ni el tiempo ni la memoria alcanzan para mencionarlas a todas. Dios es un Dios de salvación y es también un Dios de bendiciones. No somos nosotros los que deseamos ser bendecidos, es él quien está deseoso de bendecirnos. Tenemos que alabar su nombre porque es grande. Tenemos que agradecer su amor porque mucho tiempo antes de que supliquemos alguna cosa, su Espíritu trabajó en nuestra vida creando en nosotros el deseo de buscarlo, haciéndonos sentir la necesidad de sus bendiciones.

Antes de salir hoy al trabajo diario, derrama tu vida a los pies de Jesús. Agradécele las bendiciones que tus ojos todavía no vieron, pero que él ya preparó para ti. Canta un himno de alabanza y mantén ese cántico en el corazón a lo largo del día. No salgas ansioso. No tienes motivo para eso. Tu Dios es el mismo Dios de Moisés, Abraham, Daniel y Pablo. El puede cerrar la boca delos leones, librarte de la prisión o abrir el Mar Rojo.

¡Créelo!

Fuente: Meditaciones Matinales 1994: página 359
Autor: Alejandro Bullón Paucar. Nació en Jauja, Perú, y estudió y se graduó de Teología en el Seminario de la Unión Peruana, cercano a Lima. Trabajó diez años en su país como consejero de jóvenes, y luego fue invitado a continuar el desarrollo de dicho ministerio en el Brasil (primero sirvió en la Unión Este Brasileña, y luego en la unión Central Brasileña).
Actualmente es evangelista de la Voz de la Esperanza, un programa radial con sede en la División Norteamericana. Hasta el año pasado se desempeñó como secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana de los Adventistas del Séptimo Día, y también como evangelista para toda América del Sur. El se define a si mismo como predicador, y su mensaje principal subraya la necesidad de conocer a Jesús como la solución para todos los problemas humanos. Ha escrito varios libros, tales como Conocer a Jesús es todo, La crisis existencial, Tú eres mi vida y vuelve a casa hijo

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lunes, 27 de octubre de 2008

El cristiano ante la FE y la RAZON. Por Humberto M. Rasi

"Señor, haz que nunca emplee mi razón contra la Verdad". --Oración Hebrea.

Cuál es la relación apropiada entre la fe y la razón en la vida del creyente? Esta pregunta ha concitado apasionado interés entre los cristianos a quienes les gusta pensar. El tema preocupa en particular a los universitarios, investigadores y profesionales que desean integrar la fe y la razón en su vida. La tensión se agudiza porque muchos de nuestros contemporáneos dan por sentado que las personas inteligentes no son religiosas o, si lo son, prefieren que mantengan en privado sus convicciones.

¿Cómo han enfrentado este dilema los intelectuales cristianos de otros tiempos? En este artículo vamos a perfilar varias opciones, repasar las enseñanzas bíblicas sobre el tema y proponer una aproximación que satisfaga nuestra pasión por creer en Dios y por cultivar a la vez una fe razonable.

Premisas y definiciones

Según la Biblia, Dios creó a Adán y a Eva al comienzo de la historia humana y los dotó de racionalidad, "con la facultad de pensar y hacer".1 Mientras ejercían esta capacidad, nuestros primeros padres desobedecieron a Dios y como resultado perdieron su dignidad y su hogar edénico. Aunque hemos heredado los efectos de su caída, Dios ha preservado nuestra facultad de pensar, confiar y tomar decisiones. En efecto, uno de los objetivos de la educación adventista es formar "a los jóvenes para que sean pensadores, y no meros reflectores de los pensamientos de otros hombres".2

Antes de proseguir, convendrá que definamos algunos términos:

La fe, desde una perspectiva cristiana, es un acto de la voluntad que decide depositar su confianza en Dios, respondiendo a su auto-revelación y a los llamados del Espíritu Santo a nuestra conciencia.3 La fe religiosa es más fuerte que una creencia, porque incluye la decisión de vivir y aun morir por nuestras convicciones.

La razón es el ejercicio de la capacidad mental para comprender, examinar, discernir y aceptar un concepto o una idea. Nuestro raciocinio busca claridad, coherencia y evidencias aceptables.

Creer es el acto mental de aceptar como real o verdadero un concepto o una persona. Por supuesto, es posible creer en algo o en alguien que no son verdaderos ni reales.

