En ese momento tiene que haber sido el hombre más feliz de la tierra. Pero sólo por un momento. Era un siervo importante de un rico señor. Al hablarnos acerca de él en Mateo 18:23-35 Jesús nos dice que este siervo había pedido prestados diez mil talentos – una suma muy grande – y que no los había podido devolver. Tal vez los había invertido en un cargamento de cerámicas de Italia y que el barco se había hundido, o en una caravana de sedas orientales, y que los bandidos se habían ido con el cargamento.
Sea como fuere, cuando el señor descubrió que su siervo no podía pagar, ordenó que él y su familia fueran vendidos como esclavos y que el valor correspondiente se aplicara a su cuenta.
Horrorizado, el siervo había caído de rodillas. "Ten paciencia conmigo –rogaba–, que todo te lo pagaré".
"Movido a compasión – dice Jesús – el señor de aquel siervo, le dejó marchar y le perdonó la deuda". Fue generoso con él.
En ese preciso momento el siervo tiene que haberse sentido ciertamente muy feliz. Pero cuando salió de la oficina de su señor, se encontró con un colega que casualmente le debía "cien denarios" (tal vez veinte dólares, más o menos). Increíblemente tomó del cuello a su deudor y a gritos le exigía que le pagara.
El colega por fin se zafó y cayó de rodillas. "Ten paciencia conmigo que ya te pagaré".
Pero el siervo, enojado porque tenía que esperar para recuperar su dinero, metió al hombre en la cárcel.
Cuando los otros empleados se enteraron de lo que había sucedido, se quejaron de ello ante su señor, quien inmediatamente llamó al siervo y le habló con mucha indignación. "Siervo malvado –le dijo–, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, como también yo me compadecí de ti?" Y lo envió a prisión.
Jesús concluyó su historia con este mensaje a la vez sensato y que nos induce a meditar: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano" (Mateo 18:35).
Recordemos esta historia mientras proseguimos nuestro estudio de Daniel 8 y 9. Vamos a referirnos a ella nuevamente y en forma definida en la página 246. Tiene una relación directa con la profecía de los 2.300 días.
La fecha final de los 2.300 días. Por más fascinantes y significativas que sean las setenta semanas cuando se las estudia separadamente, debemos recordar de nuevo que Gabriel las menciona como una manera de arrojar luz sobre los 2.300 días de Daniel 8:14.
"Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas [es decir, 2.300 días] –dijo el ángel en Daniel 8: 14–; después será reivindicado [purificado] el santuario".
"Explícale a éste la visión" fue la orden que se le dio a Gabriel, y que él trató de cumplir inmediatamente. Pero después de explicar el significado de las bestias y los cuernos, que también formaban parte de la visión, tuvo que suspender su discurso porque Daniel se desmayó, y los 2.300 días quedaron sin explicar.
Alrededor de trece años más tarde Gabriel volvió a entrevistarse con Daniel y lo invitó a entender "la visión". Inmediatamente habló de tiempo. "Setenta semanal [de años] –comenzó– están fijadas [amputadas o cortadas] sobre tu pueblo" (Daniel 9:24).
Hemos visto que el exacto cumplimiento de la profecía de Gabriel con respecto a las setenta semanas y su relación con la primera venida de Cristo contribuye a que comprendamos los 2.300 días en parte porque prueba que representan 2.300 años. Por ejemplo, sería imposible separar 490 años de 2.300 días comunes.
Hemos llegado a esta conclusión acerca de los 2.300 años al reconocer estos puntos también:
1. Los 2.300 días aparecen en la porción simbólica de Daniel 8, lo que nos revela que ciertamente son tan simbólicos como las bestias, los cuernos, los 1.260 días; y
2. Ezequiel, el profeta contemporáneo de Daniel, cautivo como él y su vecino en Babilonia, recibió información definida en una profecía simbólica en el sentido de que un día equivale a un año (Ezequiel 4:6).
