lunes, 6 de julio de 2009

Su gloriosa aparıción. Por Elena G. de White

“El Señor es paciente […] no 
queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al 
arrepentimiento”. 2 Peter 3:9

Entre la primera y la segunda aparición de Cristo se verá un maravilloso contraste. Ninguna lengua humana puede representar las escenas de la segunda venida del Hijo del hombre en las nubes de los cielos. Él vendrá con su gloria y con la gloria del Padre y de los santos ángeles. Vendrá vestido de un manto de luz que ha usado desde los días de la eternidad. Los ángeles lo acompañarán. Millares de millares lo escoltarán. Se oirá el sonido de la trompeta, que llamará a los que esperan en el sepulcro. La voz de Cristo traspasará la tumba y llegará hasta los oídos de los que duermen: “Todos los que están en los sepulcros […] saldrán a resurrección de vida”.

“Serán reunidas delante de él todas las naciones”. El mismo que murió por el ser humano lo ha de juzgar en el último día; porque el Padre “todo 
el juicio dio al Hijo: […] y, además, le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del hombre”. ¡Qué 
día será ese, cuando los que rechazaron a Cristo mirarán a aquel cuyos pecados lo traspasaron! Sabrán entonces que 
él les prometía todo el cielo si tan 
solo permanecían de su lado como hijos obedientes, y que pagó un precio 
infinito por la redención de ellos, 
pero que ellos no aceptaron ser libres de la mortificante esclavitud 
del pecado […].

Escenas de la vida del Maestro

Al contemplar su gloria, en sus mentes destella el recuerdo del Hijo del hombre vestido de humanidad. Recuerdan cómo lo trataron, cómo lo rechazaron […]. Las escenas de la vida de Cristo aparecen con toda claridad ante ellos. Todo lo que hizo, todo lo que dijo, la humillación a la que descendió para salvarlos de la contaminación del pecado, se elevan ante ellos para condenarlos.

Lo contemplan mientras cabalga hacia Jerusalén, y lo ven quebrantado en agonía y en llanto sobre la ciudad impenitente que no recibió su mensaje. Su voz, que pronunció invitaciones y súplicas en tonos de tierna solicitud, parece caer una vez más sobre sus oídos. Ante ellos aparece la escena del Getsemaní, y escuchan la asombrosa oración de Cristo que dice: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa”.

Una vez más oyen la voz de Pilato que dice: “Ningún delito hallo en este hombre”. Ven la escena vergonzosa en la sala del juicio, cuando Barrabás está de pie junto a Cristo y se les da el privilegio de elegir al culpable. Una vez más oyen las palabras de Pilato: “¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, llamado el Cristo?” Y ellos oyen la respuesta: “¡Fuera con ese; suéltanos a Barrabás!” Ante la pregunta de Pilato: “¿Qué pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?”, se oye la respuesta: “¡Que sea crucificado!”.

Una vez más lo ven cargar el oprobio de la cruz. Oyen las ruidosas y triunfantes exclamaciones burlonas que dicen: “Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz”. “A otros salvó, pero a sí mismo no se puede salvar”.

Lo contemplan entonces ya no en el Getsemaní, ni en la sala del juicio ni en la cruz del Calvario. Las marcas de la humillación han desaparecido, y ven ahora el rostro de Dios, ese rostro que escupieron y que los sacerdotes y gobernantes golpearon con las palmas de sus manos. Entonces les es revelada la verdad en toda su plenitud. Tienen que enfrentar la ira del Cordero, del que vino a quitar los pecados del mundo, del que siempre les había brindado su infinita ternura, benigna paciencia y amor inexplicable. Comprenden que han perdido el derecho a todas las riquezas de su gran salvación. Al contemplar a aquel que murió para quitar sus culpas, claman a las rocas y a las montañas, diciéndoles: “Caed sobre nosotros y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono y de la ira del Cordero, porque el gran día de su ira ha llegado y ¿quién podrá sostenerse en pie?”

Nuestra vida en perspectiva

Nos hallamos en medio de los peligros de los últimos días. Las escenas del conflicto se agolpan, y el día de 
días ya está sobre nosotros. ¿Estamos 
preparados? Cada acto, grande o 
pequeño, será traído a cuenta. Lo 
que aquí consideramos trivial 
aparecerá allí tal como es. Las dos blancas de la viuda recibirán su reconocimiento. La copa de agua ofrecida, la prisión visitada, los hambrientos alimentados –todos recibirán su recompensa. Y ese deber no cumplido o ese acto egoísta no será olvidado. Ante la corte que rodea al trono de Dios parecerá algo muy diferente de lo que fue cuando se llevó a cabo. Al ser colocado ante los hombres a la luz del rostro de Dios, el pecado secreto que ahora se antoja insignificante aparecerá como de extrema gravedad […].

¿Cómo está nuestro registro en los libros del cielo? ¿Hemos escogido ser partícipes con Cristo en sus sufrimientos? ¿Hemos estado aprendiendo en la escuela de Cristo sobre su mansedumbre y humildad de corazón? ¿Hemos permanecido del lado de Cristo y cargado su oprobio? ¿Hemos llevado su yugo sobre nosotros, y portado la cruz con negación del yo y con sacrificio? ¿Hemos ayudado a llevar sus cargas y cooperar con él en su obra?

Se completa el plan de salvación

Satanás ha descendido con gran poder, […] pero no es necesario que ninguno sea engañado. No lo seremos si tomamos sin reservas el lado de Cristo y lo seguimos ante la alabanza o el oprobio […]. El glorioso monumento del poder maravilloso de Dios pronto será restaurado al lugar que le corresponde. Entonces el paraíso perdido será el paraíso restaurado. El plan divino para la redención del hombre será completado. El Hijo del hombre concederá a los justos la corona de vida eterna, y ellos lo servirán “día y noche en su templo. El que está sentado sobre el trono extenderá su tienda junto a ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno, porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos 
de ellos”.


Fuente: AdventistWorld.com / Este artículo es un extracto del que apareció en la Advent Review and Sabbath Herald, ahora conocida como Adventist Review, del 5 de septiembre de 1899.
Autor: Elena G. de White, los adventistas creemos que ella ejerció el don bíblico de profecía durante más de setenta años de ministerio público.

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