lunes, 20 de julio de 2009

Mucho más, mejor y más alto. Por Ekkehardt Mueller

Reflexiones sobre la superioridad de Cristo
Más, mejor, más alto y más rápido: ese el lema de nuestra época. Más dinero, más vacaciones, más lujo. ¿Ha visto en algunos hogares las decoraciones navideñas cada año más elaboradas? Necesitamos más regalos, mejores regalos, herramientas más veloces.

“Mucho más, mejor y más rápido” puede ser una frase necesaria para mantenernos concentrados en objetivos específicos. Por otra parte, sin embargo, puede hacer que terminemos en una alocada carrera hacia ninguna parte. Existe un peligro adicional: tarde o temprano, si tenemos éxito, podemos sentirnos superiores a los demás y tornarnos arrogantes y orgullosos. Esto me recuerda a ese inteligente hombre de negocios que culminaba su presentación diciendo: “Déjeme mostrarle algo que sus vecinos dijeron que no podían comprar por falta de dinero”.

Así como nosotros

Escuché el relato de dos patos y una rana que vivían muy felices en el estanque de la granja. Los tres eran muy buenos amigos y se entretenían jugando en el agua. Sin embargo, al llegar los calurosos días de verano, el estanque comenzó a secarse y pronto se hizo evidente que tendrían que mudarse. Para los patos ese no era un problema, pero la rana no podía salir por sus propios medios. Para ayudarla, idearon un plan ingenioso; tomarían ambos extremos de un palito con sus picos y la rana podría colgar del medio sosteniéndose con la boca hasta que la llevaran volando a otro estanque. El plan funcionó; pero mientras volaban, un granjero miró admirado y exclamó: “¡Qué idea tan inteligente! ¿A quién se le habrá ocurrido?”

La rana abrió su boca y dijo: “A mí. . . .” Y ese fue el fin trágico de la rana.

Todos sufrimos de un ego exagerado y de la exaltación egoísta, pero solo Uno es superior a todos. Y de eso nos habla el libro de Hebreos: el tema de la superioridad. Allí encontramos que lo bueno fue superado por lo mejor. Y lo mejor tiene un nombre: Jesús nuestro Señor.

La superioridad de Cristo

En Hebreos 1, Jesús es descrito definidamente superior a los ángeles. Hebreos 3 presenta a Jesús como superior a Moisés, uno de los más grandes líderes y administradores de todos los tiempos; uno de los profetas más importantes, que disfrutó de privilegios que ningún otro humano conoció, como estar cara a cara con Dios. En Hebreos 4, Jesús es superior a Josué. Y en el capítulo 5, es superior a Aarón.

En Hebreos 7, Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo (y símbolo de Cristo), aparece como superior a Abraham. Lo que coloca el sacerdocio de Cristo, por sobre el sacerdocio levítico. Cristo es el verdadero sumo sacerdote, “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (7:26).

Jesús: más exaltado, mejor, más excelso.

Según Hebreos 9:23, el santuario celestial para ser purificado requiere “mejores sacrificios” que la sangre de becerros y de machos cabríos. Era necesario el sacrificio único del Hijo, que se entregó una vez para siempre (9:25-28). Su “sangre rociada … habla mejor que la de Abel (12:24); su sacrificio, la única ofrenda eficaz, sobrepasa a todos los demás. Él es el autor de nuestra salvación.

¿Por qué es superior?

El autor de Hebreos presenta a Cristo como superior por tres razones básicas:

1. Debido a su posición. Jesús es mejor, más excelso, más exaltado, porque es el Hijo, el Creador, el Sustentador, el único Sacerdote-Rey legítimo.

2. Debido a su ministerio en el pasado. En otras palabras, es superior porque se humilló a sí mismo, se tornó humano, vivió entre nosotros, sufrió y murió por nosotros, aunque sin pecar.

Hebreos dedica casi todo un capítulo a su encarnación y humillación. Es una verdad que necesitamos recordar siempre, permitiendo que le Señor profundice nuestro amor por él.

3. Debido a lo que está haciendo hoy por nosotros y lo que hará en el futuro. Nos redimió, y por su intermedio tenemos acceso al trono de Dios con plena confianza.

Nadie ni nada más puede salvarnos. Solo Cristo puede hacerlo. Él es único y nosotros, como sus seguidores, debemos proclamar su carácter singular, sin esconderlo, para así quedar bien con el mundo. Por supuesto, deberíamos ser corteses, amables y amantes con los seguidores de otras religiones. Pero junto con Pablo, debemos predicar “a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura” (1 Cor. 1:23).

Jesús es más grande y digno de mayor gloria porque llegó a ser uno con nosotros; porque se identifica con nosotros, nos ayuda, interviene en nuestro favor y nos promete que con su reino de gloria acabará con este mundo.

