Los sentimientos no son una buena medida de la vida espiritual, pero la Palabra de Dios sí lo es.
Examinaos a vosotros mismos, para ver si estáis en la fe”. Al leer esto, algunas almas concienzudas comienzan a criticar inmediatamente sus sentimientos y emociones. Pero no es esta una autoevaluación correcta. No hemos de examinar los irrisorios sentimientos y emociones. La vida y el carácter solo han de ser medidos por la única norma del carácter: la santa ley de Dios. El fruto da testimonio del árbol. Nuestras obras, no nuestros sentimientos, dan testimonio de nosotros.
Los sentimientos, sean alentadores o desalentadores, no deberían constituir la prueba de la condición espiritual. Por la Palabra de Dios hemos de determinar nuestro verdadero estado ante él. Muchos se sienten desconcertados en este punto. Cuando están felices y gozosos, piensan que son aceptados por Dios. Cuando en cambio se sienten deprimidos, piensan que Dios los ha abandonado.
Recibamos la misericordia divina
Dios no mira con favor a los que con confianza propia exclaman: “Estoy santificado; soy santo; no tengo pecado”. Estos son fariseos sin fundamento para tal afirmación. Los que, como resultado de sus sentimientos de completa indignidad, apenas se atreven a elevar sus ojos al cielo, están más cerca de Dios que los que aducen ser tan piadosos. Ellos están representados por el publicano que, golpeándose el pecho, oraba: “Dios, sé propicio a mí, pecador”, y regresó a su casa justificado, a diferencia del fariseo lleno de justicia propia.
Pero Dios no desea que andemos por la vida desconfiando de él. Le debemos al Padre celestial una visión más generosa de su bondad que la que le asigna nuestra manifiesta desconfianza de su amor. Tenemos una prueba de su amor; es una prueba tal que maravilla a los ángeles y está mucho más allá de la comprensión del ser humano más sabio. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. Aunque éramos pecadores, Dios dio a su hijo para morir por nosotros. ¿Podemos dudar acaso de su bondad?
Jesús hace la diferencia
Contemplad a Cristo. Descansad en su amor y misericordia. Esto hará que vuestra alma aborrezca todo lo pecaminoso y la inspirará con un deseo intenso de la justicia de Cristo. Cuanto más claramente veamos al Salvador, más claramente discerniremos nuestros defectos de carácter. Confesad vuestros pecados a Cristo, y con verdadera contrición cooperad con él dejando vuestros pecados de lado. Creed que han sido perdonados. La promesa lo afirma: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”. Tened la seguridad de que la Palabra de Dios no fallará. Fiel es el que prometió. Es vuestro deber tanto confesar vuestros pecados como creer que Dios cumplirá su Palabra y os perdonará.
Fe en las promesas
Ejerced fe en Dios. ¡Cuántos hay que van por la vida bajo una nube de condenación! No creen en la Palabra de Dios. No tienen fe en que él hará lo que ha prometido. Muchos que anhelan ver que otros hallan descanso en el amor perdonador de Cristo no lo aceptan para sí mismos. ¿Pero cómo podrían llevar a otros a mostrar la fe simple de un niño en el Padre celestial, cuando miden el amor de Dios según sus sentimientos?
Confiemos implícitamente en la Palabra de Dios, recordando que somos sus hijos e hijas. Alistémonos para creer en su Palabra. La duda hiere el corazón de Cristo, cuando nos ha dado tantas evidencias de su amor. Dio su vida para salvarnos. Él nos dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga”.
¿Creéis que él cumplirá lo que ha prometido? Entonces, después de cumplir sus condiciones, abandonad ya la carga de nuestro pecado. Entregadla al Salvador. Dadle a él vuestra confianza.
Fuente: AdventistWorld.com / Este artículo es un extracto del que apareció en la Advent Review and Sabbath Herald, ahora la Adventist Review, del 21 de mayo de 1908.
