La introducción de este texto está en los diarios de hoy, estaba también en el noticioso de ayer o de cuando usted quiera. Usted fácilmente recuerda hechos recientes o más antiguos; algunos que ocurrieron cerca, otros distantes de usted. La comunicación es hoy tan fácil y avasallante que no permite a nadie quedar ajeno a los acontecimientos, principalmente los chocantes.
En el fondo, tenemos que concordar con Konrad Lorenz, que clasificó como “proceso apocalíptico” la desaparición de las cualidades y las facultades más nobles del ser humano. Todos somos rehenes del miedo; rodeados por los vicios, presenciamos todo tipo de degradación y destrucción.
La humanidad está en peligro. La idea de obtener todo de la manera más rápida posible (ya sea en el plano individual o entre los pueblos) está reduciendo las relaciones humanas a una condición de inimaginable salvajismo.
Después del asesinato del niño Juan Hélio, de 6 años, en Río de Janeiro (murió arrastrado por las calles de la ciudad, atado a un cinturón de seguridad, después de que los asaltantes robaron el auto de la familia), el especialista en ética Peter Singer declaró: “Cuando personas supuestamente normales cometen barbaridades como esa, es señal de que la sociedad perdió el control de sí misma y las personas no tienen ya la noción de lo que es correcto o incorrecto”.
Si miráramos solamente los problemas, tendríamos razones de sobra para llegar a la conclusión de que no hay solución para la humanidad. Sin embargo, la buena noticia es que hay esperanza para la sociedad enferma. La solución viene de afuera de nosotros mismos. Las providencias fueron tomadas por Dios. El plan está expuesto en la Biblia. Y ese plan es la razón para nuestra esperanza.
Ese es el principal objetivo de la Palabra de Dios, conforme está escrito en Romanos 15:4: “Todo lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que, alentados por las Escrituras, perseveremos en mantener nuestra esperanza”. En ese mismo capítulo, el apóstol Pablo expresó: “Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13).
Ese mismo apóstol sintetizó de manera excepcional la estrategia para nuestra redención: “Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor” (1 Corintios 13:13).
Como usted notó en el texto precedente, el punto de partida es la fe; es decir, el depender de Dios y aceptar un plan de salvación maravilloso, pero absolutamente real y eficaz. El objetivo es el amor a Dios y entre las personas; y el puente que une esas dos virtudes es la esperanza. Pero la Biblia afirma que, por encima de toda y cualquier esperanza en relación con el futuro de este mundo, está la “bendita esperanza” (Tito 2:13), que es la segunda venida de Cristo. Él mismo prometió: “Volveré” (S. Juan 14:3).
Sugerencias
1. Alimente la llama de la esperanza. Una forma interesante de hacerlo es a través del estudio de la Biblia. En ella, como en ninguna otra fuente, la historia de la humanidad no solamente está sintetizada, sino también adecuadamente suplida con las providencias ya tomadas por Dios, y también con informaciones claras y confiables acerca de la solución divina, final y definitiva, para los problemas humanos.
2. Participe. Como usted tiene informaciones privilegiadas acerca del futuro y acerca de los planes de Dios, promueva y participe de acciones para mejorar las condiciones sociales de su comunidad y ayude a prepararla para el futuro.
3. No se desespere. Usted no está solo en esa misión. Lo más importante ya fue realizado. Dios, los ángeles del bien y millones de personas están empeñados en tareas que convergen en un mismo objetivo. Y pronto, muy en breve, nuestra esperanza se concretará.
Autor: Marcio Dias Guarda
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