También deberíamos haber tenido en cuenta que en los primeros años de la nación judía, cuando los israelitas todavía estaban viajando de Egipto a Palestina, Dios, por medio de Moisés, relacionó cuarenta días de desobediencia con cuarenta años de castigo (Números 14:34). De esta manera Dios grabó el concepto de "día por año" en la mentalidad judía desde el mismo principio.
El erudito judío Nahawendi escribió acerca de los "2.300 años" en el siglo IX d.C., Amoldo de Villanova, un brillante médico que atendió a papas y reyes, y que combatió a los teólogos de París, afirmó en 1292 que cuando Daniel "dice 'dos mil trescientos días' se puede decir que por días él entiende años". "No es nada fuera de lo común en las Escrituras de Dios –sigue diciendo Villanova– que por días se entienda años… El Espíritu por medio de Ezequiel da este testimonio: 'Yo te he fijado un día por año' ". [1]
Daniel 8: 17 dice que la visión de los 2.300 días "se refiere al tiempo del Fin".
A pesar de la seguridad que nos dan las Escrituras de que los 2.300 días son 2.300 años, todavía queremos saber cuándo comienzan para poder calcular cuándo van a terminar. La clave, una vez más, se encuentra en la profecía de las setenta semanas. ¿Cómo podrían las setenta semanas ayudarnos a "comprender" adecuadamente los 2.300 días? Pues si tomamos en cuenta que la declaración de Gabriel: "Desde el Instante en que salió la orden de volver a construir Jerusalén, hasta un Príncipe Mesías", fija la fecha del comienzo de los 2.300 días, también, sin duda alguna, fija la fecha del comienzo de las setenta semanas.
Descubrimos que las setenta semanas comenzaron en el año 457 a.C. Por lo tanto, los 2.300 días también comienzan en el año 457 a.C.
Entonces, ¿cuándo terminan?
Los 490 años terminaron en el año 34 d.C. Cuando cortamos o amputamos 490 años de 2.300, nos quedan 1.81años después del año 34 d.C. Quiere decir que los 2.300 días terminaron en 1844.
Los 2.300 días-años van del año 457 a.C. a 1844 d.C.
¿Qué ocurrió en 1844? Seguramente usted siente curiosidad y desea saber qué ocurrió en 1844. Usted no recuerda haber leído nada especial acerca de esa fecha en los libros de historia.
El ángel dijo, en efecto, que en 1844 el "santuario" sería reivindicado o purificado. Como hemos visto, el santuario a que nos estarnos refiriendo es "al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre", ubicada en el cielo donde Jesús oficia como fiel sumo sacerdote nuestro (Hebreos 8:1, 2).
El acontecimiento que fijó el fin de los 2.300 días comenzó en el cielo en 1844. Por eso usted no se ha enterado de ello por medio de los libros de historia.
En las páginas 181-188 vimos que las palabras "después será reivindicado el santuario", cuando se las estudia cuidadosamente en su contexto y a la luz de la lengua hebrea, revelan a lo menos cuatro acontecimientos relacionados entre sí:
1. La restauración del tamid de Cristo, es a saber, su ministerio sumo sacerdotal, después de un largo período durante el cual fue "pisoteado".
2. La purificación final del santuario –y de la gente que adora en él–, de todo pecado.
3. En relación con esta purificación, un juicio.
4. Después de esta purificación y este juicio, suenan las trompetas del jubileo, la piedra sobrenatural destruye las naciones, y los santos heredan el reino de Cristo.
La restauración del tamid de Cristo. El ministerio sumo sacerdotal de Jesús fue oscurecido durante la Edad Media por ministros que descuidaron la predicación del Evangelio y le impusieron la confesión y la penitencia a la gente, amenazando con la excomunión e incluso con la pena capital a todos los que no se sometieran a sus disposiciones. El redescubrimiento de la verdad acerca del sacerdocio celestial de Cristo comenzó en torno del año 1517, cuando Martín Lulero volvió a encontrar la enseñanza bíblica de que la salvación es un don de Dios del cual podemos disfrutar por la fe en Jesús. "Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe" (Efesios 2:8, 9). "El salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 6:23).