La voluntad es la capacidad y el poder de escoger una creencia o un curso de acción en preferencia a otras opciones. Decidir consiste en el libre ejercicio de esa capacidad.

La razón y la fe se relacionan de manera asimétrica. Es posible creer que Dios existe (razón) sin confiar en él (fe).4 Pero no es posible creer y confiar en Dios (fe) sin creer que él existe (razón).

He decidido concederle la prioridad a la fe en mi vida intelectual, aceptando dos afirmaciones clásicas: Fides quaerens intellectum ("La fe desea entender") y Credo ut intelligam ("Creo para poder entender"). La razón desempeña un papel importante en la vida de fe, pero no puede reemplazar la fe. Para el cristiano, el propósito último de la vida no es adquirir más conocimiento. El máximo objetivo es establecer una relación de amistad íntima con Dios, que nos lleva a obedecerle y a servir a otros motivados por el amor.

La relación entre la fe y la razón

¿Qué posturas han asumido los cristianos ante la relación de la fe con la razón? ¿Cómo deberíamos hacerlo nosotros? Veamos cuatro aproximaciones diferentes:5

1. Fideísmo: La fe ignora o minimiza el rol de la razón como medio para alcanzar la verdad última. Según esta perspectiva, la fe en Dios es el criterio fundamental para conocer la verdad y todo lo que el cristiano necesita para lograr certeza y salvación. El fideísta afirma que Dios se revela a los seres humanos mediante la Biblia, el Espíritu Santo y la experiencia personal, que son suficientes para conocer las verdades esenciales. Un dicho popular resume esta postura: "Dios lo ha dicho. Yo lo creo. Eso es suficiente".

Tertuliano (160?-230?), un defensor del cristianismo ante la cultura pagana de su tiempo, fue el primero en expresar el fideísmo radical al afirmar: Credo quia absurdum ("Creo en ello porque es absurdo"). Más tarde otros autores cristianos han exaltado el valor supremo de la "fe ciega" en contraste con la razón humana. En su modalidad extrema, el fideísmo rechaza el pensamiento racional, considera innecesarios los estudios avanzados y la investigación científica, y puede conducir a una religión mística.

Los críticos del fideísmo, especialmente de su versión radical, han señalado que la fe en Dios y en Jesucristo presupone que existe un Dios que se ha revelado a la humanidad en la persona de Cristo, y a menos que pueda mostrarse que esta premisa es razonable, o por lo menos que no es contraria a la razón, no resulta más apropiado creer en tales afirmaciones que creer en un absurdo. Por otra parte, los cristianos que consideran la Biblia como una revelación de origen divino necesitan de la razón para comprender y aceptar sus declaraciones y exhortaciones. Si la Biblia constituye una expresión de la voluntad de Dios y la base de la fe cristiana, necesitamos de la razón para comprenderla.

2. Racionalismo: La razón humana cuestiona, ataca y eventualmente destruye la fe religiosa. El racionalista sostiene que la razón constituye la base principal del conocimiento y del acceso a la verdad, y a la vez provee el fundamento de toda creencia digna de confianza.

El racionalismo moderno rechaza la autoridad religiosa y la revelación divina como bases de información fidedigna. A partir del Renacimiento europeo (siglos XIV al XVI), que exaltó la creatividad humana, el racionalismo alcanzó su apogeo durante el Iluminismo (siglo XVIII), con su crítica sistemática de las doctrinas e instituciones tradicionales. Desde allí fue evolucionando hacia el escepticismo y más tarde hacia el ateísmo contemporáneo, que niega la existencia de Dios. Friedrich Nietzsche, Karl Marx y Sigmund Freud representan esta postura.

En su oposición a la fe, el racionalismo arguye que la religión promueve creencias que con frecuencia son irracionales y frustra la autorrealización de los seres humanos. Los racionalistas señalan que la existencia del mal en el mundo es incompatible con un Dios poderoso, amante y sabio, como enseña el cristianismo.

3. Dualismo: La fe y la razón actúan en esferas diferentes, de modo que ni se confirman ni se contradicen.

Muchos investigadores contemporáneos afirman que la ciencia se basa en datos objetivos, mientras que la religión se ocupa de asuntos éticos desde una perspectiva subjetiva. De modo que la razón y la fe, el conocimiento y los valores no tienen relación mutua.6

Sin embargo, los cristianos que basan sus creencias en la Biblia no aceptan esta postura. Afirman, por ejemplo, que Jesucristo tal como se lo presenta en los evangelios no es sólo el centro de su fe como Dios encarnado, sino también un Personaje real que vivió en este mundo durante un período específico de la historia humana. Sostienen que los eventos y los personajes que se mencionan en las Escrituras también pertenecen a la historia, tal como lo confirma un número creciente de evidencias documentales y arqueológicas.

