Ella esperaba que Jesús, en su calidad de libertador personal, trajera felicidad a todos lo que dieren oído a sus palabras (S. Juan 2:5). María sabía que el Salvador aliviaría el sufrimiento, curaría enfermos, animaría a los tristes y restituiría la vida. El mismo Señor declaró cuál era el objetivo de su misión: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (S. Juan 10:10).
“Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él” (S. Juan 3:17). Por lo tanto, el Hijo de Dios no vino con el propósito de juzgar, señalar fallas, ni condenar y lanzar a los pecadores a un lago de fuego y tormento. Vino para salvar al mundo.
La muerte de Cristo en la cruz le dio a usted la oportunidad de ser feliz, pues abre sus ojos a la perspectiva de un futuro mejor. Usted puede salir del capullo de sus limitaciones genéticas y adquiridas, y conseguir realizar los sueños más sublimes del corazón.
Mientras estuvo aquí, en la tierra, Jesús atrajo a mucha gente con su carisma. Las multitudes querían estar cerca del Salvador para obtener vida. Pero, aunque Cristo alimentó, curó y resucitó a algunas personas, con el pasar del tiempo el hambre, la enfermedad y la muerte volvieron a hacer presa de aquellas personas. La vida en la tierra continúa bajo el efecto del pecado; por eso, él prometió sacarnos de aquí:
“Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté” (S. Juan 14:2, 3). Tenga la seguridad de que él no va a demorar en volver: “Pues dentro de muy poco tiempo, el que ha de venir vendrá, y no tardará” (Hebreos 10:37). “¡Miren que viene en las nubes! Y todos lo verán con sus propios ojos” (Apocalipsis 1:7).
Habitar con Dios es la garantía que se puede tener para disfrutar la vida sin las consecuencias dañinas del pecado. Esa promesa contiene la mayor esperanza de la humanidad: Dios mismo vivirá con los seres humanos. “Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor” (Apocalipsis 21:4).
La Biblia le pide que usted encare el problema con determinación: “Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio, mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien” (Tito 2:11-14).
Así como María celebró con alegría e hizo los preparativos espirituales para la primera venida de Cristo, llegó la hora de que usted siga su ejemplo con relación al retorno del Salvador del mundo. Vale la pena creer en la realización de la mayor esperanza y decir con optimismo: “¡Ven, Señor Jesús!” (Apocalipsis 22:21).
Solo hay una condición para que usted pueda concretar esa esperanza: aceptar a Jesús como su Salvador personal. Él está ansioso por transformar su vida y sacarlo de este mundo lleno de violencia, corrupción e inseguridad.
Por lo tanto, prepárese para el viaje espacial más sensacional de todos los tiempos, porque Jesús volverá pronto a este oscuro planeta para llevarnos al “cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia” (2 S. Pedro 3:13).
Autor: Paulo Roberto Pinheiro
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