Una mayor comprensión del ministerio celestial de Cristo ocurrió alrededor del año 1844. Usted está leyendo algo de ello ahora mismo. Vamos a hablar mucho más al respecto cuando comentemos el Apocalipsis.
Todos los cristianos creemos en el Cristo de la historia, que murió en la cruz. Muchos cristianos creen en el Cristo del futuro, que vendrá en las nubes. Pero muchísimos cristianos no saben gran cosa del Cristo de la actualidad, que lleva a cabo ahora una obra especial que comenzó en 1844. Todos deberían saber lo que las Escrituras dicen acerca de la tarea que Jesús está realizando por todos nosotros en este momento.
El santuario y el día del juicio. En las páginas 115-118 vimos que en Daniel 7: 9-14 se nos presenta la fase inicial del juicio final. La obra especial que Jesús está haciendo por nosotros actualmente implica su participación en esta primera fase del juicio, además de sus actividades normales como nuestro Sumo Sacerdote.
En la visión de Daniel 7 el Anciano toma asiento y "he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre" que se acerca a El. El Anciano es Dios el Padre y el Hijo de hombre es Jesús, pero en Daniel 7: 13 la venida de Cristo "en las nubes del cielo" no es lo que los cristianos denominamos su segunda venida. En esa ocasión Cristo vendrá "en nubes" (1 Tesalonicenses 4: 17) a la tierra para rescatar a los santos. En Daniel 7 aparece ante el Anciano para confeccionar la lista de los redimidos antes de venir a rescatarlos.
Este traslado de Jesús de un lugar a otro en ocasión del juicio no es algo extraño. Viajó del cielo a la tierra cuando llegó el tiempo señalado por la profecía de las setenta semanas para que naciera y muriera como nuestro Redentor. También viajará del cielo a la tierra cuando llegue el tiempo de que reine en gloria como rey de reyes. Del mismo modo en 1844, al final de los 2.300 días-años, se lo presenta trasladándose de un lugar del cielo a otro cuando llega el momento de introducir modificaciones significativas a su ministerio como nuestro Sumo Sacerdote.
Si usamos el idioma simbólico, el del santuario, podemos decir que en 1844 Jesús pasó del Lugar Santo del Santuario del cielo al Lugar Santísimo* (vea las páginas 181, 182).
En la página 187 vimos que el juicio de Daniel 7 es el mismo acontecimiento que bajo el concepto de purificación/reivindicación aparece en Daniel 8:14. Esta purificación/reivindicación/juicio, precede a la segunda venida. En Apocalipsis 14:6, 7 San Juan dice: "Luego vi a otro Ángel que volaba por lo alto del cielo y tenía una buena nueva eterna que anunciar a los que están en la tierra… Decía con fuerte voz:… 'Ha llegado la hora de su Juicio' ". Puesto que el Evangelio se predica después del comienzo de la hora del juicio, éste debe comenzar antes de que termine la obra de la predicación del Evangelio. Empieza, entonces, antes de la segunda venida.
¡Por supuesto que sí! La más amplia aplicación del Evangelio a las necesidades humanas se ha visto a partir del comienzo del juicio en 1844.
Las cuatro fases del juicio final. Para evitar confusiones debemos tomar nota de que las Escrituras se refieren de diversas maneras al juicio final. A veces parece que aluden a un solo acto divino. "Porque toda obra la emplazará Dios a juicio, también todo lo oculto" (Eclesiastés 12: 14). "Porque ha fijado el día en el que va a juzgar al mundo" (Hechos 17: 31). "Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios" (Romanos 14: 10).
Pero además de referirse al juicio final en términos generales como éstos, las Escrituras definen a lo menos cuatro fases del juicio final: una antes, otra durante y dos después de la segunda venida.