Quienes separan las esferas de la razón y de la fe relegan al cristianismo al ámbito de los sentimientos y la subjetividad, reduciéndolo en última instancia al nivel de un mito intrascendente.

Tanto los cristianos como los no cristianos tienen creencias diferentes y frecuentemente contradictorias. Si la veracidad o falsedad de tales creencias no pueden evaluarse en base a evidencias y argumentos razonables, entonces ninguna creencia --sea religiosa o filosófica-- puede reclamar la confianza y la certeza de quienes las sustentan.

4. Sinergía: La fe y la razón cooperan y se apoyan mutuamente en la búsqueda de la verdad y el cometido personal a la misma.

Quienes proponen esta postura sostienen que el cristianismo constituye un sistema integrado y coherente de creencias y conducta que merece tanto nuestro compromiso de fe como nuestra afirmación racional. Las esferas propias de la fe y la razón se sobreponen parcialmente. Hay verdades reveladas por Dios que no pueden alcanzarse por la razón (por ejemplo, la Trinidad o la salvación por la gracia mediante la fe). También hay verdades a las que podemos llegar tanto por la revelación divina como por la razón (por ejemplo, la existencia de Dios o la ley moral). Por último, hay también verdades que la mente humana puede descubrir sin auxilio directo de la revelación de Dios (por ejemplo, las leyes físicas o las fórmulas matemáticas).

El apologista cristiano C. S. Lewis afirma que para ser realmente morales los seres humanos deben creer que los principios morales básicos pueden ser conocidos por todos. Lewis también sostiene que la existencia de tales principios éticos universales presupone la existencia de un Ser que posee el derecho y es capaz de promulgarlos.7

Si el mundo en que vivimos puede entenderse mediante la razón humana en base a la investigación y la experiencia, se trata de un mundo inteligible. Al estudiar el universo del que somos parte tanto en su dimensión celular como galáctica descubrimos leyes que proveen evidencias de que un Ser inteligente lo ha diseñado y lo sostiene. Este diseño detallado de los aspectos más complejos del universo no sólo mantiene la vida en este planeta sino que revela a un Diseñador sobrenatural.

En efecto, la experiencia religiosa y la conciencia moral perciben la existencia del mismo Ser que, por su parte, la investigación científica descubre como el Diseñador del cosmos y el Sustentador de la vida.

La razón puede ayudarnos a avanzar desde la comprensión hacia la aceptación e, idealmente, hacia la creencia y la fe. Sin embargo, la fe en Dios es una decisión de la voluntad que trasciende la razón. Nuestro raciocinio, dirigido por el Espíritu Santo, puede despejar los obstáculos en el camino hacia la fe. Y una vez que abrazamos la fe, la razón puede ahondar nuestro cometido religioso.8

La fe y la razón desde la perspectiva bíblica

La cosmovisión del pueblo hebreo, tal como la refleja el Antiguo Testamento, concebía la existencia humana como una unidad integrada que abarcaba tanto las creencias como la conducta, la confianza en Dios y el pensamiento racional. Durante la mayoría de su trayectoria histórica, el pueblo de Israel aceptó sin cuestionamientos la realidad de Dios, cuya revelación estaba documentada en las Escrituras y cuyas intervenciones sobrenaturales eran parte de la historia vivida por este pueblo. Para los hebreos, los enemigos de la fe en Dios no eran el escepticismo ni la incredulidad sino la adoración a los dioses paganos, meros productos de la imaginación humana descarriada. Los hebreos no buscaban el conocimiento teórico sino la sabiduría, vale decir, el pensar correctamente para tomar decisiones acertadas y vivir una vida recta a la vista de Dios. "El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia" (Proverbios 9:10).

El Nuevo Testamento refleja la transición cultural hacia un contexto diferente, en el que el monoteísmo hebreo se ha fragmentado en diversas sectas judías y ha sido influido por el politeísmo greco-romano, el culto al emperador y el agnosticismo. Al interactuar con este ambiente religioso y filosófico, la Iglesia Cristiana comenzó a expresar con claridad la relación entre la fe y la razón, concediendo primacía a la fe en la vida del creyente.