Resultados del ministerio superior de Cristo

En Hebreos, se dice que los resultados del ministerio superior de Cristo por nosotros incluyen un mejor pacto (7:22; 8:6); una mejor esperanza (7:19); mejores promesas (8:6); una mejor purificación (9:13, 14); una mejor herencia (10:34); una mejor patria (11:16) y finalmente una mejor resurrección (11:35). Él ha preparado algo mejor para nosotros (11:40).

Es interesante notar que la mayoría de los resultados de la superioridad de Cristo parecen estar orientados hacia el futuro. Nuestra vida en este mundo es el preludio de la vida venidera. Aun así, este preludio es importante, porque nos brinda la oportunidad de alcanzar la vida eterna por medio de Cristo. Pero sus “mejores promesas” y su “mejor pacto” ya nos afectan en el presente. Es en esta vida que podemos tener la seguridad de la salvación. Es ahora cuando el Señor pone su ley en nuestra mente. Es ahora que nos proporciona el deseo de guardarla, de obedecerle y amarle. Jesús hace que nuestra vida actual tenga significado, y nos promete un futuro luminoso.

La superioridad de Cristo y nosotros

¿Cómo nos afecta la superioridad de Cristo?

1. Nos llama a honrar a Cristo, el único al que pertenece la gloria y la honra supremas, no solo en Navidad sino durante todo el año. Cada día, meditamos y leemos acerca de él, le abrimos nuestro corazón en oración y decidimos confiar en él. Obedecemos sus mandamientos y por su gracia seguimos los principios que gobernaron su vida en esta tierra. Nos unimos a las huestes celestiales, adorándolo e inclinándonos ante su presencia.

2. Nos llama a renunciar al orgullo y la confianza propia. En su autobiografía, Benjamín Franklin declaró: “Acaso ninguna de nuestras pasiones naturales sea tan difícil de dominar como el orgullo. . . Es posible castigarlo, ahogarlo, mortificarlo tanto como uno quiera, y aún sigue vivo. . . Aunque pudiera concebir que yo podría vencerlo por completo, probablemente entonces estaría orgulloso de mi humildad”.

Jesús no tuvo lugar para el orgullo y lo mismo debería pasar con sus seguidores. Al fin y al cabo, todo lo que somos y tenemos es un don de Dios; no hay nada de qué enorgullecernos. Si queremos gloriarnos, gloriémonos en el Señor Jesús.

3. Nos llama a renovar nuestra decisión por el maravilloso Señor y a esperar todo de él. Los héroes de la fe de Hebreos 11 nos piden que elijamos a Cristo y que nunca renunciemos a él.

¿Mucho más, mejor y más alto? Sí, tal como se encuentra en Cristo y como puede hallarse en los que, después de haber sido salvados, lo siguen estrechamente y sirven a Dios y al prójimo cada vez mejor; a los que son impulsados hacia nuevas alturas al olvidarse de sí mismos y centrarse en el Señor, no importa lo que pase.


Fuente: Adventist World
Autor: Ekkehardt Mueller (Th.D., D.Min., Andrews University). Teólogo adventista nacido en Alemania. Actualmente es director asociado del Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General.

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lunes, 6 de julio de 2009

Su gloriosa aparıción. Por Elena G. de White

“El Señor es paciente […] no 
queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al 
arrepentimiento”. 2 Peter 3:9

Entre la primera y la segunda aparición de Cristo se verá un maravilloso contraste. Ninguna lengua humana puede representar las escenas de la segunda venida del Hijo del hombre en las nubes de los cielos. Él vendrá con su gloria y con la gloria del Padre y de los santos ángeles. Vendrá vestido de un manto de luz que ha usado desde los días de la eternidad. Los ángeles lo acompañarán. Millares de millares lo escoltarán. Se oirá el sonido de la trompeta, que llamará a los que esperan en el sepulcro. La voz de Cristo traspasará la tumba y llegará hasta los oídos de los que duermen: “Todos los que están en los sepulcros […] saldrán a resurrección de vida”.

“Serán reunidas delante de él todas las naciones”. El mismo que murió por el ser humano lo ha de juzgar en el último día; porque el Padre “todo 
el juicio dio al Hijo: […] y, además, le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del hombre”. ¡Qué 
día será ese, cuando los que rechazaron a Cristo mirarán a aquel cuyos pecados lo traspasaron! Sabrán entonces que 
él les prometía todo el cielo si tan 
solo permanecían de su lado como hijos obedientes, y que pagó un precio 
infinito por la redención de ellos, 
pero que ellos no aceptaron ser libres de la mortificante esclavitud 
del pecado […].