1. El juicio antes de la segunda venida: El Hijo del hombre comparece ante el Anciano (Daniel 7:9-15, 26, 27), purifica el santuario (Daniel 8: 14), y examina los libros (Daniel 7:10) para averiguar quién está en condiciones de que su nombre se conserve en el libro de la vida.
2. El juicio en ocasión de la segunda venida: El Hijo del hombre, sentado en el trono de su gloria, separa a las ovejas de los cabritos (Mateo 25: 31-46).
3. Juicios después de la segunda venida:
a. Durante los mil años los santos ocupan sus tronos, y se les confía el juicio para examinar los registros de las acciones del mundo y de los ángeles
caídos (Apocalipsis 20:4; 1 Corintios 6:2, 3).
b. Al final de los mil años se pronuncia la sentencia y se ejecuta el juicio contra los réprobos. Ellos, junto con la muerte misma, son arrojados en el
lago de fuego (Apocalipsis 20:12-15).
Aunque estos términos no aparecen en las Escrituras, por conveniencia vamos a denominar las diferentes fases del juicio final de la siguiente manera: "investigación", "separación", "examen" y "ejecución". La fase que comenzó en 1844 –la primera de las cuatro fases del juicio final– es el "juicio investigador" o, tal vez en forma más sencilla, el "juicio previo al advenimiento".
Las Escrituras también mencionan otros momentos de juicio además del juicio final. El rey Baltasar fue "pesado en la balanza y encontrado falto de peso" el 12 de octubre del año 539 a.C. (véase las páginas 86-88). Israel fue juzgado al final de las setenta semanas, cuando su privilegio especial como nación más favorecida por Dios le fue asignado a un nuevo Israel, compuesto por "verdaderos judíos" de todas las razas (Gálatas 3:28, 29), los descendientes espirituales de Abrahán.
Día del juicio y expiación. En la página 185 vimos que la purificación simbólica del santuario del Antiguo Testamento (Levítico 16 y 23) se produjo en el día simbólico de la expiación, que es a la vez un día simbólico del juicio. Al aplicar nuestro razonamiento en sentido contrario, nos damos cuenta de que el actual día del juicio (desde 1844) es también un día de expiación.
Esta es una preciosa conclusión.
El principal propósito de Dios en esta primera fase del juicio final no es condenar sino exonerar. Al "purificar el santuario" Dios trata de eliminar tan completamente el pecado que incluso sean borrados los registros de los pecados confesados. El pecado produce separación (Isaías 59:2). La eliminación del pecado produce reconciliación, y así la expiación llega a ser una realidad. La eliminación del último recuerdo del pecado ("de su pecado no vuelva a acordarme", Jeremías 31:34), contribuye a que la reconciliación sea absoluta y permanente.
Dios examina los "libros" no para poner en evidencia a la gente que ha fallado sino para que se sepa quiénes son los que permanecieron fieles. El terrible juicio tendrá lugar al fin de los mil años concluye con la condenación de los réprobos al castigo de la muerte eterna. Pero el juicio previo al advenimiento que comenzó en 1844 el gran día final de la expiación que cumple el simbolismo del día expiación de Levítico 16 evidentemente culmina con esta emocionante declaración: "De todos vuestros pecados quedaréis limpios delante de Yahvéh" (Levítico 16:30) A su final Jesús deja el cielo para dirigirse a la tierra con el fin de reunir a sus santos y coronarlos de vida eterna.
Otro paralelismo con el Antiguo Testamento adquiere significado ahora. Las únicas personas cuyas vidas eran examinadas en el antiguo día de la expiación eran los israelitas, el pueblo especial de Dios. Esto era así porque los únicos pecados que eran eliminados ese día eran los pecados de la gente que había ofrecido sacrificios en el curso del año anterior. Las tribus infieles que se hallaban fuera de los límites de Israe1 se suponían perdidas sin examen, a lo menos desde un punto de vista humano.