Podemos resumir las enseñanzas de la Biblia sobre la fe y la razón en estos conceptos fundamentales:

1. El Espíritu Santo despierta la fe e ilumina la razón. Si no fuera por la influencia del Espíritu Santo sobre la conciencia humana, nadie llegaría a ser cristiano. En nuestra condición natural, no buscamos a Dios (Romanos 3:10, 11), no reconocemos nuestra necesidad de su gracia (Juan 16:7-11), ni comprendemos las cosas espirituales (1 Corintios 2:14). Es el Espíritu Santo quien nos lleva a aceptar, creer y confiar en Dios (Juan 16:14). Un vez que hemos experimentado esta transformación (Romanos 12:1, 2), el Espíritu nos guía "a toda la verdad" (Juan 16:13) y nos ayuda a discernir la verdad del error (1 Juan 4:1-3).

2. La fe debe ejercitarse y desarrollarse durante toda la vida. Cada ser humano ha recibido de Dios "una medida de fe" (Romanos 12:3) --vale decir, la capacidad de confiar en él-- y se espera que cada cristiano crezca en la fe (2 Tesalonicenses 1:3). "Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios, crea que él existe y recompensa a quienes le buscan" (Hebreos 11:6). De ahí el ruego angustiado que le dirige a Jesús el padre de un hijo enfermo: "Creo; ayuda mi incredulidad" (Marcos 9:24) y el pedido insistente de los discípulos: "Auméntanos la fe" (Lucas 17:5).

3. Dios apela a la razón humana porque la valora. Aunque los pensamientos de Dios son infinitamente superiores a los nuestros (Isaías 55:8, 9), se comunica con nosotros de manera inteligible, revelándose mediante la Biblia (2 Pedro 1:20, 21), la vida de Jesucristo, quien se llamó a sí mismo "la verdad" (Juan 14:6), y mediante la naturaleza (Salmo 19:1). Durante su ministerio, Jesús dialogó con sus oyentes utilizando argumentos racionales (por ejemplo, con Nicodemo, Juan 3, y con la mujer samaritana, Juan 4). A pedido del oficial etíope, Felipe le explicó las profecías mesiánicas de las Escrituras para que pudiera comprenderlas y creer (Hechos 8:30-35). Por su parte, los cristianos de Berea fueron elogiados porque "escudriñaron las Escrituras para ver si estas cosas eran así" (Hechos 17:11).

4. Dios provee evidencias suficientes para que podamos creer y confiar en él. El observador sin prejuicios percibe en el universo manifestaciones del poder creativo y sustentador de Dios (Isaías 40:26). "Los atributos invisibles de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ven claramente desde la creación del mundo, y se entienden por las cosas que han sido creadas". Por eso los que niegan su existencia, a pesar de las evidencias, "no tienen excusa" (Romanos 1:20, NRV). Sin embargo, cuando Tomás expresó dudas acerca de la resurrección, Cristo le ofreció evidencias físicas y le dijo: "No seas incrédulo, sino creyente" (Juan 20:27-29). Al hacer frente a cuestiones sobre el origen del universo, nuestro punto de partida debe ser la fe basada en la revelación de Dios: "Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía" (Hebreos 11:3).

5. Dios nos ofrece clara orientación para la vida, pero respeta nuestras decisiones. En el Jardín del Edén, Dios concedió a Adán y a Eva el poder de decidir --la capacidad de obedecerle o desobedecerle-- y les advirtió de las terribles consecuencias de elegir la desobediencia (Génesis 2:16, 17). Y al comunicarse mediante Moisés, Dios repitió las opciones: "Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal...; escoge, pues, la vida para que vivas tú y tu descendencia" (Deuteronomio 30:15, 19). Sus invitaciones son exquisitamente corteses: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo" (Apocalipsis 3:20). Por sobre todo, Dios desea que le amemos, obedezcamos y adoremos como resultado de una decisión libre y razonada (Juan 4:23, 24; 14:15; Romanos 12:1 [loguikén=razonable, espiritual].

6. Tanto la fe como la razón son necesarias en la vida y el testimonio del creyente. Pablo declaró que la aceptación de Cristo como Salvador dependía de una comprensión racional del evangelio: "La fe viene por el oír, y el oír por medio de la Palabra de Cristo" (Romanos 10:17, NRV). Pedro nos advierte: "Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros" (1 Pedro 3:15). Y el mismo apóstol nos exhorta a añadir "a la virtud, conocimiento" (2 Pedro 1:5).