Autor: Elena G. de White, los adventistas creemos que ella ejerció el don bíblico de profecía durante más de setenta años de ministerio público
Examinaos a vosotros mismos, para ver si estáis en la fe”. Al leer esto, algunas almas concienzudas comienzan a criticar inmediatamente sus sentimientos y emociones. Pero no es esta una autoevaluación correcta. No hemos de examinar los irrisorios sentimientos y emociones. La vida y el carácter solo han de ser medidos por la única norma del carácter: la santa ley de Dios. El fruto da testimonio del árbol. Nuestras obras, no nuestros sentimientos, dan testimonio de nosotros.
Los sentimientos, sean alentadores o desalentadores, no deberían constituir la prueba de la condición espiritual. Por la Palabra de Dios hemos de determinar nuestro verdadero estado ante él. Muchos se sienten desconcertados en este punto. Cuando están felices y gozosos, piensan que son aceptados por Dios. Cuando en cambio se sienten deprimidos, piensan que Dios los ha abandonado.
Recibamos la misericordia divina
Dios no mira con favor a los que con confianza propia exclaman: “Estoy santificado; soy santo; no tengo pecado”. Estos son fariseos sin fundamento para tal afirmación. Los que, como resultado de sus sentimientos de completa indignidad, apenas se atreven a elevar sus ojos al cielo, están más cerca de Dios que los que aducen ser tan piadosos. Ellos están representados por el publicano que, golpeándose el pecho, oraba: “Dios, sé propicio a mí, pecador”, y regresó a su casa justificado, a diferencia del fariseo lleno de justicia propia.
Pero Dios no desea que andemos por la vida desconfiando de él. Le debemos al Padre celestial una visión más generosa de su bondad que la que le asigna nuestra manifiesta desconfianza de su amor. Tenemos una prueba de su amor; es una prueba tal que maravilla a los ángeles y está mucho más allá de la comprensión del ser humano más sabio. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. Aunque éramos pecadores, Dios dio a su hijo para morir por nosotros. ¿Podemos dudar acaso de su bondad?
Jesús hace la diferencia
Contemplad a Cristo. Descansad en su amor y misericordia. Esto hará que vuestra alma aborrezca todo lo pecaminoso y la inspirará con un deseo intenso de la justicia de Cristo. Cuanto más claramente veamos al Salvador, más claramente discerniremos nuestros defectos de carácter. Confesad vuestros pecados a Cristo, y con verdadera contrición cooperad con él dejando vuestros pecados de lado. Creed que han sido perdonados. La promesa lo afirma: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”. Tened la seguridad de que la Palabra de Dios no fallará. Fiel es el que prometió. Es vuestro deber tanto confesar vuestros pecados como creer que Dios cumplirá su Palabra y os perdonará.
Fe en las promesas
Ejerced fe en Dios. ¡Cuántos hay que van por la vida bajo una nube de condenación! No creen en la Palabra de Dios. No tienen fe en que él hará lo que ha prometido. Muchos que anhelan ver que otros hallan descanso en el amor perdonador de Cristo no lo aceptan para sí mismos. ¿Pero cómo podrían llevar a otros a mostrar la fe simple de un niño en el Padre celestial, cuando miden el amor de Dios según sus sentimientos?
Confiemos implícitamente en la Palabra de Dios, recordando que somos sus hijos e hijas. Alistémonos para creer en su Palabra. La duda hiere el corazón de Cristo, cuando nos ha dado tantas evidencias de su amor. Dio su vida para salvarnos. Él nos dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga”.
¿Creéis que él cumplirá lo que ha prometido? Entonces, después de cumplir sus condiciones, abandonad ya la carga de nuestro pecado. Entregadla al Salvador. Dadle a él vuestra confianza.
Fuente: AdventistWorld.com / Este artículo es un extracto del que apareció en la Advent Review and Sabbath Herald, ahora la Adventist Review, del 21 de mayo de 1908.
Autor: Elena G. de White, los adventistas creemos que ella ejerció el don bíblico de profecía durante más de setenta años de ministerio público
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