De la misma manera hoy Dios busca a sus fieles entre los "verdaderos judíos” que se han unido al verdadero Israel a lo largo de los siglos. Jesucristo es la verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Juan 1:9] gente que está siendo examinada en esta fase del juicio, investigadora y previo al advenimiento, es la que, de una manera u otra, en algún momento u otro, respondido favorablemente a esta Luz. "Porque no hay bajo el cielo otro nombre a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hechos 4:12).
La expiación abarca más que la cruz. Tal vez usted esté acostumbrado a pensar que la "expiación" incluye sólo la cruz y no el juicio previo al advenimiento también. La cruz fue realmente suprema, un acto especial de expiación llevado a cal nuestro favor. Nuestro Dios lleno de gracia, amante, eterno y santo, sufrió el horrible castigo que merece el traidor, el ladrón y el esclavo. Como nuestro Sustituto derramó su sangre por nosotros. Inclinamos nuestras cabezas y nuestros corazones. Sin comprenderlo del todo, preguntamos: "Oh Dios, ¿tan preocupado estás por nosotros?”
Y El responde: "Sí, estoy tan preocupado y mucho más".
Aprendimos en la página 169 que a fin de que la sangre derramada de los sacrificios pudiera expiar realmente, tenía que ser aplicada a un altar en el santuario por medio de un sacerdote. Y antes de que la expiación pudiera ser definitiva y la sangre tenía que ser aplicada de nuevo por medio de un sacerdote en el santísimo.
Es interesante verificar que las versiones más antiguas de las Escrituras, como la Reina Valera, por ejemplo, jamás emplean la palabra "expiación" para referirse a la muerte de Cristo. La usan casi exclusivamente en relación con las actividades del santuario posteriores a la inmolación del sacrificio.
Quiere decir que la expiación es algo más que la cruz.
Jesús, nuestro Sacrificio, murió una vez por nosotros; pero pensemos en cuánto tiempo ha sufrido por nosotros. Cada vez que el antiguo pueblo de Israel fue afligido, también El lo fue (Isaías 63: 9). Sufre cuando cae un gorrión (S. Mateo 10: 29). Por miles de años "eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba" (Isaías 53: 4).
Jesús murió por nosotros, pero "fue resucitado para nuestra justificación" (Romanos 4: 25). Y "está siempre vivo para interceder" por nosotros (Hebreos 7: 25).
Es bueno que siempre recordemos que Jesús todavía está listo para "lograr que prevalezca su alianza" en nuestras vidas sin contar el costo para El.
La ' 'expiación'' es todo el plan de Dios para hacer frente a nuestras necesidades y reconciliarnos consigo mismo. La cruz y la purificación/juicio posterior a 1844, ambas diferentes pero esenciales, son dos acontecimientos importantes y únicos en el gran drama del plan de salvación (véase las páginas 169, 170).
Fieles hasta el fin. ¿Está usted acostumbrado a pensar que ya está "limpio de todos sus pecados delante del Señor" en vista de la promesa divina que encontramos en 1 S. Juan 1: 9?
En verdad, cuando confesamos nuestros pecados, somos perdonados, tal como el judío del Antiguo Testamento era perdonado tan pronto como la sangre del animal era aplicada al altar (Levítico 4: 35). En 1 S. Juan Dios nos asegura que "si reconocemos [confesamos] nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonamos los pecados y purificarnos de toda injusticia".
Pero Dios no es arbitrario. Si, digamos, una chica adolescente acepta a Jesús como su Salvador durante una serie de reuniones religiosas especiales, y más tarde decide no vivir la vida cristiana, Dios no la va a obligar a vivir junto a El para siempre. ¡Qué incómodo sería esto para ambos!
Es inconcebible, por otra parte, que Dios salve a gente que piensa en El sólo una hora por semana en la iglesia, pero que no quiere vivir la vida cristiana el resto de la semana. ¿Qué clase de vecinos serían esas personas en el nuevo reino?