¿Qué hacer con las dudas?

Veamos algunas implicaciones de lo que hemos examinado hasta ahora. ¿Cómo debemos responder los cristianos a la tensión entre la fe y la razón que con frecuencia surge en nuestros estudios e investigaciones o en las experiencias de la vida? Estas sugerencias pueden ser útiles.10

1. Recordar que Dios y la verdad son sinónimos. Dios nos creó como seres racionales e inquisitivos. Se deleita cuando empleamos nuestra capacidad mental para explorar, descubrir, aprender e inventar al interactuar con el mundo. Cuando utilizamos nuestro raciocinio y nuestra creatividad en una actitud humilde y agradecida, estamos amando a Dios con toda nuestra mente. Por eso no debemos temer la investigación y los descubrimientos. Si encontramos discrepancias entre "la verdad de Dios" y "la verdad humana", esto se debe a que hemos malentendido la una, la otra, o ambas. Siendo que en Cristo "están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento" (Colosenses 2:3), todo lo que es verdad proviene de Dios.

2. Reconocer que la Biblia no pretende contener todo lo que se puede saber. El conocimiento que Dios posee es infinitamente superior al nuestro. Por esa causa tuvo que descender a nuestro nivel para poder establecer comunicación con nosotros, dentro de nuestra capacidad de comprender. Jesús les dijo a sus discípulos: "Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar" (Juan 16:12). Además, nuestra condición pecaminosa entorpece y limita nuestro entendimiento. "Ahora vemos por espejo, oscuramente....Ahora conozco en parte; pero conoceré como soy conocido" (1 Corintios 13:12). La Biblia puede ser leída como un libro de historia o de literatura o de legislación o de biografías. Sin embargo, su propósito principal es ayudarnos a conocer a Dios y mostrarnos cómo reconciliarnos con él para vivir vidas nobles y prepararnos para la eternidad. En la Tierra Nueva tendremos el tiempo y la oportunidad de explorar la vasta complejidad del cosmos y conocer a sus habitantes.

3. Distinguir entre lo que dice la Palabra de Dios y las interpretaciones humanas. Nuestras tradiciones y prejuicios a veces nos hacen ver en la Biblia conceptos que no se encuentran en ella. Un ejemplo es el caso de Copérnico (1473-1543), quien, en base a sus observaciones propuso que los planetas, incluyendo la Tierra, giran en torno al Sol. Pero como la mayoría de los astrónomos aceptaban la teoría geocéntrica de Ptolomeo, muchos de los líderes religiosos de su tiempo consideraron que la idea de Copérnico era herética. Creían que debido a la importancia de los seres humanos en los planes de Dios, el Sol y los planetas debían girar alrededor de la Tierra. Cuando Galileo y Kepler presentaron evidencias que apoyaban la propuesta de Copérnico, dicho descubrimiento no eliminó a Dios ni destruyó el cristianismo.

Tres siglos más tarde, Carlos Dar-win polemizó con los teólogos de su tiempo, la mayoría de los cuales creían en el fijismo absoluto de las especies, algo que no requiere el relato bíblico de la creación. Hace algunos años, algunos cristianos afirmaban que Dios no permitiría que el hombre viajara por el espacio o llegara hasta la Luna. Tales ideas resultaron falsas, porque se basaban en interpretaciones y extrapolaciones personales.

4. Aceptar que el quehacer científico explora apenas una parte de la realidad total. Las ciencias experimentales sólo se ocupan de fenómenos que pueden ser observados, mensurados, manipulados, repetidos y falsificados. Contrariamente a lo que leemos en muchos textos de ciencia y escuchamos en los medios de comunicación, los descubrimientos con frecuencia conducen a reajustes. Es cierto que las leyes fundamentales son universalmente aceptadas. Sin embargo, a medida que los científicos continúan investigando saben que las teorías y explicaciones que fueron aceptadas por años pueden ser reemplazadas por otras teorías e interpretaciones que parecen más precisas y dignas de confianza.11 La mayoría de los científicos investigan con premisas naturalistas, que excluyen lo sobrenatural. Un buen número de ellos son agnósticos o ateos; pero sus creencias no se basan en evidencias científicas sino en preferencias personales. Los investigadores que admiten la posibilidad de que Dios existe, encuentran en el mundo natural evidencias abundantes de que un Diseñador Inteligente ha planeado y sostiene el universo y la vida.