Escenas de la vida del Maestro

Al contemplar su gloria, en sus mentes destella el recuerdo del Hijo del hombre vestido de humanidad. Recuerdan cómo lo trataron, cómo lo rechazaron […]. Las escenas de la vida de Cristo aparecen con toda claridad ante ellos. Todo lo que hizo, todo lo que dijo, la humillación a la que descendió para salvarlos de la contaminación del pecado, se elevan ante ellos para condenarlos.

Lo contemplan mientras cabalga hacia Jerusalén, y lo ven quebrantado en agonía y en llanto sobre la ciudad impenitente que no recibió su mensaje. Su voz, que pronunció invitaciones y súplicas en tonos de tierna solicitud, parece caer una vez más sobre sus oídos. Ante ellos aparece la escena del Getsemaní, y escuchan la asombrosa oración de Cristo que dice: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa”.

Una vez más oyen la voz de Pilato que dice: “Ningún delito hallo en este hombre”. Ven la escena vergonzosa en la sala del juicio, cuando Barrabás está de pie junto a Cristo y se les da el privilegio de elegir al culpable. Una vez más oyen las palabras de Pilato: “¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, llamado el Cristo?” Y ellos oyen la respuesta: “¡Fuera con ese; suéltanos a Barrabás!” Ante la pregunta de Pilato: “¿Qué pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?”, se oye la respuesta: “¡Que sea crucificado!”.

Una vez más lo ven cargar el oprobio de la cruz. Oyen las ruidosas y triunfantes exclamaciones burlonas que dicen: “Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz”. “A otros salvó, pero a sí mismo no se puede salvar”.

Lo contemplan entonces ya no en el Getsemaní, ni en la sala del juicio ni en la cruz del Calvario. Las marcas de la humillación han desaparecido, y ven ahora el rostro de Dios, ese rostro que escupieron y que los sacerdotes y gobernantes golpearon con las palmas de sus manos. Entonces les es revelada la verdad en toda su plenitud. Tienen que enfrentar la ira del Cordero, del que vino a quitar los pecados del mundo, del que siempre les había brindado su infinita ternura, benigna paciencia y amor inexplicable. Comprenden que han perdido el derecho a todas las riquezas de su gran salvación. Al contemplar a aquel que murió para quitar sus culpas, claman a las rocas y a las montañas, diciéndoles: “Caed sobre nosotros y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono y de la ira del Cordero, porque el gran día de su ira ha llegado y ¿quién podrá sostenerse en pie?”

Nuestra vida en perspectiva

Nos hallamos en medio de los peligros de los últimos días. Las escenas del conflicto se agolpan, y el día de 
días ya está sobre nosotros. ¿Estamos 
preparados? Cada acto, grande o 
pequeño, será traído a cuenta. Lo 
que aquí consideramos trivial 
aparecerá allí tal como es. Las dos blancas de la viuda recibirán su reconocimiento. La copa de agua ofrecida, la prisión visitada, los hambrientos alimentados –todos recibirán su recompensa. Y ese deber no cumplido o ese acto egoísta no será olvidado. Ante la corte que rodea al trono de Dios parecerá algo muy diferente de lo que fue cuando se llevó a cabo. Al ser colocado ante los hombres a la luz del rostro de Dios, el pecado secreto que ahora se antoja insignificante aparecerá como de extrema gravedad […].

¿Cómo está nuestro registro en los libros del cielo? ¿Hemos escogido ser partícipes con Cristo en sus sufrimientos? ¿Hemos estado aprendiendo en la escuela de Cristo sobre su mansedumbre y humildad de corazón? ¿Hemos permanecido del lado de Cristo y cargado su oprobio? ¿Hemos llevado su yugo sobre nosotros, y portado la cruz con negación del yo y con sacrificio? ¿Hemos ayudado a llevar sus cargas y cooperar con él en su obra?

Se completa el plan de salvación

Satanás ha descendido con gran poder, […] pero no es necesario que ninguno sea engañado. No lo seremos si tomamos sin reservas el lado de Cristo y lo seguimos ante la alabanza o el oprobio […]. El glorioso monumento del poder maravilloso de Dios pronto será restaurado al lugar que le corresponde. Entonces el paraíso perdido será el paraíso restaurado. El plan divino para la redención del hombre será completado. El Hijo del hombre concederá a los justos la corona de vida eterna, y ellos lo servirán “día y noche en su templo. El que está sentado sobre el trono extenderá su tienda junto a ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno, porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos 
de ellos”.


Fuente: AdventistWorld.com / Este artículo es un extracto del que apareció en la Advent Review and Sabbath Herald, ahora conocida como Adventist Review, del 5 de septiembre de 1899.
Autor: Elena G. de White, los adventistas creemos que ella ejerció el don bíblico de profecía durante más de setenta años de ministerio público.

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