"Pero el que perseverare hasta el fin, ése se salvará", dice Jesús en Mateo 24:13. En Hebreos 3:14 se nos advierte que "hemos venido a ser partícipes de Cristo, a condición de que mantengamos firme hasta el fin la segura confianza del principio". Pablo advierte a las "ramas" gentiles injertadas en el "olivo" del verdadero Israel de Dios, que puedan ser "cortadas". "Que si Dios no perdonó a las ramas naturales [es a saber, a los judíos de raza], no sea que tampoco a ti te perdone — dice. Dios seguirá siendo bondadoso contigo — si es que te mantienes en la bondad" (Romanos 11:20-22).
Para que seamos declarados limpios al final, debemos seguir "morando" en El hasta el fin (véase Juan 15:1-11).
Cuando reconocemos nuestra pecaminosidad y acudimos a Dios "así como estamos", somos 1) perdonados inmediatamente y 2) aceptados como miembros de la familia del cielo, el verdadero Israel de Dios. La nueva alianza lo promete. No hay que hacer cola ni hay que pagar nada.
Pero la nueva alianza también nos promete 3) poder que nos ayuda a cambiar: a obedecer sus mandamientos y a desarrollar modales bondadosos y un carácter recto. "Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré" (Jeremías 31:33). Dios realmente desea que nosotros estemos en condiciones de hacer frente al juicio.
Una de las principales funciones del juicio que está en marcha, y que sesiona antes de la segunda venida, es descubrir a la gente que ha aceptado el poder prometido por Dios como asimismo su promesa de perdón.
Perdonable, perdonado, perdonando. Dios no puede ser indiferente al egoísmo. Se preocupa demasiado de nuestra felicidad para poblar su hermosa tierra nueva con pecadores empedernidos.
Consideremos, a guisa de ejemplo, uno de los criterios que aplica en el juicio: en su sermón del monte, al final del Padrenuestro, Jesús presentó este principio: "Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas" (Mateo 6:14, 15).
Si esta regla se ubica junto a la promesa de 1 Juan 1:9, surge la imagen de que Dios nos perdona ampliamente tan pronto le decimos que sentimos mucho por los pecados que hemos cometido contra El; pero si no lo sentimos hasta el punto de perdonar a la gente que peca contra nosotros, dentro de un tiempo su perdón ya no recae más sobre nosotros tampoco. En otras palabras, para conservar su perdón, débeme» ser a la vez perdonadores y debemos perdonar.
Pero es difícil perdonar a la gente que nos ha hecho daño.
Por cierto que sí. Pero a la única gente que podemos perdonar es a la que nos ha hecho daño. Nadie más ha hecho algo para que lo perdonemos.
Esta es una aplicación práctica de la nueva alianza. Dios promete escribir su ley de amor en nuestros corazones. Quiere ayudarnos a ser perdonadores. En realidad, promete darnos su espíritu de amor. A nosotros nos corresponde pedir y creer. Y buscar también. Somos transformados por la contemplación (2 Corintios 3:18). Si con los ojos de la imaginación contemplamos a Jesús mientras muere por nuestros pecados y resucita para nuestra salvación, nos resultará más fácil perdonar a los que nos hacen daño. Nos descubrimos a nosotros mismos diciendo con Jesús: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34).
En la historia de Cristo, con la que comenzamos esta sección, el siervo perdonado, pero que no quiso perdonar, necesitaba sentir el amor de Dios en su corazón.
Yo dudo muchísimo de que el problema de este hombre haya sido la ingratitud. Me parece que tiene que haberse sentido muy agradecido de que se le hayan perdonado diez mil talentos. Pero no entendió para nada lo que se le había hecho. Evidentemente creyó que había sido perdonado porque era un siervo tan importante que su señor no se podía pasar sin él. Creo que salió de la oficina transportado de entusiasmo.