5. Crear un archivo mental para asuntos no resueltos. En nuestros estudios, en nuestra experiencia personal y aun en la Biblia tropezamos con cuestiones que no tienen respuesta satisfactoria. A veces encontramos más tarde una explicación. En otros casos, los dilemas no tienen resolución. Un ejemplo clásico es la tensión que existe entre nuestra creencia en un Dios poderoso, sabio y amante, por un lado, y el sufrimiento de los inocentes, por otro. Aunque hay evidencias del amor y el poder de Dios, no podemos explicar el porqué de muchas tragedias humanas y desastres naturales en un universo en el que él es soberano. Como otros creyentes antes que nosotros, procuramos comprender estos y otros misterios profundos. Lo más que podemos hacer es tener paciencia, estudiar con oración estas cuestiones y buscar el consejo de cristianos de experiencia. Algún día Dios resolverá la aparente contradicción. Nuestra fe en Dios y el reconocimiento de nuestras limitaciones requieren que aprendamos a vivir con un cierto número de incertidumbres y misterios.

Conclusión

Es posible ilustrar lo esencial de este ensayo al comparar nuestra mente con una corte de justicia que delibera cada día de nuestra vida, mientras Dios protege nuestra libertad.12 Nuestra voluntad preside en esa corte como juez, mientras la razón y la fe son los abogados que presentan evidencias y hacen comparecer a testigos para ofrecer su testimonio. Tales evidencias y testimonios son de diverso tipo: la influencia de personas a quienes respetamos, el sentirnos amados y el ser capaces de amar, el diálogo con otros, la observación de la naturaleza, la vivencia espiritual de la oración y el servicio, nuestras lecturas e investigaciones, los gozos y tristezas de la vida, el culto de adoración individual y colectivo, el impacto de la belleza y las artes, los efectos de nuestros hábitos y estilo de vida, y la búsqueda de integridad y consistencia.

Nuestra voluntad evalúa cada día estas múltiples percepciones emocionales, espirituales, racionales y estéticas, comparándolas con el código, vale decir, nuestra cosmovisión.13

A veces estas impresiones fortalecerán nuestras convicciones y nuestra fe. Otras veces las evidencias requerirán un reajuste de nuestra cosmovisión y la modificación de algunas de nuestras creencias. Tales cambios, por su parte, influirán sobre nuestra conducta. En ciertas ocasiones, nuestra voluntad preferirá no seguir escuchando los argumentos. En el trasfondo de la corte, el Espíritu Santo aguarda la ocasión oportuna para pronunciar una palabra de advertencia, corrección o afirmación. También se escuchan otras voces de observadores no invitados que expresan objeciones, insinúan dudas o presentan evidencias contrarias. La corte de nuestra voluntad sigue deliberando hasta el día final de nuestra vida consciente.

Como cristianos, se nos invita a amar a Dios con nuestra mente y también con nuestra voluntad, integrando las demandas de nuestra fe y nuestro intelecto. Para el creyente intelectual, "no hay incompatibilidad entre una fe sólida y los estudios profundos, entre una vida piadosa y el pensamiento crítico, entre la vida de fe y la vida de la mente".14 Para crecer en estas dimensiones --fe, intelecto y voluntad-- debemos ahondar cada día nuestra amistad con Dios y fortalecer nuestro compromiso con la verdad. El confía que, en vista de las evidencias que poseemos, sabremos vivir como cristianos fieles y ser capaces de tomar decisiones inteligentes.15


