jueves, 8 de marzo de 2012

Más poderoso que las olas. Por Dick Rentfro

Seguir a Cristo es una aventura emocionante
“Jehová en las alturas es más poderoso que el estruendo de las muchas aguas, más que las recias olas del mar” (Sal. 93:4).

“Creo que nadie debería estar allí en un oleaje que tiene la altura de un edificio de ocho pisos y que rompe cada veinte segundos con la fuerza de una locomotora […]. El surf de mar abierto es muy arriesgado, pero implica sentir la emoción de domar la ola asesina”.

Esta declaración de Terry McCarthy, un surfista de Waikiki, Hawái, me recuerda mi larga y feliz carrera de evangelista. Junto con mi esposa llevamos a cabo más de cien campañas y presencié muchos bautismos de personas que prometieron embarcarse en la emocionante aventura de “domar la ola asesina” del pecado y seguir a Cristo.

Un compromiso con Cristo implica la amenaza constante del peligro, pero los creyentes abrazan el desafío, porque saben que jamás están más allá del cuidado de su amante Padre celestial. Las olas no abruman la vida del surfista.

Pete Cabrinha, un experimentado surfista de 42 años de edad, había domado muchas olas asesinas, pero ese día mientras descendía por el gigantesco oleaje que rompía sobre el arrecife Jaws, en Maui, descubrió que no podía llegar a la base de la ola que según sus palabras “crecía frente a mí y detrás de mí, y sentía que no avanzaba”. Esa mañana mientras Cabrinha lograba velocidad en el descenso de la ola, la línea de rompiente lo acorraló desde atrás. Los que observaban desde la playa gritaron: “¡Vamos, Pete, vamos!” mientras él se apresuraba a ponerse por delante de la rompiente.



Cuando alcanzó aguas calmas, otro surfista le dijo que era la ola más grande que había visto alguna vez y al observar las fotografías del evento, descubrieron que medía 21 metros. He sabido que los surfistas tienen el objetivo de hallar y dominar una ola de 30 metros.


Vivir en el límite

En 2001, Billabong, una compañía australiana de surf, creó la Odisea Billabong, un fondo para ayudar a que los surfistas viajen a cualquier lugar del mundo en busca de la ola de 30 metros. Billabong otorgará 250 mil dólares al primero que lo consiga. “Generada por una tormenta mar adentro –dice McCarthy–, a más de 65 kilómetros por hora y con una rompiente que podría oírse a varios kilómetros de la playa, una ola de 30 metros probablemente mataría a cualquiera que se cayera en el intento de cabalgar sobre ella”.

Me sorprende que haya quienes se pongan un objetivo tan peligroso solo por gusto. ¿En qué se parece esto a la vida cristiana? No animo a los hijos de Dios a que se dediquen a deportes peligrosos, pero puedo entender la atracción de los pasatiempos intrépidos. George Bush (p), ex presidente de los Estados Unidos, celebró su octogésimo quinto cumpleaños saltando en paracaídas.

Mi madre no me permitió tomar las clases de pilotaje que yo tanto quería. Más adelante, mi esposa Rose me dejó pedir prestado los setenta dólares que necesitaba para esas clases. Mi primer pilotaje fue lo más cerca que estuve de “vivir al límite”.

A los 63 años, aprendí a esquiar comenzando por pequeñas colinas y llegando a pendientes más pronunciadas. Cada caída me enseñó a esquiar mejor. Después de diez años, el médico me sugirió que abandonara el esquí. Esto puso fin a mi época de aventuras. Es emocionante descender de la montaña y sentir la nieve y el viento en el rostro.

La vida cristiana también está llena de aventuras y de la atracción de experimentar más a Dios. Es emocionante y entusiasma comprometerse con Cristo, en una renovación diaria del nuevo nacimiento y una vida de santificación. Todos pasamos por aventuras de fe donde pensamos que estamos viviendo al límite y sentimos la emoción de saber que Jesús está allí para ayudarnos y cuidarnos.


Emociones y caídas

He hallado que la vida cristiana, que se debate entre el cielo y el infierno, es la mayor aventura posible. Pero jamás pensé en fracasar, porque con Jesús siempre podemos ser vencedores. Aún después de 25 años de estar retirado del evangelismo escucho a personas que fueron parte de esa aventura.

La vida cristiana también implica caídas. Como joven pasé por un período de insensatez y, más tarde, como joven pastor mi pasado a veces me perturbaba. Llegué hasta el extremo de pedirle a un colega que me rebautizara secretamente en un lago. Al mirar hacia atrás, me pregunto si hice lo correcto, porque estoy seguro de que aún tendré algunas caídas antes de llegar al cielo. A todos nos sucede lo mismo.

Cuando vivimos al límite para Cristo, el mundo desafía nuestra fe con su versión de la ola gigante.

Podemos anticipar un oleaje sin precedentes a medida que nos acercamos a la ribera de gloria. Surgirán situaciones que desafiarán nuestro compromiso, pero con Jesús y la obra de su Santo Espíritu, dominaremos las olas.

¿El fin del tiempo de prueba? ¡Qué venga! ¿Por qué? Porque entonces estaremos seguros en Jesús. El fin del tiempo de prueba no tiene por objetivo asustar a los niños traviesos. Sí, el pueblo de Dios será probado, pero también seremos trasladados y reunidos con nuestros amados. Dios dice: “Serán para mí especial Tesoro […]. Los perdonaré, como un hombre perdona al hijo que lo sirve” (Mal. 3:17).

¡Bendito sea ese día!





Fuente: Adventist World
Autor: Dick Rentfro era un pastor jubilado que vivía en Thorp, Washington, EEUU hasta su descanso en el Señor, el día 21 de octubre de 2011.

• Versión corregida y re formateada, de la originalmente publicada por Ojo Adventista, el 24 de npviembre de 2009.




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