Y cuando encontró a su pobre compañero que no le podía pagar en ese momento sus veinte dólares, se sintió indignado, porque el rechazamiento de este hombre le parecía un insulto a su dignidad.
Estaba agradecido de que su señor lo hubiera perdonado. Debería .haberse sentido agradecido de que su señor lo hubiera perdonado incluso a él.
¿Y quién es este siervo incapaz de perdonar? Usted y yo, temo, a menos que nos consideremos tan indignos del menor de sus favores, tan humillados por su bondad y nuestra pecaminosidad, que estemos dispuestos a ser tan bondadosos con todos los demás, así como El lo fue con nosotros.
¿Cómo podemos los cristianos cantar en la iglesia el himno "Maravillosa gracia" para pelear después con nuestros cónyuges en los tribunales, en el momento de tramitar el divorcio, a fin de decidir quién se queda con la cámara fotográfica o con el televisor? Jesucristo murió y resucitó para expiar: para proporcionar perdón y reconciliación. ¿Cómo pueden exigir entonces los cristianos, que se les den disculpas? ¿Cómo pueden albergar rencores y llevarse a los tribunales los unos a los otros? ¿Cómo podemos hacer todas estas cosas y esperar que se nos declare al final "limpios de todo pecado delante del Señor"?
¡Que Dios nos ayude!
Y esto es exactamente lo que Dios quiere hacer; quiere ayudarnos ahora, durante este Día de la Expiación del tiempo del fin. El día del juicio/expiación está en sesión en este preciso momento. Bajo la nueva alianza los que al fin sean 1) limpios de sus pecados delante del Señor, y tengan 2) el privilegio de vivir como miembros del pueblo de Dios en un mundo sin pecado, serán los que 3) no sólo hayan confesado sus pecados, sino que habrán aceptado su poder para vivir vidas de servicio y de amor en este mundo pecaminoso.
Gracia para perdonar a un enemigo. Corrie ten Boom, que sufrió terriblemente en un campo de concentración por ayudar a judíos durante la Segunda Querrá Mundial, y que ha llegado a ser bien conocida por su libro y la película The Hiding Place [El refugio secreto], da testimonio de que el Señor nos da gracia para ayudarnos a perdonar.
"Fue en un servicio religioso en Munich –dice–, donde vi al ex SS que montaba guardia en la puerta de las duchas del centro de distribución de prisioneros en Ravensbruck. Era el primero de nuestros verdaderos carceleros que yo había visto desde aquel tiempo. Y de repente lo vi todo de nuevo: la habitación llena de hombres que se burlaban, los montones de ropa, y el rostro de Betsie, pálido de dolor.
"Se me acercó cuando la iglesia se estaba vaciando, radiante mientras hacía una reverencia: '¡Qué agradecido me siento por su mensaje, Fraulein –dijo–. Pensar que, como usted dice, El ha lavado mis pecados!'
"Extendió la mano para estrechar la mía. Y yo, que había predicado tantas veces a la gente de Bloemendaal en cuanto a la necesidad de perdonar, mantuve la mano pegada a mi cuerpo.
"Incluso mientras los pensamientos de furia y venganza bullían dentro de mí, pude apreciar lo pecaminosos que eran. Jesucristo había muerto por ese hombre; ¿necesitaba yo pedir más? 'Señor Jesús – oré –, perdóname y ayúdame a perdonarlo'.
"Traté de sonreír. Luché para levantar la mano. No pude. No sentí nada, ni la más pequeña chispa de afecto o caridad. De manera que nuevamente musité una oración silenciosa: 'Jesús, no lo puedo perdonar. Dame tu perdón'.
"Cuando le di la mano ocurrió algo increíble. Desde el hombro y a lo largo del brazo y hasta la mano pasó una corriente que llegó hasta él, mientras en mi corazón surgió un amor tan grande por este ser extraño que casi me abrumó.
Fuente: El Misterio del Futuro Revelado; pp. 237-247.
Autor: Mervyn Maxwell
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