Fuente: Dialogo Universitario
Autor: Humberto M. Rasi (Ph.D., Stanford University) se desempeño como director del Departamento de Educación de la Iglesia Adventista del Séptimo Día y redactor en jefe de Diálogo Universitario.
Notas y referencias: 1. Elena White, La educación (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1958), p. 15. 2. Ibid. 3. En el libro citado, Elena White define la fe de esta manera: "La fe significa confiar en Dios, creer que nos ama, y sabe mejor qué es lo que nos conviene" (p. 247). 4. "Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan" (Santiago 2:19). 5. Ver Hugo A. Meynell, "Faith and Reason" en The Encyclopedia of Modern Christian Thought, compilada por Alister E. McGrath (Oxford: Blackwell, 1993), pp. 214-219. 6. Stephen Jay Gould, el recientemente fallecido catedrático de la historia de la ciencia en la Universidad de Harvard declaró que "el conflicto entre la ciencia y la religión existe sólo en la mente de las personas, no en la lógica ni en la utilidad propia de estos campos totalmente diferentes e igualmente importantes". En su opinión, "la ciencia procura documentar el carácter real del mundo natural y de proponer teorías que coordinan y explican estos datos. La religión, por su parte, actúa en el terreno igualmente importante pero absolutamente diferente de los propósitos, significados y valores humanos". Citado por Houston Smith en Why Religion Matters [Harper San Francisco, 2001], pp. 70, 71. 7. El apóstol Pablo declara: "Cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos" (Romanos 2:14, 15). 8. Ver Peter Kreeft y Ronald K. Tacelli, Handbook of Christian Apologetics (Downer's Grove, Illinois: InterVarsity Press, 1994), pp. 29-44. 9. "Dios nunca nos exige que creamos sin darnos suficiente evidencia sobre la cual fundar nuestra fe. Su existencia, su carácter, la veracidad de su Palabra, todas estas cosas están establecidas por abundantes testimonios que apelan a nuestra razón. Sin embargo, Dios no ha quitado toda posibilidad de duda. Nuestra fe debe reposar sobre evidencias, no sobre demostraciones. Los que quieran dudar tendrán oportunidad de hacerlo, al paso que los que realmente deseen conocer la verdad encontrarán abundante evidencia sobre la cual basar su fe". Elena White, El camino a Cristo (Nampa, Idaho: Publicaciones Interamericanas, 1961), p. 105). 10. Adaptado de Jay Kesler, "Un botiquín de sobrevivencia", Diálogo Universitario 6:2 (1994), pp. 24, 25. 11. Thomas Kuhn, en su libro The Structure of Scientific Revolutions, 2ª ed. (University of Chicago Press, 1970) mostró cómo la labor científica se realiza en base a paradigmas conceptuales que cambian con el tiempo. 12. He adaptado esta ilustración de un ensayo de Michael Pearson, "Fe, razón y vulnerabilidad", Diálogo 1:11 (1989), pp. 11-13, 27. 13. Cosmovisión puede definirse como una perspectiva de la vida y el mundo que cada ser humano maduro posee. Una cosmovisión responde a cuatro preguntas básicas: ¿Qué es un ser humano? ¿Cuánto abarca la realidad? ¿Qué anda mal en el mundo? ¿Cuál es la solución a los problemas del mundo? Ver Brian Walsh y Richard Middleton, The Transforming Vision: Shaping a Christian Worldview (Downer's Grove, Illinois: InterVarsity Press, 1984). 14. Arthur F. Holmes, Building the Christian Academy (Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans Publ. Co., p. 5. Ver también William Lane Craig, Reasonable Faith: Christian Truth and Apologetics, ed. rev. (Wheaton, Illinois; Crossway Books, 1994). 15. Ver Richard Rice, "Cuando los creyentes piensan", Diálogo 4:3 (1992), pp. 8-11. Rice también ha publicado el libro Reason and the Contours of Faith (Riverside, California: La Sierra University Press, 1991).

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viernes, 24 de octubre de 2008

UN MENSAJE PARA NUESTRO TIEMPO. Por Elena G. de White


Nuestros mejores afectos, aspiraciones más nobles y servicio más pleno para Jesús.

Si hubo alguna vez un tiempo en el que fue necesario contar con fe e iluminación espiritual, es ahora. Los que velan en oración y escudriñan cada día las Escrituras con el sincero deseo de conocer y hacer la voluntad de Dios, no serán alcanzados por ninguno de los engaños de Satanás…

[El] Señor ayudará a los que se mantengan firmes en defensa de su verdad. Muchos que vean la luz, no la aceptarán, y temerán confiar en el Señor. Jesús dice: “Por tanto os digo: No os angustiéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se angustie, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os angustiáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos”. El gran Artista Maestro nos ha dado las bellezas de la naturaleza… Él es autor del color delicado de las flores y, si ha hecho tanto por una simple flor “que hoy es y mañana se quema en el horno… ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe? Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”.

El cuidado de Dios por nosotros
Dios amó de tal manera al mundo que envió a su hijo unigénito a morir para rescatar al ser humano del poder de Satanás. ¿No cuidará acaso al que ha sido formado a su imagen?... Nuestro Padre celestial no dejará que sus hijos pongan su confianza en él para luego abandonar sus promesas… Comprende todas las circunstancias de la vida. Ve y sabe dónde nos encontramos. Está familiarizado con nuestras penas y angustias. Nos conoce por nombre y se compadece de nuestras enfermedades, porque ha sido tentado en todo y sabe cómo socorrer a los que son tentados. Jesús es nuestro Ayudador, y promete cuidar de todos los que confíen en él.

Confianza creciente en El
A cada uno, Dios ha encomendado talentos que deben ser incrementados por medio del uso. Se nos ha dado una razón con la cual debemos glorificar a Dios. Es preciso que en todas las cosas nos mostremos leales a él. No nos fueron dadas capacidades para que las empleemos meramente en servicio propio, sino que tienen que ser utilizadas para alcanzar ciertos fines, para amar a Dios por sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Los principios cristianos han de ser parte indivisible de nuestra vida y experiencia. Debemos desarrollar una vida de fe en el Hijo de Dios. Hemos de vivir para agradar a Jesús; al hacerlo, nuestra fe y confianza en él serán cada día más fuertes. Podremos entender lo que ha hecho por nosotros y lo que está dispuesto a hacer, y poseeremos la alegría y el sincero deseo de hacer algo para mostrarle nuestro amor. Esta tarea llegará a ser un hábito. No cuestionaremos si debemos obedecer, sino que seguiremos la luz y cumpliremos la obra de Cristo. No buscaremos la conveniencia propia, ni cuestionaremos si obedecerlo responde a nuestros intereses temporales. Los que aman a Jesús sentirán el deseo de obedecer todos sus mandamientos. Escudriñarán la Biblia con cuidado para conocer sus doctrinas. Ninguna otra cosa que no sea la verdad podrá satisfacerlos, porque llegarán a ser los representantes de Cristo en la tierra.

Permaneced firmes
Cristo dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Es necesario que sus seguidores estén tan cerca de él como sea posible. No podemos hablar como él habló, pero hemos de imitarlo, porque es nuestro modelo. No tenemos que erigir luces falsas, ni presentar herejías como verdades. Es preciso que sepamos que toda posición que adoptemos ha de estar apoyada por la Palabra de Dios…

Deseamos la verdad en todo momento. La queremos pura, sin mezcla de error y sin la contaminación de las máximas, costumbres y opiniones del mundo. Queremos la verdad por más inconveniente que sea. La aceptación de la verdad siempre contiene una cruz. Pero Jesús dio su vida en sacrificio por nosotros; ¿no le daremos nosotros nuestros mejores afectos, nuestras aspiraciones más nobles, nuestro servicio más pleno? Hemos de llevar el yugo de Cristo, hemos de levantar su carga. Sin embargo, la Majestad del cielo declara que su yugo es fácil y su carga ligera. ¿Rehuirá acaso nuestra religión a la negación del yo? ¿Evitaremos el sacrificio propio, y dudaremos en renunciar al mundo y todos sus atractivos? ¿Seremos nosotros, aquellos por los que Cristo tanto ha hecho, oidores pero no hacedores de sus palabras? ¿Negaremos con nuestras vidas apáticas e inactivas la fe, y haremos que Jesús se avergüence de llamarnos sus hermanos?...

El futuro victorioso
Solo los vencedores podrán entrar a la Santa Ciudad, al Paraíso de Dios. Estos serán los que hayan permanecido en defensa de la fe, dada una vez a los santos, y que hayan peleado la buena batalla de la fe, “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. Por eso, al igual que Cristo, trabajemos desinteresadamente para traer almas al conocimiento de la verdad. Se necesita todo nuestro corazón, cuerpo, alma y fuerza para esta tarea. Si trabajamos con fidelidad, sin preocuparnos por el aplauso o la censura del mundo, escucharemos el “bien hecho” de la Majestad del cielo, y recibiremos la corona, la palma de la victoria y las ropas blancas que son la justicia de los santos.

Fuente: AdventistWorld.org
Autor: Elena G. de White. Este artículo ha sido extraído del que apareció por primera vez en la Advent Review and Sabbath Herald, ahora la Adventist Review, el 25 de agosto de 1885. Los adventistas creemos que Elena G. de White ejerció el don bíblico de profecía durante más de setenta años de ministerio público.

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